Jose María de la Red Mantilla

JOSE MARÍA DE LA RED.

El desmoronamiento de régimen de la Transición ante la opinión pública es un hecho incontrovertible. Todas las encuestas y estudios sociológicos dan cuenta de ello, con caídas vertiginosas de la confianza de los ciudadanos en líderes e instituciones. Incluyendo a la Monarquía, nada ni nadie se salva.

Ello no significa que estemos en los pródromos de un periodo de libertad constituyente en que los españoles decidamos darnos una Constitución que consagre un verdadero sistema democrático.

El régimen de la Transición ya es hoy como esas manzanas de casas viejas de vetustos cascos urbanos, que unas se apoyan en otras y, aunque inhabitables, entre todas se mantienen en pie precariamente.

La razón por la que los principales partidos del régimen, incluidos los nacionalistas, mantienen su apoyo a la Monarquía, es que ellos se apoyan en la corona, del mismo modo que la corona se apoya en ellos. El primero que se derrumbe hará caer a los demás. Ni la Monarquía ni los partidos están dispuestos a pasara a la historia por ser los primeros, aunque permanecer en el actual estado suponga habitar en permanente indignidad. Pero tampoco desean que nadie inicie obras de rehabilitación, pues temen perder en ellas sus actuales prebendas.

Hoy nos enteramos de una noticia singular, el Sr. Rubalcana se ha reunido en Ferraz con Navarro (PSC) y Más (CiU), y les ha explicado su proyecto de federal para resolver la cuestión de la organización territorial del Estado.

Algunos quizás lo entiendan como un replay de los Cien mil Hijos de San Luis contra la mayoría absoluta reinante, que puede ser. Pero también como una desesperada maniobra para atraer la atención de los que, según las encuestas, ya no les siguen, y hace temer a las oligarquías partidistas convertirse a corto plazo en minoría testimonial de un pasado que la ciudadanía va proscribiendo mes a mes.

El ejemplo más evidente de burla a la ciudadanía en comunicación nos la ofrece el líder del PP, que para evitar contacto directo con los periodistas y tener que contestar preguntas comprometedoras, se escuda tras una pantalla de plasma, hasta el punto de que en medios periodísticos se le apoda Mariano el Plasmático.

La clase política no acaba de enterarse de que la política de salón, de despachos y pasillo alfombrados donde las oligarquías de la partidocracia deciden sobre lo divino y lo humano, ya no interesa a sus votantes; lo que quieren los ciudadanos es que los políticos les expliquen a ellos en primer término y sin reservas cuales son sus ideas y propuestas.

Esas reuniones a puerta cerrada, de las que nos enteramos después de ocurrir, y cuyo contenido real no trasciende a la opinión pública, suenan a conspiración de las oligarquías partidistas contra la ciudadanía, que ve, una vez más, como los intereses políticos de los partidos se imponen a los intereses generales.

Por otra parte, el federalismo, tal como reza el lema del escudo estadounidense (E PLURIBUS UNUM – De muchos uno) es un proceso de unificación política, mediante el que distintos territorios independientes entre sí se unen para formar un solo Estado.

España y el territorio sobre el que el Estado ejerce su soberanía ya es uno; de manera que cualquier propuesta federalista resultará hecha a la inversa del origen y fundamento del federalismo.

Pero ni la ciencia ni la razón parecen preocupar a esos federalistas heterodoxos; sino volver a ocupar, aunque sea con propuestas peregrinas, un hueco en la atención del ciudadano.

Además, por si no fuera bastante ese federalismo de salón, para saciar las ambiciones de los distintos grupos nacionalistas y justificar su aceptación se incorporará a la misma el reconocimiento del derecho de autodeterminación de cada uno de los territorios federales. Así, creen, los ánimos que ellos mismos han exaltado de los nacionalistas más pasionales podrán pasar sin atragantarse la píldora de su permanencia como ciudadanos españoles.

Una vez más, la partidocracia nos muestra sus modales, siempre de espaldas a los ciudadanos los políticos se ponen de acuerdo en sus despachos para determinar, conforme a sus intereses partidistas particulares, el destino de los ciudadanos, cuyo papel en la política queda reducido a ser marionetas movidas al antojo de las oligarquías.

Son Inventores de inventos, manipuladores de conciencias y sentimientos, para ocultar la democracia e impedir a los ciudadanos el pleno ejercicio de sus derechos políticos.

Que la desafección hacia la clase política y los partidos sea creciente, hasta el punto de haberse convertido en el segundo problema en el orden de las preocupaciones de los ciudadanos, según el CIS y la demás agencias de estudio de la opinión pública, no parece haber causado el más mínimo impacto en la conciencia de las oligarquías partidistas que impertérritas, continúan usando los mismos modos y maneras que la mayor parte de la ciudadanía condena.

Habremos de ser los ciudadanos quienes, actuado responsablemente frente a una clase política sorda, egoísta e ignorante de los más elementales principios de la Democracia, demos la espalda a la urnas en las sucesivas convocatorias electorales, como señal inequívoca de nuestra desafección al régimen partidocrático, y manera de poner en evidencia la deslegitimación democrática del régimen y sus partidos de Estado.

 

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