Martín Miguel Rubio

MARTÍN-MIGUEL RUBIO.

¿Puede el Poder Judicial en nuestro país inhabilitar a todo un Presidente del Gobierno, aparentemente sólido como un monumento público, por graves irregularidades en los preceptos normativos de la Ley de Incompatibilidades? ¿Pueden los jueces de nuestro país inhabilitar a un Presidente del Gobierno, silencioso y enigmático como una esfinge, por haber amparado y dado su aquiescencia a cobros de comisiones, cohechos y prevaricaciones masivas y desmesuradas a la hora de adjudicar obras públicas? La respuesta a estas cuestiones sería mucilaginosa, en cuanto que nuestros jueces, pusilánimes siempre con los poderosos (existe un clara selección social en los habitantes de la cárceles; básicamente sólo hay pobres y pobres diablo), pisarían un suelo fangoso, viscoso y gelatinoso – indefinido – en esta causa más que probable. Lo mejor en estos casos de canallocracia rampante, de apoteosis del cohecho y la prevaricación, y de sobresueldos miríficos será siempre la dimisión, claro que con garantía vitalicia de patente de corso en beneficio del ya ex-presidente del gobierno.

“No estamos para desmentir injurias que intentan marchar nuestro mármol pentélico. Yo he venido a España con la misión de salvarla.” Habla la cariátide de un románico gallego inescrutable, más allá del tiempo, en los intermundia de la Historia con H mayúscula, pero con el rostro grave y soturno de quien vive bajo la afilada espada de Damocles. A veces el honor de uno depende de lo que revele otro. Pero los flabelíferos más resolutivos beatifican a su líder y lo colocan en un retablo con flores que cambian todos los días, consagrado, revestido de aparato pomposo, enjoyado, mitrado, purpurado, como un nuevo santo de la religión gallega.

Rajoy, que sabe como nadie defenderse en las distancias parlamentarias, no ha utilizado su capacidad de gran dialéctico para combatir las multiplicadoras insidias de los oponentes, alimentadas por un ex-tesorero delincuente, tremebundo y desmedurado, que herido de muerte, fundido y confundido con la niebla, entra a matar a todo bicho viviente. No hay mayor servicio público que el que ofrece un delator criminal a los ciudadanos. Ya lo decía Esquines. “Las enemistades privadas favorecen la virtud pública”. Y la honestidad sólo se degusta y aprecia cuando se vive encenagado en una sentina mefítica y nauseabunda.

Mientras, el pueblo, nadando en la sombra, vive astroso y desmazalado bajo su ignominiosa y criminal casta política, merecedora de los dicterios más afilados.

Y la corrupción de las Administraciones, hasta ahora los únicos baluartes normativos contra los abusos del poder (la Administración civiliza mediante sus usos al poder), continúa su camino implacable con convocatorias de concursos-oposición en los que los tribunales calificadores se reclutan no mediante el tradicional sorteo, sino a través de voluntarios adictos…La Administración enhebrada hasta los tuétanos de uniformes partidistas soslaya el propio Derecho Administrativo. Las propiedades y facultades de las Administraciones ya se han hecho predios de los partidos.

En fin, los partidos políticos que hoy no pugnen por la ruptura del actual régimen, no podrán ser actores del nuevo orden político que ya llega, que ya está llegando. Porque ya es del todo punto imposible de justificar la impudencia e insensibilidad humanitaria de los únicos actores políticos que existen, los partidos políticos, cuando estos mismos exigen a la sociedad tanto sufrimiento y privación.

Sentimos lamentablemente que Rajoy, serio, inteligente y sensato, diserto y tan razonable como la tabla de multiplicar, nos ha fallado estrepitosamente. En el supuesto de que todas las cuentas del Gran Capitán fueran insidias, y su calificación jurídica fuera inane, Rajoy, sin embargo, debía haber salido inmediatamente a la palestra, a dar la cara, a decirnos a los españoles que su Partido y su Gobierno responden a una idea antagónica a la que representa el siniestro y desaprensivo tesorero. No lo ha hecho, y eso estremece a una sociedad ya muy herida e injuriada por la clase política.

El que la financiación ilegal de los partidos dejara de tener como fin hacer frente a los enormes gastos de las campañas electorales, para acabar teniendo como única meta los sobresueldos de los jefes de los partidos era sólo cuestión de tiempo. Del amor de la causa al amor a uno mismo. De comprar los carteles electorales para los pueblos profundos de España se ha pasado en quince años a comprar en beneficio propio y exclusivo bolsos de Louis Vuitton. El lujo de la perfidia del déspota. Siempre ocurre lo mismo cuando se transgrede el mínimum moral que nos exige la ley.

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