PATRICIA SVERLO.

El golpe del 23-F, al fin y al cabo, acabó triunfando de cualquier modo. No solamente por la sesión de maquillaje a que fue sometida la versión oficial. La pasividad popular fue el éxito más importante. Consiguieron que toda España se quedara clavada ante el televisor esperando las palabras del monarca, con una representación regia digna del sainete del “gobierno de salvación nacional”. Su éxito recogía los frutos de los primeros años de la Transición, con los partidos defraudando las expectativas y las reivindicaciones populares. Como consecuencia, se habían producido altas tasas de abstención en las elecciones, multiplicada por dos y por tres entre 1977 y 1980, bordeando el 70%; y, paralelamente, la desafiliación casi en masa de militantes de los partidos Comunista y Socialista (superior al 50% entre 1977 y 1980). El cénit fue el 23-F. Unos días después, el 27 de febrero, hubo una multitudinaria y pacífica manifestación en Madrid que inauguraba la nueva etapa política, con los “héroes” del 23-F (Felipe González, Carrillo y hasta el mismo Fraga Iribarne) encabezando la promovida concentración de masas y dando vivas al rey.

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Cabecera de la manifestación de Madrid, despues del 23F, Nicolas Redondo, Santiago Carrillo, Felipe Gonzalez, Calvo Serer, Rodriguez Sahagun, Manuel Fraga y Marcelino Camacho.

 

Por otra parte, el ingreso de España en la OTAN fue inmediato. En octubre de 1981, Juan Carlos se reunió con Reagan en visita oficial a Washington y, unos meses después, en mayo de 1982, Calvo Sotelo consiguió que las Cortes la aprobaran. Por lo general, hubo un vuelco hacia la derecha en todo el Estado, con la LOAPA como estandarte antinacionalista. En este marco, AP ganó las elecciones autonómicas de Galicia (el 20 de octubre), cosa que suponía pisar por primera vez el poder en la Transición. Y en las andaluzas (el 23 de mayo), el PSOE barrió al PCE. En todas partes bajaba en caída libre la UCD, a la cual se hacía responsable de lo que se estuvo a punto de perder.

Felipe y el pueblo

El golpe de Estado había mostrado que las libertades existentes eran frágiles. Incluso el PCE, algunos sectores del cual habían mantenido hasta entonces reservas críticas hacia la política de concentración democrática, reconocía que había subestimado los riesgos de involución.

Cuando en agosto se convocaron elecciones generales para octubre, el PSOE ya estaba preparado para cambiar su discurso, no preocupar a la banca ni a los poderes fácticos, y apoyar a la monarquía sin complejos. El 23-F fue la coartada perfecta. Fue la definitiva domesticación de las bases del partido. El 28 de octubre ganó por mayoría absoluta con el 48% de los votos, con promesas de salir de la OTAN, crear 800.000 puestos de trabajo y consolidar las libertades. En el discurso de apertura del nueve Parlamento, en noviembre, el antes republicano Peces-Barba se permitió el lujo de decir que “Monarquía y Parlamento no son términos antitéticos, sino complementarios, y su integración en la monarquía parlamentaria, tal como se dibuja en nuestro texto constitucional, produce una estabilidad, un equilibrio y unas posibilidades de progreso difíciles de encontrar en otras formas de Estado“.

Peces Barba en el Congreso

Peces-Barba toma posesión como presidente del Congreso el 18 de noviembre de 1982.

Cuando Juan Carlos firmó el decreto de nombramiento de Felipe González, el 3 de diciembre, dijo emocionado a Peces-Barba: “Si mi abuelo hubiera podido tener esta relación con Pablo Iglesias, habríamos evitado la guerra civil“. Y Gregorio le contestó: “Quizá, señor, para llegar a esto tuvimos que pasar por aquello“. Y por el 23-F, podríamos añadir, también, sin duda.

Felipe González y Rey2

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