PATRICIA SVERLO.

La idea de la evolución del sistema de Torcuato era que hacía falta “integrar” a la izquierda sin potenciarla. Y calculaba que sólo se integraría si se sabía débil. El mecanismo para llegar a una cosa tras otra era la represión pura y dura. El 6 de febrero se dictó la Ley Antiterrorista. El 3 de marzo, la Policía abrió fuego contra una manifestación obrera en Vitoria, y mató a cuatro manifestantes e hirió a otros muchos. En aquel momento, Adolfo Suárez estaba como ministro interino de la Gobernación sustituyendo a Fraga, de viaje por Alemania. Alrededor de las 5 de la tarde se había celebrado una enorme asamblea de huelguistas en una parroquia de las afueras de Gasteiz. La Policía echó botes de humo en el interior de la iglesia para obligarles a que salieran. Pero afuera también había un gran número de manifestantes concentrados. La Policía no dudó en utilizar las armas de fuego contra ellos. Aun así, tuvieron que pedir contingentes de refuerzo a Burgos, Logroño, Donostia e Irún para “apaciguar” la situación. El 5 de marzo se celebraba en Gasteiz el funeral por los muertos, con una nueva manifestación masiva. El rey siguió todos los acontecimientos de cerca: “Noche dura la de anteayer, Alfonso. ¿Estuvo Suárez tan bien como dicen?“, preguntó a Alfonso Osorio, que, naturalmente, le confirmó que el ministro interino había estado formidable. Por primera vez el rey se fijó en Suárez.

Por su parte, la oposición de izquierdas seguía luchando por la ruptura. Aunque tanto los líderes del PCE como los del PSOE, entre otros, ya habían pactado con la Corona una clase de rendición a cambio de ciertas cuotas de poder, todavía no habían podido controlar a su militancia de base, que no sabía nada de las conversaciones secretas ni de los compromisos que habían adquirido sus dirigentes. Haciendo un papelón indecente, se sumaron a los otros en la Coordinación Democrática, más conocida como “Platajunta“. La coordinadora unía, en una sola organización, a la Junta Democrática (en la que estaba el PCE y otros partidos, la mayoría a la izquierda de éste) y la Plataforma de Convergencia Democrática (con el PSOE como epicentro). El 29 de marzo se reunieron en el despacho de Antonio García Trevijano, apasionado impulsor de la Platajunta, representantes de todos los grupos: Comisiones Obreras, Movimiento Comunista, Partido Carlista, Partido Comunista, Partido Socialista Demócrata, Partido Socialista Obrero Español, Partido Socialista Popular, Partido del Trabajo y Unión General de Trabajadores. Y al finalizar, entregaron un documento a la prensa que se podía resumir en una idea básica: “Coordinación Democrática se opone a la continuidad del Régimen“. Solicitaba la liberación inmediata de los presos y detenidos políticos, sin exclusión, el regreso de los exiliados, la plena libertad sindical, los derechos y libertades políticas de las diversas nacionalidades, apertura de un periodo constituyente… Y el manifiesto lo firmaron todos los grupos asistentes, excepto los democristianos de Joaquín Ruiz- Jiménez. La Policía hizo acto de presencia en el despacho de Trevijano y detuvo allí mismo a los reunidos. Pero no todos recibieron el mismo trato. Raúl Morodo y Javier Solana (el de la OTAN), por ejemplo, dos de los que fueron detenidos aquel día, tuvieron buenos padrinos para conseguir salir a la calle inmediatamente. Iñigo Cavero, Fernando Álvarez de Miranda y otros ministros se interesaron por ellos y fueron puestos en libertad. Quedaron detenidos, en cambio, Marcelino Camacho, Nazario Aguado, José Álvarez Dorronsoro y Antonio García Trevijano. Trevijano, Tono para los amigos, había acertado cuando aquella vez, hacía más de diez años, se lo había adelantado al entonces príncipe Juan Carlos. El primer Gobierno del rey le había enchironado sólo cuatro meses tras la coronación. Juan Carlos, compungido, le envió un mensaje a Carabanchel a través de un emisario: “¡Hay que ver, Tono, que estoy de rey y no puedo hacer nada!

Trevijano, Montero, Morodo y Camacho

Trevijano, Montero, Morodo y Camacho

El 4 de abril, en Madrid se convocó una manifestación proamnistía, que Fraga prohibió terminantemente. Aun así, se llevó a cabo y, sorprendentemente, el PCE fue uno de los grupos que la convocaron. Está claro que esto facilitó que la Policía detuviera a los comunistas que consideraba más peligrosos, con la idea de dejarlos encerrados por lo menos hasta el 1 de mayo, previendo las movilizaciones que se podrían organizar aquel día. De este modo consiguieron que el día de los trabajadores se registrara una “baja conflictividad”, en gran medida gracias al PCE, que buscaba la respetabilidad para incorporarse de lleno a la transición pactada. En el ámbito del nacionalismo vasco, sin embargo, los problemas no remitían. El 5 de abril se produjo una fuga masiva de presos políticos de la prisión de Segovia. Aun cuando la mayor parte fueron detenidos al día siguiente, la reacción represiva no se hizo esperar. El día 8 la Policía abatió a disparos a dos militantes de ETA, el 25 a uno más y, en menos de 40 días, se produjeron 140 detenciones.

Otro acontecimiento importante en este período fue el de Montejurra el 9 de mayo, también con Suárez de ministro interino (de nuevo sustituyendo a Fraga, que andaba por Venezuela). Se trataba de un acto de un sector de los carlistas, los de Carlos Hugo, que apoyaban la ruptura desde una postura nacionalista. El suceso se quiso presentar como un enfrentamiento entre esta sección carlista y otra sección, la que apoyaba a otro Borbón, Sixto. Pero en realidad eran miembros de la ultraderecha quienes, apostados en un terraplén, dispararon sobre la multitud que subía hacia el monasterio de Iratxe, cerca ya de la cumbre de Montejurra. Hubo un muerto y varios heridos, pero a José Luis Marín García-Verde, más conocido como “el hombre de la gabardina”, que fue fotografiado allí mismo pistola en mano, no se le juzgó nunca. Hoy vive como jubilado en Huelva. Fue un toque de atención a quienes querían salirse del redil, del camino que iba marcando la Transición. Y la manera como se resolvió, sin que la sangre llegara al río, pacíficamente y sin historias vengativas, era un mérito más que Suárez podía apuntar en su historial, de cara a un futuro ascenso que no tardaría en llegar.

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