Pedro M. González

PEDRO M. GONZÁLEZ

Desde el año 1.975 y proceso electoral tras proceso electoral, los partidos políticos nacionalistas del consenso fueron cobrando paulatinamente su colaboración institucional.  Hoy, las bases elementales de su tradicional menú electoral, idioma y transferencias, han alcanzado cotas inimaginables aún para los más ambiciosos al albur de un ineludible pactismo, imprescindible para alcanzar la deseada “estabilidad de gobierno”, erigida así en auténtica Razón de Estado.

Por eso, los nacionalismos publicitan nuevas promesas electorales antes ausentes o en segundo plano y que ahora constituyen ejes principales de su oferta: La renovación del CGPJ y el reconocimiento oficial de las selecciones deportivas autonómicas.

Que  gigantones que juegan al baloncesto en América o futbolistas vestidos de bandera hagan una declaración nacionalista se convierte en objetivo periodístico con más repercusión que la corrupción judicial de los lores protectores del crimen.

La independencia de la Justicia, indisoluble de su organización, es un punto electoral equiparable en importancia a la oficialización de las selecciones deportivas autonómicas. El “show” de los políticos enarbolando elásticas con los colores “propios” dentro y fuera del Congreso es observado con perplejidad por propios y extraños cuando no comentado con incrédula ironía por la prensa internacional.

Pero lo más grave es que en este Estado de poderes inseparados el detalle supere a lo sustancial. Lo que nos une no es la Constitución, como machaconamente nos grita la propaganda de la publicidad institucional de los “35 años de paz”, sino el fútbol. La Liga de Fútbol Profesional y El Corte Inglés.

Vocales conservadores, vocales progresistas, vocales nacionalistas… y delanteros del terruño. El Consejo General del Poder Judicial convertido en la selección de la falsa Justicia, elegida por y entre los equipos de la Primera División de la partitocracia.

 

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