Paco Corraliza

PACO CORRALIZA.

La pertinencia de rescatar y analizar la época iniciada en la Revolución-Reacción francesa no se debe tanto a la conveniencia de resaltar, una y mil veces, su rotundo fracaso respecto a la consecución de la Libertad Política. Volver sobre ella es pertinente en la actualidad porque triunfaron todos los cientifistas mitos «filosófico-psiquistas» que entonces se proclamaron e impusieron; esos mitos no fracasaron sino que vencieron. Las mentiras y supersticiones que se institucionalizaron componen los eslabones de cabecera de una férrea y reptil catenaria racionalista sobre cuya cola cascabelera todavía cabalgamos. El ideológico Estado-Nación que entonces triunfó sigue todavía hoy arrojando oscuridad y sus serviles dueños continúan intoxicando con su lenguaje fantasmal las deformadas mentes de los actuales europeos.

En la esfera de los asuntos políticos, allí donde originalmente no triunfa la Libertad como potencia constituyente, vencerá el Poder constituido una y otra vez, pues en sí mismo encuentra su mejor reconstituyente. Por eso, en política, la importancia del origen es trascendental: para Platón (Las Leyes) “el origen, debido a que contiene su propio principio, es también un dios que mientras vive entre los hombres, mientras inspira sus empresas, salva todo” (1); o, para Polibio, “el origen no es simplemente una parte de la totalidad, sino que penetra hasta el fin” (1).

Qué gigantesca la diferencia entre los aduladores y autocomplacientes mitos racionalistas europeos de la «Voluntad General», «derechos sagrados», «Nación», «soberanía nacional» o «leyes de validez universal» frente al sencillo reconocimiento interpersonal y la mutua confirmación de los primeros colonos americanos, ya antes incluso de embarcarse rumbo a las colonias: “que toda esta aventura es resultado de la confianza mutua que depositamos los unos en los otros, de tal forma que ninguno de nosotros se hubiera aventurado sin contar con la confianza de los demás”; todos resueltos a mantener “promesas y vincularse” (1.629)(1). ¡Cuánta sencillez, cuánta cordura, cuánta sobria sensatez y humildad espirituales en esos «libertófilos» emigrantes, tan afirmativos de su humanidad como distintos del mítico “buen salvaje” ancestral al que tuvo que recurrir Rousseau para encontrar un ser humano decente!

Ya dijimos que nuestra Psique animal, nuestra Psique racional, por ser producto del discurrir temporal y por su origen material, se ve obligada a ser retro-realista y materialista. Las leyes con que pretende guiarse hacia el futuro sólo pueden escribirse y ser confirmadas por el pasado; su ceguera es consustancial a su condición material. Por eso, cuando lo racional se desliga de hechos contingentes inmediatamente observables de la materia y, haciéndose clarividente, se endiosa y quiere sustituir al espíritu personal (y al interpersonal Inter-esse) en el devenir político de una Comunidad, necesariamente ha de caer en mitos totalitarios y traicioneros, en la superstición, en el ciego interés inmediato, en el oportunismo insensato y en la injusticia de lo justiciero. Sus atemorizados seguidores, agrupados en nación, facción o partido y narcotizados de autosuficiente vanidad, renuncian a su propio espíritu y reniegan de la espiritual libertad compartida; reniegan de la libertad colectiva a cambio de una supersticiosa seguridad en el poder del grupo abducido por la razón artificial que para sí mismo fabrica y a sí mismo se da.

Los revolucionarios franceses, entregados a esa «fiebre psiquista», pretendiendo dejar atrás las cadenas del poder clerical, la corona absolutista y la religión, cayeron en el mayor sacrilegio liberticida de todos los tiempos: se hicieron, de hecho, religionarios de la ciega razón del Poder y del Derecho. Toda la Nación (madre virginal) fue, en ese sentido, estatalizada; el Estado (padre-dios) se hizo «nacionario» (hacedor de la Nación y padrastro de sus nacionales hijos adoptados); la ley del Estado se tornó en divina e imperativa palabra. El «cuerpo social», como un todo, como un salvaje hijo animal, debía ser disciplinado por la Razón, debía ser racionalizado por su divino padre racional. El Estado-Nación devino Gran Hacedor del hecho nacional y se conviritió en nacionalista Hechicero; sus leyes auto-complacientes cercaron su coto privado de presentes privilegios y condicionaron el futuro nacional con normas que, a tiro pasado, se convertían en auto-cumplidos sortilegios.

El 10 de Agosto de 1.793 (poco más de seis meses tras la decapitación de Luis XVI entre gritos de ¡Viva la Nación!), se celebró el primer ritual cerca de la Bastilla: se rindió culto a una escultura dedicada a la Naturaleza (Fuente de la Regeneración) con la inscripción “Todos nosotros somos tus hijos”. El presidente de la Convención y miembro del Comité de Salud Pública, Hérault de Séchelles, comenzó así su discurso: “¡Soberana de lo salvaje y de las naciones iluminadas!”(2). Por su parte, la Catedral de Notre Dame fue testigo metafórico de otras alegorías religionarias: presenció el culto a la Razón primero (10/Noviembre/1.793); después, al absolutista Ser Supremo (08/Junio/1.794). Posteriormente se convirtió en almacén de grano y alimento para el «cuerpo social» azotado por la escasez y, finalmente, el 2 de diciembre de 1.804, vio cómo Napoleón se ajustaba la corona de emperador sobre su propia cabeza, ante el papa Pío VII.

Desde el soberano Poder monárquico y absolutista se llegó al Poder absoluto del republicano Estado nacional-soberanista, gracias a la Revolución-Reacción de los iluminados ilusionistas, obsesionados con la Nación racional y la ficticia “Voluntad General” del soberano «cuerpo social», impotente y desfigurado animal atrapado en la jaula estatal. La Nación, “el disfraz más vulgar y peligroso que el absoluto [invocado] vistió nunca en la esfera política”(1), quedó a merced del Estado ideológico, de sus supercherías y de su hambre de dinero. Así, devino carne de cañón y de fondos financieros para alimentar todas las supersticiosas ideologías que el vampírico Poder ansiaba maridar con su «nacionario» Estado-Dinero. ¡Viva la república, la Libertad ha muerto!

 

(1) ARENDT, Hannah. “Sobre la Revolución”. Cap. V: “Fundación (II). Novus Ordo Saeculorum. Alianza Editorial, S.A. 2.004. [Ed. original: 1.963].

(2) AULARD, F-A. “Le culte de la Raison et le culte de l’Être Suprême 1.793-1.794”: Félix Alcan, Editeur. 1.892.

 

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