MANUEL RAMOS.

 

Si en algún caso existe salvación civilizada dentro de esta crisis total, será por la cultura que cultiven (valga la redundancia) los ciudadanos. Dicha cultura no puede producirse si no se ve abonada por la libertad, sobre todo la de pensamiento. Las cadenas que arrastramos durante siglos, a las que muchos españoles les han gritado vivas, no han sido de hierro en su mayoría. Han sido culturales. Bien es verdad que los espíritus libres son indomeñables y la genialidad siempre ha encontrado sus vías para escapar al control y la represión. Sin embargo, hoy parece que no puede existir ninguna manifestación cultural que no pase por la vigilancia y el control del Estado.

 

El denostado ministro Wert ya anunció que acabaría con la “cultura de la subvención” pero que en ningún caso acabaría con las subvenciones. Si no, de qué viviría su partido, ¿de sus afiliados?. Su expresión no fue más que un juego de palabras puesto que la “costumbre” de vivir de la subvención (que es a lo que él se refería en realidad) es precisamente como funciona este sistema. El miedo de muchos apesebrados de las arcas públicas gritan ahora contra las decisiones del gobierno que decide reducir el presupuesto que antes se gastaba con profusión. Se ha producido una pataleta en gran parte de Europa en protesta por el corte del grifo en muchos proyectos. The Guardian está recogiendo en un mapa colaborativo las diferentes protestas clasificadas cualitativa y geográficamente. La voz se ha propagado en España y muchos afectados por los recortes han acudido al mapa para señalar su caso. No en vano es llamativa la multitud de casos aflorados en nuestro país. Esto demuestra que la materia cultural española estaba sustentada en su mayoría por fondos públicos. ¿Quiere decir esto que desaparecerá la cultura tras la crisis? Todo lo contrario, probablemente sea ahora cuando se pueda manifestar realmente el latir cultural de los artistas y creadores.

 

En todas las épocas de la Historia, la creación es sinónimo de ruptura con lo establecido aunque siempre guarde un vínculo tradicional en su base que sirva como elemento constitutivo de la identidad cultural. No surgen creadores de la nada sino que se cimentan tras el tiempo, mediante el cultivo del saber y el arte. Esta actividad del ser humano no puede verse constreñida por el corsé de los convencionalismos. La coyuntura es siempre opresiva para el arte que, o tiene una vocación universal o es folclórico. Ambas manifestaciones culturales trascienden las épocas pues no están atados sino que evolucionan y buscan siempre nuevos caminos.

 

Si estamos de acuerdo en que el arte debe ser libre, parecerá entonces una necedad que alguien intente controlar dicha fuerza creativa mediante la coerción económica, burocrática, institucional y, sobre todo, moral. Pues eso es en lo que se ha convertido el Estado Español, un verdadero tirano cultural. La subvención es el látigo con el que ha sometido a los dóciles paniaguados que han rendido pleitesía a este régimen. Se ha generado un clima de asepsia cultural, fruto del consenso, que se ha dedicado a purgar los supuestos pecados del pasado lavando con paños ideológicos el patrimonio artístico de todos los españoles. Nos quieren hacer olvidar la Historia, la Filosofía, la Literatura, en definitiva, las Humanidades que conforman siglos de hallazgos y búsqueda intelectual. Este intento de “revolución cultural maoísta”, profundamente ideológica, es fruto de la falta de libertad de pensamiento, es decir, la carencia de formación básica para poder generar un criterio ante la vida. Ahora bien, uno de los factores más atenazadores de la cultura en España es la subvención, como ya se ha dicho. Cualquier ciudadano reconoce que los artistas están desconectados de sus preocupaciones, no le estimulan intelectualmente y observa cómo grandes cantidades de dinero se dedican a macro-proyectos que no entiende. Esta lejanía que se siente en la sociedad es propia de la alienación que existe entre el Estado y el ciudadano puesto que la cultura es estatal, no del ciudadano. No estoy refiriéndome a la cultura popular, necesariamente.

 

Aunque ahora aquí no hay espacio para reflexionar sobre un tema tan amplio, cabe apuntar que habrá ciertos aspectos de carácter conservacionista y difusor que el Estado debería tener a su cargo para facilitar así el principio de igualdad de acceso a la cultura básica. Estoy pensando en ciertos museos, bibliotecas e instituciones que el Estado pueda permitirse. Pero insisto, la creación en el arte y el intelecto sólo puede darse en espacios de libertad. Esto afecta directamente a cualquier tipo de subvención a proyectos culturales. La aceptación de la libertad colectiva lleva aparejada la supresión de este yugo estatal. Esto implica la desaparición del Ministerio de Cultura, por ejemplo. Un invento de tintes orwellianos que sólo sirve para generar afectos al régimen. Una vez liberados de estas cadenas aparecerá, por fin, la verdadera cultura de la nación. Una cultura que siempre tenderá a ser subversiva e inquieta, pero siempre será reflejo de la sociedad en la que habita.

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