Gregorio Moran

GREGORIO MORÁN.

Lo que no había conseguido la guerra de Iraq, ni la política de Aznar, ni la de Zapatero, ni siquiera Rajoy, lo ha logrado Beppe Grillo. Ha puesto de acuerdo a eminentes plumas del lucernario español de la inteligencia, ya sean conservadoras tirando a reaccionarias, ya progresistas con inclinación al compadreo, o atentos creadores de opinión con el corazón partido entre la política y la docencia. Todos coinciden: Beppe Grillo es un peligro quizá mayor que Berlusconi. La coincidencia dice mucho del estado de nuestra inteligencia. O se han quedado sin referente, o se han quedado sin comederos. Esto se está poniendo muy difícil, y mientras unos chavales van por ahí gritando “no hay pan para tanto chorizo”, ellos, que son gente de reflexión, aseguran que el problema consiste en lo contrario: que no hay chorizo para tanto pan.

Valentí Puig, brillante polígrafo, tan escorado en un tiempo a la derecha que encalló, pero que es hombre inteligente y mallorquín, dos condiciones que auguran futuro, ha escrito en El País: “Ponga un Beppe Grillo en su vida, y con tanta promesa de catarsis en la vida pública, todo empeorará”. Álvaro Delgado-Gal, el primer intelectual de Bankia, depositario de su revista intelectual, hoy habitual de FAES, pero siempre moderno y muy agudo, mucho; tan visual y sólido como un edificio de Calatrava. “¿Constituye Grillo un eco remoto de Mussolini?”, se pregunta con “un eco” de la mayéutica socrática. No cabe inquietarse, no lo “constituye” porque Mussolini, asegura este intelectual de plastilina, estaba muy influido por Nietzsche y Pareto, ¡y D’Annunzio!, mientras que el vulgar Beppe Grillo no es más que un “Rousseau pasado por el cedazo de Ralph Nader y sus campañas en defensa del consumidor”. Va firmado en una tercera de ABC que podría pasar íntegra al Celtiberia del difunto Carandell. “Grillo habla como los italianos vulgares y estos le han premiado con millones de votos”. Hay que reunir la triple cualidad de tonto niquelado, reaccionario y pedante para desgranar tales boberías. ¿Les pagarán por estos artículos o los harán gratis? ¿Se ejercitan o se promocionan?

No ha estado nada mal tampoco mi amigo Félix de Azúa con una confusa mixtura entre Beppe Grillo y Paco Martínez Soria. Beppe Grillo es un cómico bueno, es decir eficaz, un artista heredero de Dario Fo –aún recuerdo la indignación de nuestros engolados caballeros de la pluma y la alabanza, ante el escándalo de otorgarle el Nobel a un payaso transgresor–. Paco Martínez Soria era un actor de la cantera de Lina Morgan, que no puede decirse que hubiera pasado por la escuela Lee Strasberg ni la de Marcel Marceau. Martínez Soria no pudo superar su pobreza expresiva, por más que su paisano y guionista favorito fuera director de la Real Academia de la Lengua, Fernando Lázaro Carreter, que firmaba la basurilla que escribía con un seudónimo para despistados: Fernando Ángel Lozano.

Ahora el que logra desterrar a cualquier otro es el Cerebrino Mandri de los comentaristas, el eminente profesor Antonio Elorza, al que siempre conocí adulando a alguien que estaba por encima de él, desde la época Díez del Corral, actividad que compaginaba con hacerle la vida imposible a cualquiera que estuviera por debajo. Su pasión por la adulación alcanzó a los jefes tanto en su paso por el PCE, como de compañero de viaje y subvención del PSOE, y llegó en su exceso de celo a hacerlo con el hoy felizmente olvidado Ramón Ormazábal, dirigente comunista vasco, de sensibilidad comparable a la pistola Lüger, un prodigio de la técnica germana.

Elorza los supera a todos con ese carácter un tanto estrábico que caracteriza su pluma. “El italiano Beppe Grillo, en vez de democracia líquida, montó una dictadura personal sobre un rebaño de seguidores y atizó las manifestaciones extremas de desesperación con sus soflamas apocalípticas contra la democracia representativa”. Aunque el lenguaje pueda parecer escrito en algún panfleto de extrema derecha –“rebaño de seguidores”, “soflamas apocalípticas”–, apareció en El País y se tituló “La desesperación”.

