Pedro M. González

PEDRO M. GONZÁLEZ

“Caída y Auge de Reginald Perrin” es una de esas series fetiche del humor británico. En ella el gran Leonard Rossiter interpreta a un empresario frustrado e insatisfecho a pesar de su éxito que, sumido en un deprimente estado de ánimo, intenta suicidarse sin llegar conseguirlo. Tras la experiencia cercana a la muerte, decide reinventarse y empezar de cero, dejando a un lado su fructífera actividad para vender, literalmente, basura. Sorprendentemente tal imposible empresa resulta un lucrativo filón, lo que da pié argumental a una ácida crítica contra el consumismo desaforado y la hipocresía social que hace que la serie resulte impagable.

Como Perrin, Garzón, endiosado y ensalzado por la casta dominante del estado de poderes inseparados se ha dedicado durante muchos años a vender basura judicial que era no solo comprada ávidamente por la oligarquía de los partidos, sino propiciada y subvencionada como icono y paradigma de Juez modelo. Instrumento judicial implacable de la coyuntura política y contemporizador de los tiempos procesales, no dudó en dejar el estrado para ir al escaño y deshacer luego el camino andado cuando sus ansias de poder no se vieron satisfechas y ejecutar así su venganza.

También, su suicidio político resultó frustrado, comenzando acto seguido su auge judicial de juez estrella. Traición a compañeros honrados, girasoleo continuo adaptando la decisión al tempo político, actuaciones inanes pero deslumbrantes… La entrada diaria a la Audiencia Nacional por su puerta principal, cuando ningún profesional ni público la utiliza de ordinario, abre los noticiarios.

Remar conforme a la dirección del viento ideológico hasta incluso, quien sabe, el Premio Nobel de la Paz. Pero la cuerda que se tensa mucho, acaba rompiéndose. Así se acabó su buena estrella y la caída tuvo forma de fallo condenándole por prevaricador. Todo comenzó con puntuales patadas en la espinilla de orden procesal propinadas por el Ministerio Fiscal que, siguiendo instrucciones políticas superiores, no secundaba sus atrevidas iniciativas judiciales. La cosa empeoró cuando el Tribunal Supremo aceptó a trámite las querellas por la apertura de causa general contra el franquismo y por las amables llamadas a la puerta de Emilio Botín (“Querido Emilio”) para “pedirle” ayuda económica para la organización de cursos en la Universidad de Nueva York mientras en su Juzgado se sustanciaban asuntos que afectaban al Banco que éste preside.

La condena vino finalmente por el quebrantamiento del secreto de las comunicaciones con lesión del derecho a la confidencialidad y secreto profesional en las relaciones Abogado-Cliente en relación con la instrucción del caso “Gürtel”, beneficiando de paso a los imputados al echar por el retrete gran parte del material inculpatorio.

Ahora vuelve a la carga, ofreciéndose de nuevo a su partido de siempre, el PSOE, como salvador de la moral y reconquista de la socialdemocracia explícita. ¿Tendrá por fin el mismo éxito que Reginal Perrin vendiendo basura?.

Leonard Rossiter
Leonard Rossiter

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