Martín Miguel Rubio

MARTÍN-MIGUEL RUBIO.

Las grandes Repúblicas de EEUU y Venezuela tienen en su historia inicial magníficos ejemplos de relación en su lucha por la libertad política y la emancipación nacional, que deberían rememorar ahora los Presidentes Obama y Maduro como forma sincera y de buena fe para reconstruir puentes de amistad entre los dos países tras la muerte del populista Chávez.

Uno de estos ejemplos fue el revolucionario venezolano Francisco de Miranda, que debería dar motivo a un simposio histórico y político entre historiadores y políticos de EEUU y Venezuela. Nacido en Caracas el 9 de junio de 1756 había combatido con valor e inteligencia a los británicos en la Revolución Americana junto con fuerzas de hispanos de distintos virreinatos. Y residiendo en Nueva York en 1784, supo atraerse al cauto Alexander Hamilton, el todopoderoso Secretario del Tesoro, con intrépidos planes militares para emancipar Venezuela del Imperio Español. Redomado mujeriego con un subrayado gusto por la opulencia, Miranda hablaba y hablaba con una elocuencia rápida y vehemente, paseando de un lado a otro por los salones dieciochescos con largas zancadas. Hamilton le había dado una lista de altos cargos militares americanos cuyos intereses podían estar estimulados por su plan. En los años que siguieron Miranda vivió en Rusia, haciéndose amigo de Catalina La Grande, que le otorgó el cargo vitalicio de coronel, también en Inglaterra, y como miembro de una división de dragones animaba a hacer la revolución en la América latina. Frustrado por los oídos sordos del rey Jorge, cruzó el Canal y llegó a ser teniente general en el Ejército Francés, siendo parte fundamental en la victoria de Valmy junto al gran Dumouriez. Luego llegó a desilusionarse con la Revolución Francesa, de la que escapó de milagro de la guillotina, y de la que escribió a Hamilton que había sido tomada por criminales carniceros canallas y una chusma ignara y brutal en el nombre de la libertad.

A principios de 1798, tras abandonar Francia, reanudó su cruzada para que juntas, Inglaterra y EEUU, arrojasen a España de América Latina.

Miranda era un estrecho amigo del yerno del Presidente Adams, William Smith, y quizás imaginó que en él encontraría un comprensivo oído en EEUU. En Londres había mantenido reuniones secretas con el embajador de la joven república americana, Rufus King, quien inmediatamente transmitió los contenidos de las reuniones al Secretario de Estado, Timothy Pickering. Miranda también escribió acerca de sus planes a Hamilton, quien no contestó sus cartas y garabateó encima de ellas lo siguiente: “Hace algunos años este hombre estuvo en América, muy apasionado con el proyecto de liberar Sudamérica del dominio español… Lo considero un aventurero intrigante”. Sólo después de llegar a convertirse en Inspector General del Ejército de USA, Hamilton contestó a las cartas de Miranda y entonces le advirtió que nada podía llevarse a cabo de su proyecto a menos que fuese “asumido benévolamente por el gobierno de este país”. Sin embargo, Hamilton respaldó el plan en su carta, previó un combinado de flota británica e infantería americana, y le informó de que estaba levantando un ejército de doce mil hombres. Esperando que el proyecto maduraría en invierno, dijo a Miranda que entonces sería feliz en su puesto oficial a fin de ser un instrumento de una causa tan noble. Al enviar esta contestación, Hamilton tuvo una estrafalaria precaución para preservar el secreto, enrolando a su hijo de seis años, John Church Hamilton, en el mismo, a fin de que esta carta secreta no llevase su caligrafía. El niño también copió una carta para Rufus King en Londres, apoyando el alocado complot de Miranda y esperando que la proyectada fuerza terrestre fuese completamente americana. “El mando supremo en este caso recaería de forma natural en mí y espero no defraudar ninguna ilusión”- decía Hamilton.

