La moda literaria del existencialismo popularizó, en la segunda mitad de la década de los cuarenta, la expresión «aquí y ahora» en todo discurso con pretensiones de realismo y concreción. Su uso indiscriminado durante la guerra fría la convirtió, como cláusula de estilo, en estribillo ideológico de la «Realpolitik» y del pragmatismo vulgar. Cuando se empezaba diciendo «aquí y ahora» se sabía que a renglón seguido vendría una justificación de lo que, en sí mismo, es a todas luces injustificable.

El «aquí y ahora» de la situación española a comienzos de 1977 justificó la traición de los partidos ilegales a la causa de la libertad y la democracia. El «aquí y ahora» de 1978 se constitucionalizó en un eterno presente inmóvil. Éste es el atentado al futuro de la libertad creadora que se comete en todas las llamadas éticas ocasionalistas, oportunistas o situacionistas.

El «aquí» no se usa como adverbio neutramente descriptivo de un lugar físico o de una situación dada, sino como modo indicativo o prescriptivo de la idiosincrasia conformista de un pueblo o de una generación.

El «ahora» no designa un instante en la sucesión temporal, ni un momento fugaz de la situación, sino un tiempo indeterminado que permite anular el futuro y conservar el pasado haciendo perdurar la contingencia presente.

Si las circunstancias del momento nos impiden ser, aquí y ahora, verídicos y justos, decidiremos como lo mejor ser falsos e injustos para siempre. Ese fue el punto de arranque inicial de la Reforma y el sentido final de la Constitución.

La Transición española ha consistido en un súbito tránsito político y cultural desde el «aquí y ahora» que pasa al «aquí y ahora» que permanece. Lo explicará con claridad acudiendo a los orígenes filosóficos de esta expresión.

La locución adverbial «aquí y ahora» se acuñó, con pretensiones metafísicas, en la «Fenomenología del Espíritu» de Hegel. El ahora, que deja de serlo al instante siguiente, se conserva como algo negativo que, al ser conocido y verdadero, se convierte en un «ahora universal», en una fase del devenir entre el ser y la nada.

La inserción de la eternidad en el tiempo, a través del fluyente «ahora», llevó a Kierkegaard a ver en el «momento» algo semejante al «presente eterno» de Unamuno. Lo que «pasa quedando y se queda pasando». Cuestión capital para los megáricos modernos que identifican actualidad y realidad mediante la negación de la posibilidad, y para las nociones existenciales de autenticidad o inautenticidad de la vida personal. El «ahora» inauténtico es aquel que pasa y tiende al presente, como en las distracciones. Sólo es auténtico el «ahora» que se anticipa al futuro haciéndolo presente, como en los proyectos vitales que ponen su fundamento último en la libertad (Heidegger). Salvo en esta presencia del futuro de la existencia auténtica, las filosofías del «ahora» son ideologías frívolas o reaccionarias, basadas en una concepción pesimista de las posibilidades morales de la naturaleza humana.

El «aquí y ahora» del 77 y 78 español, completamente distinto del «aquí y ahora» del 2000, era un presente inauténtico, totalmente determinado por el pasado de la dictadura, que tuvo miedo de un futuro de libertad y que ha desembocado, como era de esperar, en un «aquí y ahora» de permanente distracción.

Juego y chiste como suprema expresión de la vida inauténtica. Incluso el terrorismo se vive como espectáculo. Dar permanencia real al «aquí y ahora», que son adverbios de lugar y tiempo (y no acciones o entidades), carece por completo de sentido.

Sin embargo, eso es lo que dictó, sin libertad constituyente, la Constitución del 78. Hizo eterno su presente «aquí y ahora», como la dictadura el suyo con los Principios Eternos del Movimiento. El «aquí y ahora» prescribe la eternidad de situaciones injustas.

*Publicado en el diario La Razón el jueves 22 de febrero de 2001.

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