Martín Miguel Rubio

MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN

    En un país en que no existe ya provincia ni partido judicial en los que la voracidad criminal de los políticos no haya malversado, espoliado erario público o prevaricado, con la patente de corso que supone ser aforado, mucho me temo que el circo mediático en relación con el caso Urdangarín quiera quizás convertir a la Infanta Dña. Cristina en chivo expiatorio de todos los pecados inherentes a nuestro sistema político. Como si existiese la superstición bárbara entre los fariseos de la casta política de que sacrificando a una Alteza Real, como nueva virgen Ifigenia, no sólo se conjura la corrupción sino que por magia homeopática desaparece, aplacados los cielos con la sangre de la Infanta. La casta política encarnada en Agamenón vuelve a querer lavar sus pecados con sangre azur. Después de las corrupciones desenterradas por la Prensa que perpetraron comunistas y republicanos andaluces, lo de la hoz y el martillo y las banderas tricolor en las cercanías de los juzgados de Palma, parecen todo un homenaje a Tartufo. El fariseísmo es tan rampante y torpe, tan fétida la hipocresía de las docenas de personas que andaban por allí con las banderas desafiantes e hirsutas, que propongo la teoría de que estamos ante una nueva técnica de Golpe de Estado, no contemplada en su día por Curzio Malaparte en su obra ya clásica, Técnicas de golpe de Estado.

En general, existen, con sus ulteriores subdivisiones, dos grandes modelos de golpe de Estado: el bonapartista y el trotskista. El bonapartista suelen utilizarlo los sectores devenidos de la derecha, y consiste en que un Parlamento bendice por la fuerza el poder de un general golpista, de corte liberal. Nace en el modelo del golpe de Estado de 18 de Brumario de 1799 dado por el gran Napoleón Bonaparte. En este modelo de respeto a la institución parlamentaria se han inspirado golpistas como Miguel Primo de Rivera, el polaco Pilsudski, el alemán Kapp, Adolf Hitler y, naturalmente, nuestro racial Antonio Tejero. No existe mayor gloria para un general golpista de corte liberal que ser bendecido por el Parlamento, aunque sea a punta de pistola. El modelo trotskista, por en contrario, se basa en la insurrección, que suele traducirse a varias acciones coordinadas una muy bien entrenada tropa de asalto. Es así cómo los bolcheviques tomaron el poder en octubre de 1917; básicamente, sólo mil hombres, entre marineros y obreros, perfectamente entrenados por el genio táctico de León Trotsky, tomaron el poder de todas las Rusias, con el audaz golpe de mano al Gobierno de Kerenski domiciliado en Petrogrado. La insurrección es una maquinaria, dice Trotsky; se necesitan técnicos para ponerla en marcha y únicamente unos técnicos para pararla. Aunque luego Stalin vendiese al mundo la sublevación del pueblo ruso en Petrogrado como causa de la caída del gobierno Kerenski, esto no es verdad. El pueblo de forma espontánea jamás ha conquistado todos los resortes que fundamentan el Estado. El verdadero golpe de Estado de la izquierda es el blanquismo y no el levantamiento popular espontáneo, que no existe. Precisamente, si hubiera habido un levantamiento espontáneo en Petrogrado hubiese de seguro ahogado de raíz el bolchevismo.  El golpe de mano de León Trotsky en los centros órganos vitales del Estado ruso ( comunicaciones, electricidad, puentes, abastecimientos, etc ), a través del gran táctico Antonov Ovseenko, brillante oficial del ejército imperial, de características muy parecidas a las de nuestro general Emilio Mola, supuso el golpe de Estado que encaramó a Lenin en el poder supremo. La insurrección bolchevique de octubre de 1917 en Petrogrado se había llevado a cabo sin bajas, y no hubo muertos más que durante la contrarrevolución, algunos días después de la conquista del Estado, cuando los guardias rojos de Trotsky tuvieron que sofocar el levantamiento de los “junkers” y rechazar la ofensiva de los cosacos de Kerenski y del general Krasnov. Este modelo lo tomó Franco, y no saliéndole bien a Mola/Ovseenko, provocó una Guerra Civil de tres años que le aupó al poder. También lo siguieron líderes comunistas, como Fidel Castro, Hô-Chi-Minh, etc., que no teniendo ninguno de ellos la preparación táctica de Trotsky-Ovseenko desencadenaron sangrientas guerras civiles.

