Luis López Silva

LUIS LÓPEZ SILVA.

Una de las paradojas más connotativas de esta crisis socio-económica es que a pesar del fracaso de las políticas económicas adoptadas para frenarla, las ideas del neoliberalismo radical que las argumentan y que fueron precisamente las que  fermentaron la levadura de la crisis financiera, aun siguen siendo los manuales dogmáticos preferidos de los centros de poder en los que se decide el rumbo de los sucesos en gran parte del mundo, pero sobre todo, en la eurozona. No obstante,  el deterioro continuado de los modos de vida de las capas medias y pobres ofrece la evidencia más tangible de que se insiste en el error, lo cual, nos puede llevar a pensar a que esta cacofonía del “no hay alternativa” es un ardid que contiene intereses espurios por parte de la oligarquía político- financiera. De hecho, la impunidad con la que se consagra a  la élite financiera por parte de los Estados es un rotundo fracaso de la política de estado como agente conciliador y hacedor del bien común, porque  este empoderamiento de la economía sobre la política no va a proponer una rectificación de las políticas en marcha, a pesar de que conducen al desastre colectivo, sino que por oposición, lo que se quiere asegurar y perpetuar es el orden establecido, cuyos rasgos más visibles son la privatización de la política y del estado, para más adelante conformar un sistema  represivo y controlador que, como nos despistemos,  nos despojará de los derechos políticos y económicos básicos para así inaugurar la nueva sociedad de la desigualdad y el desamparo.

En lo que se refiere al control de la política económica por la banca todo empezó con la revolución conservadora de la “Dama de Hierro”, ahora fenecida, y su obsesión  contra el Estado. Esta desregulación del juego económico a ambos lados del atlántico condujo a que en pocos años la capacidad de influencia y coacción de las corporaciones financieras  en los parlamentos se acrecentase  sobremanera, lo que dio lugar a que se legislara a su favor para establecer marcos normativos que dieran legalidad  a sus prácticas  especulativas y depredadoras. Después,  en el verano de 2007, vino la crisis, los rescates, el empobrecimiento de la población, el desempleo, los recortes en los servicios esenciales y el lúgubre futuro que pende sobre millones de personas. Mientras tanto, el cuento inventado para convencer al público de que la explosión de la crisis se debió al malgasto continuado de los gobiernos y los ciudadanos, se divulga por doquier como verdad infalible. Sin embargo, es la  archimentira que nos venden como dogma científico de la economía moderna. Pero los datos estadísticos nos dicen que antes de 2008 los equilibrios macroeconómicos eran sanos, las deudas y los déficits de los países de sur de Europa estaban dentro de la normalidad e incluso con mínimos históricos. Lo que no dicen, ni los gobiernos ni la banca,  es que el problema se inició con el aumento incontrolado de una burbuja de deuda privada auspiciada por las entidades financieras y permitida por los gobiernos. Cuando estalló, tuvo que ser el Estado y el erario público quien se hiciera cargo de garantizar las deudas y rescatar a los mastodontes financieros que con sus malas prácticas se auto-esquilmaron. Por tanto, lo que aquí tenemos no es un uso descontrolado del gasto público, aunque sí se debería de racionalizar mejor y sobre todo que su inversión fuera más productiva, sino el resultado y efecto de la crisis financiera.

Los dos presidentes, Zapatero y Rajoy, que han lidiado hasta ahora con la crisis nacional no han sido capaces de revertir en lo más mínimo la situación, porque entre otras cosas, el margen de maniobra que han tenido es mínimo, además de su descomunal impericia política. Por tanto, la gran lección que hemos de aprender los ciudadanos a la luz de esta crisis de efectos tan adversos para la sociedad,  es que no se consigue ningún avance social sin lucha, sin un despertar de las consciencias que nos libere de un paradigma económico que nos señala como culpables de un delito que no hemos cometido, sino que por el contrario, los culpables son aquellos que instauran las condiciones para que este sea cometido con facilidad. En definitiva, todos somos víctimas circunstanciales de unos acontecimientos que si deseamos cambiarlos hemos de clamar justicia y denunciar las estructuras económicas de un mundo que obliga a vivir a la mayoría en la incertidumbre y el deterioro social de modo estructural. Por esto, ahora más que nunca, toca entender y reflexionar la realidad para descifrarla sin los cuellos de botella que nos proponen unos mass media controlados por la casta político-financiera.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí