PACO BONO.

En España no tenemos cultura sobre la libertad política; la verdad es que apenas sí la hay en toda Europa. Ya lo explicó Don Antonio García Trevijano en su magnífico libro Teoría Pura de la República: una república parlamentaria de partidos llevó a España a la guerra civil y al Viejo Continente a la victoria del nazismo. La partidocracia, por su propia condición de poderes no separados, y a causa de su obsesivo deseo de homogeneización social e ideológica de la nación, supone un camino fácil para el totalitarismo. ¿Cómo es posible que vistas sus terribles consecuencias continúe siendo la forma de gobierno más habitual en todo el mundo? Debido a que, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, que debía maniobrar con rapidez, optó por reimplantar las partidocracias en Europa con objeto de controlar a los prebostes de los nuevos regímenes parlamentarios ante el peligro de expansión del totalitarismo comunista.  Ellos sabían que lo que se instauraba en Europa no eran democracias, pero antepusieron su estrategia a esta verdad, aceptando sus consecuencias posteriores.  No les resultó difícil, puesto que los europeos siempre hemos sido fieles siervos, ya de Señores, de Reyes, de dictadores y, ahora, de partidos… Una gran mayoría ignora que la forma de Estado es la estructura política de un país, y la forma de gobierno es la manera en que esa estructura organiza sus poderes ejecutivo y legislativo.

En el caso de España, la forma de Estado es la monarquía (antidemocrática por su esencia) y la forma de gobierno la partidocracia (antidemocrática por su procedimiento). La partidocracia es un término moderno, difundido en España, entre otros, por el propio Don Antonio García-Trevijano, y cuyas raíces son “partis”, del latín, partido, partición, y “kratós”, del griego, poder. El objetivo de todo gobierno es el poder, y he aquí la clave de la partidocracia, ya que su finalidad no es el control y limitación de ese poder, como sí lo es en el caso de la democracia, sino su asignación entre los distintos partidos hasta la conformación de una oligarquía o élite superior subvencionada, con funcionamiento empresarial, que utiliza los comicios de reparto porcentual como excusa para someter a sus designios e intereses todos los aparatos del Estado no separados en origen y que son mantenidos por la Nación a través de los impuestos.

Los partidos políticos en España no se articulan, por tanto, como meras asociaciones de carácter ideológico, que sería lo deseable si nos organizáramos en democracia, sino como herramientas de acción política exclusiva y excluyente. La partidocracia española se fundó a través del consenso, y de ese contrato consensual ha derivado la fuerza del Estado y la debilidad de la Nación, hasta tal grado, que nos han llegado a convencer de que ambas cosas son lo mismo; otra terrible equivocación, herencia del totalitarismo. Es la Nación la que debe controlar al Estado, y no al revés. La democracia cumple esa función de salvaguarda y limitación de poder; la partidocracia, no.

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