Paco Bono Sanz

PACO BONO.

Dicen que han declarado la soberanía de Cataluña. ¿Un territorio soberano? ¡Venga ya! No hay soberano si no hay Rey, como no hay ciudadano sin república, entiéndanlo. No es cuestión de opinión, sino de definición. La confusión en materia política llega a tal punto, que cada vez se extiende más el uso de la palabra Estado para referirse a la Nación. Y de esto tiene mucha culpa la Constitución de 1978.

La Nación se hereda, el Estado se soporta. El Estado se debe poder cambiar, que para eso se inventó la democracia, inaplicada aún en España, para que ese cambio se produzca de forma pacífica a través de la política. Sin embargo, la Nación sólo se ha de romper con violencia física y verbal. España no es España por la Constitución de 1978, sino todo lo contrario, que dicho texto ha vinculado la Nación al Estado, y no al revés, hecho gravísimo. Ingenuos aquellos que creen que salvando al Estado de partidos y su carta magna se garantiza la existencia de España. ¡Pero si es el Estado de partidos el que ha facilitado la ruptura nacional sin violencia mediante el bloqueo de la voluntad popular en el Estado! ¡Insólita vuelta de tuercas!

La situación es tan perversa, que mientras los políticos nacionalistas con su acción, y los no nacionalistas con su dejadez y su complicidad en lo corrupto rompen una unidad de más de quinientos años en lo político y de cerca de dos mil años como pueblo (desde que Roma nos bautizó como Hispania), la Nación se conforma y no mueve un dedo para plantar cara al Estado que la estrangula. ¿No es delirante que aceptemos esto?

Los partidos y sus socios de poder repartido hacen de nosotros y de nuestro país lo que les conviene en cada momento, y es que nos han encerrado en la jaula del consenso de 1978, cuyos barrotes no nos permiten alcanzar la verdad, que aquí no hay democracia, que se impide la libertad de pensamiento dentro de lo público, que cada vez resulta más difícil referirse a España como Nación y no como simple Estado, que nos han convencido de que lo utópico es lo real y lo real es lo ilusorio. Padecemos un estado de neurosis nacional. Y esa enfermedad generalizada sólo se cura con la terapia de lo posible y lo probable, la libertad colectiva, la democracia,  esa gran desconocida en la España de ayer y de hoy.

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