MANUEL GARCÍA VIÑÓ.

Editorial Anagrama acaba de publicar la copiosa correspondencia –casi seiscientas páginas– entre Jack Kerouac y Allen Ginsberg, las dos principales figuras de la generación beat. Con ellos, formaron parte de la misma Lawrence Ferlinghuetti, William Burroughs, Gregory Corso y alguno más. El de los beatniks fue uno de los –principales— movimientos antisistema que surgieron en la década de los 60 y que se interpenetraron y se influyeron mutuamente. Los otros fueron el Mayo68, el situacionismo, el orientalismo y la contracultura, que, a mi juicio, terminó por englobarlos a todos.

Hay cosas, movimientos sociales, situaciones, acontecimientos que, si no los explica la astrología –la astrología cientifica al estilo de la de Lisa Morpurgo, André Barbault, incluso Karl Gustav Jung— no los explica nada. Acontecen por el mismo tiempo en distintos lugares con parecidas características y con la misma intención.

Son especialmente reseñables estos movimientos por contener una base filosófica, pero, en ese tiempo, a partir de los últimos años de la década anterior, se dio también una enorme eclosión de tendencias pictóricas y formulaciones estéticas, junto a la actividad de grupos de teatro underground y de escritores dedicados a enterrar la novela tradicional y a ensayar nuevos temas y, sobre todo, nuevas técnicas, tales el objetivismo o nouveau roman en Francia, los angry young men en Inglaterra, los nuevos narradores en Alemania, el grupo de la novela metafísica en España, etc. En los Estados Unidos, el teatro de los Tenesee William, Arthur Miller, etc., la música de grupos como los vétales y el corpus nvelístico de la generación perdida dibuja un nuevo panorama.

Aparte los ensayos teóricos sobre la novela de Alain Robbe-Grillet y Michel Butor, en Francia y, en España, los de Carlos Rojas, Manuel García Viñó y Andrés Bosch, hubo dos libros fundamentales,: La sociedad del espectáculo, de Guy Debord, y, muy especialmente, El nacimiento de una contracultura, de Theodore Roszak, que fue el catecismo de una generación de universitarios norteamericanos. Sin que quepa olvidar a Marcase, Norman Brown ni a todos los que filosofaron después sobre esos movimientos o sobre el porvenir de la novela, como Alan W. Watts, Maurice Nadeau, Claude Mauriac, Mariano Baquero Goyanes, Juan Ignacio Ferreras, José María Castellet, Gaëtan Picon, Jean Bloch Michel y el propio Michel Butor. Estética y ética estaban en la base de la nueva visión de la literatura.

Dos acontecimientos, derivados de unas ideas en ebullición, conmovieron a la juventud y a los artistas plásticos y literarios, eternos jóvenes: el Mayo68, en París, y las revueltas de la Universidad californiana de Berkeley.

He dicho antes que la palabra contracultura englobó, en cierto modo, todos los movimientos. Y pienso que fue así porque todos fueron, fundamentalmente, antisistema y situados frente a la tecnocracia y sus derivaciones materialistas, antiespirituales, deshumanizadoras… Se renovó la escala de valores, se elevó la consideración de la creatividad y la libertad, mediante el rechazo de todo dogmatismo. Se quiso que el mundo fuera más poético, y, todo ello, desde el desarraigo, la marginalidad, la transgresión, la consideración de la literatura como un arma, como un medio para transformar el mundo, no sólo en el sentido de la justicia social, sino también el de que la vida se convirtiera en una aventura interesante. Otro libro fundamental de aquel periodo fue The outsider, de Colin Wilson.

Todos los movimientos fueron especialmente juveniles. Como dijo el editor del mencionado libro de Roszac, no era la primera vez, a lo largo de la historia, que los centauros arremetían contra el templo de Apolo, y tampoco era la primera vez que los marginados del sistema intentaban alterar el contexto cultural. La novedad de la contracultura estribó en que la rebelión, a uno y otro lado el Atlántico, no la encabezaron los pobres, los desheredados de la fortuna, sino los hijos, algunos privilegiados, de la sociedad. Todos estos movimientos se fraguaron en universidades. Y las protestas, y el intento –y en buena parte logro —de hacer añicos la tabla de valores burguesa y conformista—, de tirar por tierra el sistema no fue cosa de necesitados de bienes y alimentos materiales, sino de insatisfechos ante la opulencia hueca, el prosaísmo de una vida sin contenidos sustanciales, la inoperancia ante la necesidad, que ellos sentían, de realizar todas las posibilidades del ser humano.

He acometido la escritura de este texto espoleado por la reciente publicación de la correspondencia entre Kerouak y Ginsberg, cuya lectura me ha despertado a la vez el deseo de señalar que La Fiera Literaria y quienes la hacen están en esa onda. No es sólo que simpaticemos con aquellos postulados, sino que intentamos resucitarlos.

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