PATRICIA SVERLO.

Día de autos, autobuses y tanques

A primeras horas de la mañana del 23 de febrero, los oficiales del Estado Mayor de la III Región Militar (Valencia) ultimaban los planes de movilización de tropas. A las 10:20, Milans se reunió con sus mandos y les informó de que en Madrid se podría producir un hecho “grave e incruento“, que se conocería por la radio, que el rey estaba enterado y que el general Armada daría las instrucciones oportunas desde el palacio de La Zarzuela. Pero el ministro de Defensa español, interpelado en el Congreso de los Diputados el 17 de marzo de 1981, no pudo desmentir que las primeras tropas en ponerse en situación de alerta, tarea que ya habían empezado el día anterior, fueron las de la base aérea de los Estados Unidos en Torrejón, a 6 kilómetros de Madrid.

Con algo más de retraso respecto a Milans y los americanos, alrededor de la 1 del mediodía, Tejero seleccionaba improvisadamente a los guardias civiles que le acompañarían a tomar el Congreso, sin darles demasiadas explicaciones sobre dónde iban y qué harían. Tras comer, en la Comandancia Móvil de la Benemérita, en Valdemoro (Madrid), les repartieron los fusiles y les hicieron subir a los autobuses.

Soldados 23f

Cuando ya habían pasado las 5 de la tarde, el gobernador militar de la Coruña, el general Torres Rojas, se presentó inesperadamente en el recinto de la División Acorazada, en Madrid. Quienes ya estaban informados del golpe (Pardo Zancada, entre otros) aprovecharon el momento para compartir su secreto con los otros mandos militares. A estas horas, Armada hacía vida normal, despachaba como era habitual con el general Gabeiras, su superior inmediato, en el Cuartel General del Ejército, el JEME, en el palacio de Buenavista. Hacia las 6, Tejero conducía sus hombres a las Cortes con los seis autobuses previstos para la ocasión. Varios agentes de la SEA (Sección Especial de Agentes, unidad operativa del CESID creada por Cortina meses antes), todos ellos guardias civiles (Rafael Monge, Miguel Sales y Moya), ayudaron a los asaltantes, conduciéndoles hacia el Congreso. Uno de los coches se quedó aparcado allí, entre los autobuses, en la calle Fernanflor, y Salas tuvo que ir a recuperarlo más tarde. A las 6 y 22 minutos Tejero y quienes le acompañaban entraban en el Congreso disparando tiros al aire y pronunciando frases famosas para la historia: “¡Se sienten, coño!” Como bien había anunciado Milans, la irrupción se pudo seguir en directo por la radio y la televisión.

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A Su Majestad el ruido de los disparos le pilló en chándal, preparándose para jugar un partido de squash con Ignacio Caro y Miguel Arias, que le esperaban con Manuel Prado y Colón de Carvajal.

Cuando la reina oyó (no se sabe si por radio o televisión) aquel discurso del capitán Muñecas a los diputados del hemiciclo (“no va a ocurrir nada, pero vamos a esperar que venga la autoridad militar competente…”), se le escapó: “¡Ése es Armada!” Mientras Milans decretaba el estado de sitio en Valencia, con un bando calcado al del 18 de julio de 1936, aunque explicando a los más próximos que no se trataba de proclamar el estado de guerra porque todo estaba dentro de la Constitución, en Madrid la DC Brunete empezaba a ponerse en marcha. El general José Juste Fernández, cabeza de la DC y próximo al Gobierno de Suárez acababa de enterarse de los planes golpistas. Aparte de otros detalles, Pardo Zancada y los otros le dijeron que Armada dirigiría la operación desde La Zarzuela. Para asegurarse de que la información que le estaban dando era correcta, cuando apenas habían pasado dos cuartos de set intentó contactar con él en la Casa Real. Pero como no estaba, le pasaron al secretario, Sabino Fernández Campo.

