Bombazo en Cataluña, pero sin sangre y con algunos heridos: los 18 partidos políticos catalanes que se presentaron a las elecciones cosecharon una abrumadora derrota a manos de la abstención: 1,6 millones de catalanes deslegitimaron en las urnas a los principales dirigentes políticos y a sus aparatos, dejando a CiU que con solo 1,11 millones de votos se proclame pírrica ganadora de unas elecciones en las que todas las formaciones pasan ahora a depender de los fondos públicos y a olvidarse de sus exiguos respaldos.

Frente a esa gran mayoría de 1,6 millones de catalanes, los resultados de los partidos resultan ridículos. 496.000 votos de ERC no son ni la tercera parte de los abstencionistas, al igual que los 523.000 del PSC, los 471.00o del PP o los 358.000 de ICV, filial de Izquierda Unida. Los Ciutadans se quedan en 274.000 y los de la CUP en 126.000. Los votos blancos, nulos y a 11 partidos extraparlamentarios van directamente a la papelera, cuando podían haber proporcionado a la abstención casi 300.000 electores más. Con un sistema de representación por distritos, muchos de ellos estarían en el Parlament, pero la “casta” catalana impide la democracia con su sistema de ausencia de división de poderes que investigue la corrupción y su reparto proporcional de escaños que permite a los partidos hacer unas listas de “elegidos” para que sean pastorilmente confirmadas por una pequeña parte de electores engañados y otra parte aprovechados. Pero ayer Cataluña hizo saltar por los aires esa ficción que ha durado más de tres décadas y hoy la abstención es la primera fuerza política. La Libertad Constituyente debe abrirse paso ya.

 

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