Luis López Silva

LUIS LÓPEZ SILVA.

Los actos de objeción y rebeldía que constantemente se suceden por doquier desde el inicio de la crisis en el entorno europeo obligan a revisar los viejos clichés de la organización democrática en una Europa políticamente esclerótica, porque seguramente, si  hubiéramos tenido unas reglas democráticas más abiertas y una democracia con unas coberturas político-sociales que hubiesen repartido el coste de la crisis de forma más equitativa, los conflictos sociales permanecerían agazapados, ya que la ciudadanía percibiría al sistema democrático como una palanca de poder para garantizar en tiempos de tribulación la cohesión social, principio este,  “sine qua non” para favorecer la convivencia de la diversidad social en un pacto común de libertad, igualdad de derechos y oportunidades. Pero el problema es que la crisis ha revelado  que ésta mal llamada democracia ,y por ende la libertad y la justicia,  son meros ectoplasmas que pululan de aquí  allá en mente de unas élites políticas y económicas que emplean la democracia contra el estado y el estado contra la democracia, hallándonos en una situación degenerada en la cual los estamentos de poder real  intentan vaciar de sentido los principios democráticos en un intento de desarraigar al ciudadano de la más preciosa y poderosa arma de hacer valer su dignidad, sus deberes y derechos en unos entornos económicos y sociales adversos.

Por eso, forjar la democracia es una tarea ardua cuando poderes fácticos desde fuera y desde dentro del sistema presionan en una dirección autoritaria, deshabilitando reglas y socavando principios esenciales que identifican a la libertad y a la democracia. Y aun más costosa es esta labor forjadora cuando la mediocridad política de la masa ciudadana se entrega a la servidumbre voluntaria o consentida del poder establecido, desestimando su propia dignidad, contraviniendo su voluntad de autonomía personal y  desincentivando el interés general.

Esta pretensión de infabilidad de los gobiernos y poderes financieros actuales es una argucia de muy poca consistencia cuando se entiende por infabilidad el tratar de dilucidar para los de más una cuestión sin que se les permita escuchar lo que se pueda argumentar en contra. “El no hay alternativa” de ahora es otra argucia sibilina que trata de perpetuar un orden que beneficia económicamente a pocos y esquilma a la mayoría, que protege privilegios de una minoría y despoja de derechos básicos a la inmensidad. Por esta razón es prioritario remover los resortes del poder que bloquean la justicia, atenazan la libertad e intentan homogeneizar a los individuos en una especie de campo de girasoles. La democracia verdadera es salvaguarda de la libertad, tanto individual como política,  y ofrece pautas de gobierno acordes para que los individuos no sean cohibidos a la hora de reivindicar sus derechos de ciudadanía, instigándoles a comportarse con ejemplaridad y distinción en sus funciones de ciudadano. Sin embargo, lo que ofrecen nuestras declinantes democracias, si es que se las puede llamar así, es una amalgama de anomia social, plutocracia y partidocracia, es decir, de dinero, poder político y pasividad social que poco a poco va minado la confianza del pueblo, convirtiendo la democracia en una estafa que nos deriva hacia una atomización social egotista del “sálvese quien pueda”. Por eso, cuando el poder constituido (el Estado) y sus constituyentes (los ciudadanos) cesan sus funciones de mutua vigía, el sistema democrático se desvirtúa y termina alterando su función preferente de reconducir los conflictos sociales hacia términos tolerables y factibles. No en vano, la crisis es consecuencia de un síntoma de esta naturaleza que no supimos diagnosticar o que si lo diagnosticamos no estuvimos a la altura de tratarlo eficientemente debido a intereses inconfesables que a la postre, una vez confesados, nos han avergonzado a casi todos.

Forjar la libertad es un acto democrático  al igual que forjar la democracia es un acto de libertad, sin libertad no hay democracia y sin democracia es imposible la libertad; Estos axiomas exponen a las claras la necedad del europeísmo contemporáneo, que con su política económica y social excluyente dirigida desde Bruselas y otros organismos económicos internacionales apuestan por desustanciar el hecho democrático y  de crear la desafección ciudadana para que rehúse de la democracia. No obstante se equivocan, porque  la rebeldía y la insumisión civil que hoy vemos brotar de la base social es la prueba fehaciente de que el pueblo sabe hacer frente a los impostores, y que no podemos contar ni con los estados ni con los poderes económicos para la de defensa por la democracia; que por el contrario, debemos ser los ciudadanos los forjadores del sistema político democrático, en el cual, nuestra libertad y derechos se encuentran más preservados.

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