Martín Miguel Rubio

MARTÍN MIGUEL RUBIO.

Hace sólo unos pocos meses se publicó, en el marco de las Obras Completas de San José María, como 3º Volumen, las Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, una cuidadosa y concienzuda edición crítico-histórica preparada bajo la dirección de José Luis Illanes, y fruto del trabajo del Instituto Histórico “San Josemaría Escrivá de Balaguer”. El libro, obviamente, es de Ediciones Rialp, S.A. , y aporta notas y comentarios que ayudan sin duda a entender en profundidad el texto, en su perspectiva textual, literaria, espiritual, teológica, canónica, etc. Es decir, ayuda a revelar lo que ya la semiótica de Julia Kristeva llamaba “el ideologema”.

Para quienes ya habíamos leído hace muchos años este libro (las veintiuna ediciones españolas anteriores suman un total de 232.350 ejemplares, a los que habría que sumar los 119.639 ejemplares que se vendieron en distintas lenguas extranjeras en otra docena de ediciones ), la nueva lectura no sólo supone un alegre reencuentro con el “esforzado escritor” San Josemaría, sino que también implica el conocimiento del entorno histórico y religioso en el que se fraguaron las seis entrevistas y la homilía de Pamplona, y el modo en que fueron elaborándose los textos desde la oficina del apostolado de la opinión pública hasta ser publicados en 1968.

El primer conocimiento podría ser sencillamente el desvelamiento de un pequeño misterio: ¿Por qué un escritor de raza como San Josemaría, con un gracejo singularísimo de escritor con voz propia, no había escrito nada para su publicación desde Camino? ¿Por qué guardó silencio durante más de treinta años? En parte por el frenesí trepidante de la Obra y, en parte, porque algunos deseos de San Josemaría (como convertir el Opus Dei en una prelatura personal y otras ideas que entrañaban más poder a los seglares chocaban con la Iglesia prevaticanista de los años 40 y 50, y buena parte de los 60, que podía ver en ciertos rasgos del pensamiento del Padre posturas cuasianticlericales.

A pesar de estar compuesta esta obra por seis entrevistas y una homilía-manifiesto, el libro está perfectamente cohesionado por varias ideas-fuerza que atraviesan sus partes y le dan un sentido unitario, casi de tesis. Estas ideas se cuajan en ocho temas, que son los siguientes: la realidad espiritual y apostólica del Opus Dei (diríase que para San José María la gran revolución religiosa que supone el Opus Dei es hacer del laicado el protagonista verdadero y sujeto de la Historia de la Iglesia, siendo el resto (clero) la comparsa necesaria); la libertad de sus fieles en todas las cuestiones temporales (en el Opus caben todos los cristianos con cualquier ideología política: la actividad política de Rafael Calvo Serer, por ejemplo, lo demostró); la búsqueda del Opus Dei de una configuración jurídica adecuada a su naturaleza (la prelatura personal que no llegó a ver San Josemaría y, desde luego, una “organización desorganizada”); la Iglesia como comunidad viva transformadora del mundo; el Concilio Vaticano II y los años que le siguieron; la valoración del mundo y de las realidades terrenas; la cultura y la misión de la Universidad; la complementariedad varón-mujer y su reflejo en la familia y en la sociedad.

Al Dios invisible que buscamos sólo lo podemos encontrar en las cosas más visibles y materiales, en este mundo tangible y mejorable. Todos los caminos del hombre normal tienen el aroma del paso de Dios. La herencia que quiso dejar San José María a los miembros del Opus Dei fue un indesmayable amor a la libertad y un buen humor inexpugnable, pase lo que pase. En el Opus Dei el pluralismo ideológico es querido y amado, no sencillamente tolerado y en modo alguno dificultado. El respeto a la libertad de sus socios es condición esencial de la vida misma del Opus Dei. Y dirá en una entrevista Monseñor Escrivá: “Si se diera alguna vez – no ha sucedido, no sucede y, con la ayuda de Dios no sucederá jamás – una intromisión del Opus Dei en la política el primer enemigo de la Obra sería yo”.

En estas Conversaciones para San Josemaría la comprensión de la Inglesia como una comunidad viva se funda en la misión confiada en Cristo. La Iglesia es, ante todo, una misión en marcha, y ello podría explicar que algunos teólogos hablen de cierto mesianismo opusdeísta.

La atracción del Opus hacia el mundo intelectual provocó que durante muchos años esta “particica de la Iglesia” recibiese injustificadamente acerbas críticas por clasismo. Pero si entendemos las razones del amor de San Josemaría por la intelectualidad, en general, y muy particularmente por la Universidad, expuestas en estas Conversaciones, en seguida absolveremos al Opus Dei de ese pecado de clasismo y falso señoritismo intelectual. En San Josemaría la atracción hacia los intelectuales nace de su atracción irressistible a la verdad que fundamenta todas las cosas, a la verdad última. Los intelectuales son aquellos hombres que se definen fundamentalmente como buscadores de la verdad, “Dsetoûntes tês alêtheías”, y al desentrañar los misterios del universo, la vida y el ser del hombre, nos ayudan maravillosamente a comprender mejor a Dios.

Dígase lo que se diga sobre el Opus Dei (la parte de la Iglesia más calumniada sin duda, más abiertamente demonizada), la idea que de la mujer tuvo San Josemaría, expuesta en la entrevista de Telva, en 1968, fue la noción más “progresista” que nunca antes la Iglesia había tenido desde el punto de vista de los derechos políticos, sociales y profesionales. La palabras de san Pablo en la carta a los Gálatas 3, 28: “Ya no hay diferencia entre judío y griego, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”, sirven al Fundador del Opus Dei (que había abierto las puertas de la Obra a las mujeres en 1930) para sostener que varones y mujeres deben estar presentes, con una igualdad radical de derechos profesionales, en los más diversos ámbitos de la sociedad. El “Conditor Operis Dei” lo afirma y proclama con absoluta nitidez.

Respecto al amor entre hombres y mujeres sostiene que no se debe dar por supuesto jamás, sino que “debe ser recuperado en cada nueva jornada”, con sacrificio, con alegría – con sonrisas -, con detalles de delicadeza, con entrega. Y como dice la Escritura, “aquae multae” – las muchas dificultades, físicas y morales – “non potuerunt extinguere caritatem” (Cant. 8, 7) – no pudieron apagar el amor -. De ahí que soñara con que las familias cristianas fueran “hogares luminosos y alegres”, hogares en los que reinara la alegría que deriva del saberse amados por Cristo y desde los que ese amor y ese fuego se extendiera al resto de la sociedad.

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