Otro tipo de golpe de estado distinto fue el de Benito Mussolini. Durante cuatro años, una vez terminada la Gran Guerra, Italia se desangraba con miles  de muertos en las batallas campales que se producían entre los rojos y las camisas negras, con brutalidad superlativa por ambas partes, que ni si quiera llegó a conocer la Guerra Civil española – que ya es decir -. Italia tenía un gobierno liberal, el de Giolitti, que no quería mezclarse en esta guerra mortífera, que se extendió por todas las regiones de Italia, si bien las regiones del Norte eran las que más lo sufrían. Tan liberal era Giolitti que no usaba ni al ejército ni a la policía para que dejaran de matarse rojos y fascistas, con la esperanza de que ellos mismos, como enemigos del Estado, se despedazasen. Para inri Gabriele D´Annuzio, el gran poeta nacionalista, se proclamó Duce en la ciudad croata de Fiume ( antigua ciudad italiana ), convirtiéndola en una república independiente de corte prefascista, hasta que en diciembre de 1920 tuvo que rendirse ante el ejército italiano. Aunque la influencia que tuvo el gran poeta sobre Mussolini es un hecho, D´Annunzio despreciaba cordialmente al futuro duce, cosa que dividió durante un tiempo a los nacionalistas italianos. Pero Giolitti calculó mal; estaba jugando con aprendices de brujo, y su no intervención hizo que en tres años los fascistas italianos arrinconasen a los comunistas, y una vez aplastado un frente revolucionario, se lanzaron a la conquista del estado. Los puentes, las estaciones, los cruces de carreteras, los viaductos, las esclusas de los canales, los graneros, los depósitos de municiones, la fábricas de gas, las centrales eléctricas, todos los puntos estratégicos fueron ocupados por destacamentos fascistas. Pero aunque fue perfecta la maquinaria insurreccional fascista, sin barricadas, sin combates en las calles y sin aceras llenas de cadáveres, la revolución de Mussolini tenía algo de comedia, con el rey detrás, en su residencia de San Rossore, cerca de Pisa.

Ahora bien, una nueva técnica de golpe de estado es la que se está ensayando en España, que es como la de volver al decenvirato romano o a la nomocracia; esto es, que los jueces eliminen el honor y la moralidad de quienes ostentan el poder supremo del Estado a fin de asumirlo ellos. Si los jueces, ayudados por medios de comunicación golpistas, matan civilmente a la Corona y al gobierno de la Nación se puede consumar también un golpe de Estado. Tengo la impresión de que este tipo de golpe de estado nomocrático, contra el que ya Montesquieu nos prevenía como una de las mayores y más nauseabundas tiranías, ya se ha experimentado en nuestro país al menos dos veces desde 1977. Como se puede ver, el sistema de medidas policiales ya no es suficiente para garantizar el Estado contra la técnica insurreccional moderna. ¿Rememorarán el juez Castro y la Infanta Dña. Cristina la leyenda de Apio Claudio y Virginia? Naturalmente que sólo es una fantasía poética. Si el juez Castro fuera un clásico, recordaría a la Infanta lo que Fedra le dice a su Nodriza en los versos inmorales del Hipólito, de Eurípides: “Cuando lo torpe agrada a los de elevada alcurnia, ello parece a los malos honesto”. Y es que soñamos con que los jueces de España estén adornados de Cultura Clásica.

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