President Ángel Cabrera

ÁNGEL CABRERA.

En diciembre de 2011 el llamado Consejo de Visitantes -equivalente del patronato en una fundación española- de la Universidad George Mason anunció el nombramiento de Ángel Cabrera como rector. Así, se convertía en el español con un puesto de responsabilidad más alto en el sistema educativo de EEUU. George Mason tiene 6.000 empleados, 33.000 estudiantes y está entre las 50 universidades más importantes del mundo en Ciencias Sociales y Economía, según el ranking de la Universidad Shanghai Jiao Tong. Cabrera llegó a George Mason el 1 de julio desde Arizona, donde había dirigido desde 2002 la escuela de negocios Thunderbird, considerada como el mejor MBA internacional del mundo. Antes había sido decano del Instituto de Empresa, en Madrid. Su aterrizaje se produce en plena transformación de la enseñanza superior en EEUU y en el mundo. Las grandes universidades de ese país ya ofrecen cursos on linegratis, y los estados están recortando de forma dramática la financiación en educación.

Pregunta.- ¿Cómo ve la educación en 15 ó 20 años en EEUU y en España?

Respuesta.- Son dos modelos distintos. En España se ha buscado la igualdad y la homogeneidad y se ha pagado un precio muy alto. En EEUU hay mucha diversidad. Las nuevas tecnologías pueden favorecer a las mejores universidades -que tienen muchísimos más recursos-, y ser muy peligrosas para las que están en la parte más baja de la escala, porque ya están presentándoles alternativas.

P.- No me ha contestado cómo ve la educación en España.

R.- Mal, pero con matices. Es un país que no tiene un peso económico descomunal, pero que posee tres escuelas de negocios [Iese, Instituto de Empresa y Esade] que están siempre en los ránkings de las mejores del mundo. ¿Por qué? Porque están al margen del sistema público de universidades, sin las limitaciones de la universidad pública, y con mucha competencia entre ellas. Así que, en las áreas donde ha habido competencia y diversidad, y el Gobierno no ha regulado demasiado, España ha brillado.

P.- ¿Y la universidad pública?

R.- La universidad hace dos cosas. Una es aumentar la productividad, dar educación a la población. Ésa es la parte que España ha hecho bien, porque ha aumentado en una generación el número de gente con formación. La otra cosa sólo la logran las universidades de élite: atraer el mejor talento del mundo, generar ideas, investigación, acelerar el proceso de creación de nuevas empresas… Para eso no vale tener universidades decentes, sino universidades muy buenas. Y ahí fallamos. Para ser una economía competitiva, España necesita dos, tres, cuatro universidades reconocidas internacionalmente. Los datos lo demuestran. En George Mason hemos comparado el ranking de Shanghai de las 200 mejores universidades del mundo, donde no hay ni una española, con la población de cada país y del Índice de Competitividad del Foro Económico Mundial de Davos. La correlación es brutal. Nos la estamos jugando.

P.- ¿Cuál es el problema?

R.- El gobierno de la universidad. Para llegar a presidente de la Complutense, por ejemplo, tienes que ganar una elección en la que votan los alumnos, los empleados y, sobre todo, los profesores, que son los que más votos tienen. De modo que al final te eligen tus colegas. Eso se hizo así porque veníamos de 40 años de franquismo en los que la universidad no tenía independencia académica, pero es una democracia mal entendida, porque los empleados eligen al jefe. El rector de la Complutense no va a tomar decisiones que molesten a quienes le han votado. A mí me ha elegido un consejo de 16 ciudadanos de Virginia, nombrados por el gobernador del estado. Es un trabajo por el que no cobran, pero que es socialmente muy prestigioso. Yo me reúno con ellos seis veces al año y, si no les gusta lo que hago, me echan. A cambio, tengo autonomía para seleccionar al profesorado. Les pago lo que ellos y yo pactemos. Algunos profesores ganan 300.000 dólares [230.000 euros] brutos anuales; otros, 50.000 dólares [38.000 euros]. Y ésta es una universidad pública.

P.- Eso sería imposible en España.

R.- Si Einstein estuviera vivo y dijera «quiero trabajar en tal ciudad española», la universidad pública de esa ciudad no podría contratarle. «Es que usted es americano», «es que usted no tiene el doctorado convalidado»… Y, si al final lo ficharan, vendría el «es que sólo le puedo pagar 70.000 euros». No hay autonomía, hay exceso de regulación y no hay asunción de responsabilidades. El contribuyente paga, pero no puede pedir cuentas a la universidad. El sistema no es perfecto en EEUU, pero es mucho mejor.

P.- En EEUU es clave lograr financiación.

R.- Es una parte importantísima del trabajo de un rector.

P.- Y ¿hasta qué punto eso cuestiona la independencia académica?

R.- Nuestra obligación es evitar eso. Pero no hay sistemas infalibles. Por ejemplo, nosotros tenemos el centro de investigación en economía Mercatus, que recibe mucho dinero de gente que es promercado, así que tenemos un sistema para que los donantes no tengan ni voz ni voto en la elección de las líneas de investigación, y que exige que lo que salga de Mercatus tenga calidad científica.

P.- Ahí surge otro problema: ¿qué es mejor para un profesor: publicar un artículo cada dos años en una revista científica o hacerlo en un medio generalista y hacerse famoso?