Aparentemente, Hamilton estaba profesando una doctrina de neutralidad hacia Gran Bretaña y Francia, mientras en secreto contemplaba una invasión emancipadora de Venezuela con el apoyo británico. Estaba también reuniendo un ejército con la intención de defender América contra una posible agresión francesa, mientras en realidad meditaba su uso en el hemisferio sur. También estaba dando ánimo a Miranda a través de canales privados en lugar de presentar el asunto directamente al presidente Adams, con quien apenas se comunicaba. (Por cierto, el segundo presidente de los EEUU ha sido uno de los presidentes más viles, crueles y mezquinos que ha tenido la gran República Americana). Esta proyectada misión, con Hamilton como su comandante supremo sedicente, le dio un interés particular en perpetuar el nuevo ejército y oponerse a cualquier flexibilidad con Francia. Escribiendo el borrador de una carta a Washington en diciembre de 1798, Hamilton afirmaba que el nuevo ejército debía conservarse porque “pueden imaginarse empresas en estos grandes momentos necesarias para los intereses permanentes del país, que ciertamente exigirán una fuerza disciplinada”.

A principios de 1799, Hamilton comenzó a presentar de un modo más abierto la operación a Sudamérica, diciendo a Harrison Gray Otis, que presidía el comité de defensa lo siguiente: “Si un imperio universal puede ser todavía el fin que persigue Francia, ¿qué puede mejor facilitar el fracaso de su proyecto que desvincular políticamente a Sudamérica de España, que es sólo el canal a través de cual las riquezas de Méjico y Perú son transportadas a Francia?”

Cuando finalmente el presidente Adams conoció con profundidad el plan hamiltoniano para Venezuela sentenció: “Yo no sé si reír o llorar”. Y siguió diciendo: “El proyecto de Miranda es tan visionario como una excursión a la luna en un carro tirado por un ganso. La invasión liberadora de nuestro país en Venezuela produciría sin ninguna duda una insurrección instantánea de toda nuestra nación, desde Georgia a New Hampshire”. Por otro lado, el grave asunto que se descubrió del gobierno español, referente a los sobornos que estaba recibiendo el general Wilkinson de la corona española para transferir el territorio de Kentucky a España, apartó durante un tiempo el Proyecto Miranda-Hamilton, que sería retomado unos años más tarde sin estar ya Hamilton entre el reino de los vivos.

Por lo que respecta a Francisco de Miranda, continuó su vida errante y aventurera en pos de la libertad venezolana y de otros ideales nobles. El republicano Thomas Jefferson (lo que son las cosas; cuando llegó a ser presidente, olvidándose de sus viejos dogmas, intervino de forma decidida y contundente en la política internacional) apoyó decisivamente las pretensiones de los criollos levantiscos contra la Corona española, y entre ellos estaba Miranda que en sus expediciones de 1806 tremoló el primero, la bandera tricolor, siendo también el primero que dio el grito de independencia sudamericana. Monroe lo apoyó también sin reservas muchos años antes de ser presidente y emitir su famosa proclamación de “América para los americanos”.

Francisco de Miranda llegó a ser Generalísimo del ejército rebelde venezolano, de sus fuerzas de mar y tierra, y dictador hasta 1812, en que capitulando en Valencia ante las fuerzas de Monteverde, perdió su prestigio de tal modo, que el mismo Bolívar se declaró contra él, siendo devorado por la propia revolución bolivariana, envenenada por los protagonismos y la celotipia. Había capitulado ante los españoles bajo la condición de que sería deportado a los Estados Unidos de James Madison, pero no se cumplió esta condición y fue enviado a Puerto Rico y de allí a Cádiz, en cuyo arsenal murió después de haber pasado cinco duros años de prisión húmeda e insalubre. Uno de los hombres más instruidos de aquellas grandes revoluciones de finales del siglo XVIII y principios del XIX, sabía hablar a la perfección diez idiomas, y leía a los clásicos en griego y latín. En honor de Cristóbal Colón llamó Colombia a una gran nación que soñaba con mucha más extensión que la actual y que competiría con los propios EEUU. Sus ideas políticas fueron más nobles que las del resto de los libertadores sudamericanos y, sin duda, su legado político, como el de Alexander Hamilton, debería justificar sobradamente un acercamiento de las dos grandes repúblicas americanas. Y lo mismo que lo mejor de los EEUU es su democracia hamiltoniana, lo mejor de Venezuela han sido sus valores y mundivisiones mirandeses. Francisco de Miranda constituirá siempre una hermosa y flameante bandera americana. Y el mejor pretexto para una reconciliación sincera entre Obama y Maduro.

 

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