Pedro M. González

PEDRO M. GONZALEZ.

No solo he perdido un amigo. La inteligencia de la Libertad Colectiva se ha quedado sin una de sus mentes principales. La inesperada muerte de Jesús Santaella ha llenado de tristeza por igual a repúblicos y juristas de buena ley. Oír la noticia de la boca de García-Trevijano y en Radio Libertad Constituyente ha sido el epílogo personal para una admiración sentida y razonada. Aún redactando mi último artículo le citaba como doctrina autorizada.

La fidelidad personal a D. Antonio y la larga amistad entre ambos catalizó su participación activa en las ideas de la Democracia en Radio Libertad Constituyente, donde le conocí y tuve el honor de trabajar codo a codo en el programa “Independizar la Justicia”. Del Letrado veterano aprendí todo lo que pude, al Jurista le escuchaba en silencio razonar en Derecho impecablemente cuando sentaba doctrina. Del repúblico, la lealtad en el ejemplo de puntualidad en el cumplimiento de sus compromisos voluntariamente adquiridos, sin fallar nunca a la cita. De él recibí la noticia de otra pérdida en las filas de nuestros colaboradores, la Magistrado Raimunda de Peñafort.

No tenía ninguna necesidad de embarcarse en un proyecto radiofónico que lo significara personal y políticamente sin nada a cambio más que la satisfacción de colaborar en la acción por la Libertad Colectiva. El éxito profesional de Santaella era de sobra conocido y llevaba aparejado la carga de una agenda repleta de compromisos. Ello no impidió que puntualmente, todos los lunes por la mañana estuviera al micrófono y que entre semana preparáramos intensamente las noticias más importantes del mundo judicial para servirlas tamizadas por el criterio de D. Antonio y de él mismo, auténticos señores del programa. Para un presentador era un descanso, la conversación, el debate, fluían naturalmente, sin estridencias pero sin recato a la hora de denunciar la injusticia y la ficción de poderes separados. En ocasiones y al surgir una noticia de última hora, de vacaciones o en fin de semana, recibía en mi móvil los mensajes de Jesús comentándola que terminaban: “hay que hablar de esto el lunes”.

Sí Jesús, hablaremos de esto el próximo lunes. Hasta siempre.

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