Reconocerán conmigo que tanta masa encefálica hispana contra Beppe Grillo –excuso incluir algunos analistas catalanes, por autocensura– debe de tener razones más profundas que las de la ignorancia o la frivolidad. Beppe Grillo obtuvo el máximo de votos en las urnas, para que luego digan esos trileros de la democracia representativa, sobre cualquier otro partido o coalición. Como era de esperar, el voto por correo desde el extranjero le retiró ser el más votado y se quedó en un impresionante 25,5% del electorado. Recuerden que el más alto voto que consiguió el PCI de Berlinguer, en la cima de su prestigio, en 1976, fue del 34,4%. Y si Beppe Grillo y su gente consiguieron ese éxito inesperado, incluso para ellos, fue porque hicieron una campaña clásica adaptada a un mundo diferente. Beppe Grillo fue el único que convocó mítines en plazas de los pueblos más perdidos y abandonados de Italia. Y cuando el mitin estaba pasado de moda, aseguraban los gurús, lo convirtió en un instrumento de relación entre quien habla y quien escucha, entre quien pregunta y quien responde, que no se recordaba desde los tiempos antiguos, cuando la gente votaba por lo que pensaba y no por lo que estafaba.

Beppe Grillo, un cómico, hizo algo que ninguno de ustedes, egregios intelectuales hispanos, ni hicieron ni harán nunca. Enfrentarse al poder sin red. Nadie entre nosotros, que yo sepa, ha descrito la trayectoria de Grillo; yo creo que por ignorancia, no por maldad. El periodismo de hoy no es malo por corrupto, sino por ignorante; tiene tantas dosis de soberbia que cree que sabe todo lo que ignora.

Beppe Grillo debe analizarse desde dos ángulos. El personal y el de la incidencia social; inseparables. Cuando el Partido Socialista Italiano de Craxi, el corrupto, y Martelli, el moderno, estaba en la cresta de la ola, consideró a Beppe Grillo –audaz y temerario en sus sarcásticos comentarios– como la gran vedette de los medios de comunicación. No hubiera tenido problemas y probablemente todos esos intelectuales españoles considerarían que de haber llegado a ese nivel que soñaban es porque se lo merecían. Pero no fue así. Beppe Grillo, ante aquella andanada de corrupción que fue sacando Mani Pulite –cuyo nombre, repito y no me canso, en España usurpa y con gran éxito la extrema derecha de Fuerza Nueva sin que nadie hasta ahora haya ni siquiera intentado explicárnoslo–, empezó sus bromas con la dirigencia socialista, la que estaba generando ese monstruo de Berlusconi. ¡Qué vergüenza siente uno cuando los analistas hispanos apuntan a Beppe Grillo y a Mani Pulite como culpables de la desgracia, y exoneran la mafia, Berlusconi y ese patético Giorgio Napolitano!

Por supuesto que en Italia hubo un peculiar golpe de Estado. A todos estos mercaderes de la democracia representativa, que diría el genial Elorza, se los pasaron por la piedra, y pusieron a Mario Monti, porque aseguraban que aplacaría a los mercados internacionales. ¿De qué estamos hablando? ¿De qué vale tu voto, de izquierda o derecha, si luego llegan los expertos y te ponen a Mario Monti? Un funcionario de la misma banca que provocó la crisis.

Y a esto, nuestros talentos locales lo denominan “antipolítica”. Es decir, que ellos hacen de María Antonieta, que, según la leyenda, cuando faltaba pan y la gente asaltaba las panaderías y las casas de empeño y hasta la Bastilla, dijo aquella frase preciosa: “Si no tienen pan, que coman rosquillas”. Es lo más lógico en un país como el nuestro, donde hoy el socialismo conseguiría el 10% de los votos y los impopulares de Mariano Rajoy, el 11%. Beppe Grillo ha introducido en la política algo, que probablemente sea efímero, porque para eso están los mercados, para consolidar lo eterno, pero que es como una esperanza de mandar a toda esta mandanga a la calle. Sin paliativos, todos. Nada que ver con el anarquismo, sólo con la decencia ciudadana.

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