E. Martí

E. MARTÍ.

“El egoísta, lo mismo que el esclavo, no tiene patria ni honor. Amigo de su bien privado y ciego tributario de sus propias pasiones, no atiende el bien de los demás.” Benito Juárez.

Para comprender a México y el desgarro presente, situado en lo profundo de su ser colectivo, hay que dar un paso atrás, virar la mirada lejos de la historia oficial, revisar el antecedente de los acontecimientos que hoy se viven edificados en el cimiento pueril del ayer.

Los claro-obscuros retratan los cambios aparentes que han permeado la mentira de la libertad, las dictaduras oligárquicas se han multiplicado en este suelo infectando la raíz de la verdad. La voz del Porfiriato se ha recreado procreando herederos, aprendices que han modernizado la esclavitud y la han llamado democracia, que han utilizado en sus discursos fútiles una revolución más representativa por el derramamiento de sangre y las luchas internas por el poder, que por los logros hacia la república, dicta-blanda cuya promesa vertida en la demagogia cultural, promete reducir el sufrimiento de la pobreza y la inequidad cuando la pobreza satura los paisajes a lo largo y ancho del país, conmueve el pulso del alma con el impulso de la empatía hacia el otro.

El recuento: 30 años de porfiriato, 70 años de priismo con una revolución-revuelta, dos sexenios de neoliberalismo panista y el sostenimiento de una estructura política represiva que asesina o desaparece a todo aquel que ataque los intereses del poder.

Las masas se han adormecido en el miedo, en la negación y en la quietud, es difícil caminar cuando se sienten las cadenas en los tobillos y en la miseria. Es más simple permear el egoísmo evitando observar como mueren los niños en el sur y como muere la república desde el norte.

Despertar es necesario para merecer la libertad, es fundamental, pese a la represión, a los asesinatos, a la tortura y a lo incalificable en derechos humanos, que a diario sucede en este país.

A veces el terror se minimiza frente a la realidad, una realidad que nos muestra la fortaleza inhumana de la dicto-blanda, y la vulnerabilidad del colectivo que aún no retoma la organización masiva con el fin de dar un paso al frente y rescatar los sueños de los independentistas y los revolucionarios hacia una verdadera república democrática.

 

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