LUIS LÓPEZ SILVA

La Democracia actual se halla encadenada a vicios y dinámicas que la debilitan y socavan de un modo sutil y perseverante. Entre los factores que inoculan los virus antidemocráticos podemos distinguir a los partidos políticos, revertidos en partidocracia, la indiferencia civil y la onerosa promiscuidad entre la elite del dinero y la política, cúspide ésta dónde se cocinan habitualmente los destinos de la sociedad. Hemos de tener en cuenta que para que una sociedad se precie como democrática ha de ofrecer al menos los siguientes criterios: participación y representación efectiva, igualdad de voto, alcanzar una comprensión ilustrada, ejercer el control sobre la agenda y la inclusión de los ciudadanos a la participación. Como podemos observar, la mayoría de las democracias del mundo, y por supuesto la nuestra, no desarrolla plenamente los criterios citados, por lo que podemos decir que no existe una democracia real o una poliarquía. No obstante, esta regresión democrática creo que no se puede analizar solamente en términos estrictamente políticos, sino que es admisible que intervenga otro factor más etéreo, un factor psíquico que yo denomino el factor sadomasoquista.

Como bien sabemos, el mecanismo sadomasoquista consiste en una relación dual de dominio-sumisión en la que las dos partes se necesitan mutuamente para satisfacer sus deseos más inmediatos. En política esta relación de servidumbre consentida emerge del miedo a la libertad, del goce ciudadano de sentirse tutelado por poderes superiores. Una prueba relevante de tal circunstancia, se evidencia en muchos de los parlamentos supuestamente democráticos que legislan a espaldas del ciudadano aunque con la venia de éstos. Aquí, en nuestro país, un caso sobresaliente fue cuando se aprobó una tanda de recortes antisociales y reformas inútiles y todos los diputados de la bancada se levantaron para aplaudir obscenamente dicha aprobación, y una diputada en particular, dijo aquello tan famoso de “que se jodan”. Este sadismo contra el pueblo que lo vota es ejemplo eminente del factor sadomasoquista. A nivel de Europa, el sadismo neoliberal de los teutones con su ortodoxia fiscal es más de lo mismo, una anti-política que desde el Estado trabaja contra el Estado social y democrático de derecho. No sorprende pues, que susodicho sadismo político no sea más que el anverso del masoquismo de unos ciudadanos anulados e impotentes por el poder que consienten y unos gobiernos nacionales abocados a la impotencia e impericia por el sadismo financiero europeo, en la que se puede aplicar la máxima de que los Estados reinan y los mercados gobiernan.

Sin duda, los partidos políticos y quiénes los financian han estudiado muy bien las emociones del deseo y del miedo en las masas, herramientas estas que les sirven para gestionar a propio beneficio las lealtades ideológicas y gustos hedonistas del pueblo, para atenazar así, la voluntad de autonomía personal que se necesita para ejercer la libertad. Esta deriva tecnocrática profesada por la comunión de instituciones políticas y corporaciones financieras contra los derechos esenciales de libertad e igualdad de los individuos debe suscitar alarma entre la población para reaccionar ante el peligro, pero antes hemos de salir del circuito sadomasoquista, deshacer las lianas de la perversión y desalienar nuestra conciencia de poderes intrusos que consagran su supremacía a costa de humillar la dignidad individual y sacrificar derechos sociales. Una dignidad y unos derechos que son indispensables para provocar las condiciones sociales, económicas y culturales que generan el caldo democrático que han de beber la generaciones futuras si deseamos que el ideal democrático se perpetúe y perfeccione, porque la democracia es cosa de todos y si todos no estamos dispuestos a luchar por las instituciones políticas que garantizan las consecuencias deseables de la democracia, es muy posible que las tiranías y despotismos se asienten por derecho propio en nuestras comunidades, alejándonos de la libertad, la paz y la prosperidad.

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