R.- Nos interesan las dos cosas. Somos una institución académica y nos tenemos que batir el cobre en las revistas científicas, pero el servicio que nos hace Tyler Cowen cuando aparece entre los 100 pensadores más influyentes del mundo de la revista Foreign Policyes tremendo. Para ganar la cátedra tienes que demostrar una actividad científica tradicional. Pero, a partir de ahí, puedes incrementar si quieres tu influencia entre el público.

P.- Las finanzas de las universidades de EEUU son muy volátiles porque se financian en parte con sus propias inversiones.

R.- Las privadas no tienen ayudas públicas, y tienen que financiarse así. Nosotros tenemos un patrimonio muy pequeño, de 60 millones de dólares [49 millones de euros; el de Harvard es de 25.000 millones de euros], y ése no es nuestro problema. Nuestra volatilidad procede de los ingresos fiscales de Virginia.

P.- En esta crisis, en Europa y en EEUU, el ajuste fiscal se hace recortando en educación.

R.- Sí, y eso, a largo plazo, es suicida. Se ha realizado un cambio en el contrato social sin debate público. La educación superior ha dejado de ser un bien público para ser un bien privado. También en España, aunque a un nivel infinitesimal. Hace una década, si ibas a una universidad pública en EEUU, el estado iba a cubrir la mayor parte del coste de tu educación. Ahora corre de tu cuenta. El dinero por alumno que nos da el estado ha caído a menos de la mitad en términos reales. Consecuencia: la matrícula es el doble, pese a que nuestros costes por estudiante sólo han aumentado un 6%.

P.- ¿Y qué incentivos tiene un político para invertir en educación, que no va a dar beneficios hasta dentro de 15 años, cuando ya haya dejado el cargo?

R.- Tiene que darse cuenta de que es el futuro de su país.

P.- Pero no hay muchas ofertas para universitarios. Yo soy asturiano, ¿de qué sirve un título en Filosofía y Letras por la Universidad de Oviedo? ¿De qué sirve un título de un community college en EEUU?

R.- Sirve. Yo apuesto que el licenciado en Filosofía y Letras de Oviedo va a encontrar antes un empleo decente -incluso aunque no tenga nada que ver con lo que estudió- que quien no acabó el instituto. Todos conocen al fontanero del barrio que gana mucho dinero, pero donde se genera empleo de verdad es en sectores que exigen al trabajador valor añadido, y esos empleos requieren estudios. ¿Quién tiene un buen trabajo, el que a uno le gustaría que tuvieran sus hijos: bien pagado, estable, con prestaciones extrasalariales, una buena perspectiva de jubilación…? Lo tiene quien tiene educación. Y esa tendencia se refuerza cada día. Tener un título universitario no te garantiza ese buen trabajo, pero aumenta tus posibilidades una barbaridad. Y eso también implica que uno no acabe nunca su educación.

P.- Una cuestión más personal. Usted ha alcanzado notoriedad con su uso de Twitter.

R.- Yo llegué aquí después de que esta comunidad hubiera tenido el mismo rector durante 16 años, y Twitter me ha ayudado mucho para darme a conocer y para adquirir información. Me ha cambiado la vida, la manera en la que me comunico y consumo noticias…

P.- Y ya no compra periódicos.

R.- Son suscripciones en mi iPad al Financial Times, al Wall StreetJournal, al New York Times y a The Economist. Pero ahora en la universidad estamos en un proceso para redefinir nuestro futuro y yo uso mucho en las reuniones el caso de la prensa. Hace 10 años también había en muchos entornos un estado de negación que llevaba a pensar que el periodismo no iba a cambiar con internet. Y ha sido una revolución. En el mundo universitario nos estamos resistiendo, pero la tecnología nos está cambiando y nos cambiará muchísimo más, porque también ofrecemos contenido, y con una tecnología arcaica: un señor se pone en una sala y habla a un grupo de personas.

P.- Algunas de las universidades más prestigiosas del mundo ya distribuyen cursos on line gratis. ¿Van a repetir el mismo error que los medios de comunicación?

R.- Puede que haya algunos aspectos parecidos. Desde que empezó YouTube ya te podías bajar clases de la gente más brillante del mundo, pero ahora se está dando un paso más con los Massive Online Open Courses, que ofrecen un curso entero, donde te unes a una comunidad que aprende lo que tú. Así que dan contenido más experiencia y, encima, gratis y de las mejores marcas del mundo.

P.- ¿Los profesores que apoyan el offshoring [que las instituciones educativas muevan parte de sus actividades a otros países con menores costes] seguirán defendiéndolo aunque les quiten su cátedra porque hay un tipo en Bangladesh que da las mismas clases por internet cobrando la décima parte?

R.- En el offshoring en manufacturas, el puesto de trabajo se va a donde el producto puede ser hecho de la manera más barata, pero en el caso de la educación superior no va a ir al más barato, sino a la mejor marca. Si Harvard pone una batería de cursos on line con su marca, lo más probable es que el estudiante de Bangladesh quiera hacer esos cursos, no viceversa. Y como el coste marginal de esos cursos on line [el coste de tener un alumno más] tiende a cero, es posible que al final las grandes marcas tengan más poder.

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