Sabino Fernandez CampoSegún la versión oficial, Sabino desmintió con una seguridad sorprendente que Armada hubiera de aparecer: “Ni está ni se le espera“. No se sabe a ciencia cierta de qué hablaron ni en qué tono, pero, a resultas de esto, Sabino se enteró de algunos detalles que no le hicieron gracia. Muy en particular, que los golpistas estaban invocando a la Corona con frases poco afortunadas (“el rey está al tanto de todo“, “contamos con las simpatías de la reina”…). Hombre cauto por naturaleza, se sintió un poco alarmado, y fue rápidamente a hablar con el rey. Juste, a su vez, aunque supuestamente ya había sido informado de que el rey no apoyaba al golpe –según la versión oficial, se había sentido aliviado (“¡menos mal!“)–, permitió que la DC Brunete, que seguía bajo su mando, empezara a movilizarse para ocupar militarmente los puntos clave de Madrid, entre otros la sede de Radio Televisión Española, con tres escuadrones, y varias emisoras de radio. Por otro lado, continuó haciendo gestiones para localizar a Armada fuese donde fuese. Cuando Sabino fue a hablar con el rey, se lo encontró al teléfono con Armada, en el momento en qué este le decía: “Recojo unos documentos y voy para allá“. El secretario le hizo gestos al monarca para que si le era posible interrumpiera la comunicación un momento y, en un aparte, lo convenció de que no era nada aconsejable que Armada se presentara en La Zarzuela, en medio de tanta confusión. Y el monarca, como tantas otras veces, aceptó la tutela de Sabino.

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A las 7 de la tarde, las emisoras locales de Valencia empezaron a transmitir el bando de Milans y los tanques salían a la calle. Tras más de una hora intentándolo, el jefe de la DC, el general Juste, finalmente conseguía contactar con Armada en el Cuartel General del Ejército. No se sabe de qué hablaron, pero la DC no retiró sus tropas. También habló con el ex-secretario del rey, el general Aramburu, director general de la Guardia Civil, que estaba en el Hotel Palace en un improvisado Cuartel General de mandos militares para vigilar desde el exterior lo que sucedía en el Congreso.

Aramburu reclamaba a Armada con urgencia, para hacer de intermediario con los asaltantes: “¡Alfonso, vente para acá, porque a mí no me obedecen!” Desde las 8 de la tarde, Sabino Fernández Campo prácticamente no se desenganchó del rey. Decidieron conjuntamente, como forma de cautela, evitar la entrada del general Armada en La Zarzuela, aunque mantuvieron contacto telefónico permanente. Y telefonearon a todas las capitanías generales, zonas marítimas y regiones aéreas, para sondear la situación. La orden que les transmitieron fue que nadie tenía que hacer nada sin consultarles antes. La reina Sofia desveló años más tarde que la actuación del rey con los militares en el 23-F fue un “juego voluntariamente ambiguo”, y que les había hecho creer que estaba con ellos.

Rey y MilansEntre las muchas cosas raras que pasaron aquel día, se encuentra el hecho de que un miembro de la Guardia Real había conseguido entrar desde el primer momento en el Congreso. Fue aquel guardia el que telefoneó a La Zarzuela para facilitar el número de teléfono a través del cual Sabino podría hablar con Tejero y preguntarle qué pretensiones tenía. Pero la gestión no fue posible, porque Tejero se negó a hablar con el secretario de la Casa (el rey ni lo intentó), y anunció que sólo recibiría órdenes de Milans del Bosch. Con Milans del Bosch, en cambio, la primera conversación (aproximadamente a las 8 de la tarde) la tuvo Juan Carlos, y todas las demás a lo largo de aquella noche. No había para menos, teniendo en cuenta que Milans era el militar más monárquico de España, y amigo personal de Juan Carlos desde hacía muchos años. Había asistido al bautizo del príncipe Felipe, y recibido al rey interino en el aeropuerto de Barajas para felicitarlo cuando volvió de la campaña en Al-A’yun… El rey nunca había tenido motivos para dudar de su lealtad.

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