PACO BONO.

No son ellos, señores, aquellos quienes con porra y escudos, formando un ejército sin igual, se atrincheraron alrededor del Congreso recreando la escena numantina, no son ellos los culpables, ni se les puede atañer responsabilidad alguna; ellos no matan por el régimen, no amenazan con ello, se defienden de las pedradas y detienen lanzadores a la orden de los que designan sus salarios, los políticos de los partidos subvencionados, los mismos que tratan a los falsos rebeldes como a niños traviesos y a los ciudadanos como a imbéciles.

 

El otro día hubo violadores de la libertad a ambos lados de la muralla uniformada. Violadores con chaqueta, inviolables por mandato constitucional, franquista, traidores de Transición, socialistas, populares, partidócratas, todos juancarlistas; pero también violadores desaliñados, “perroflautas”, gritones de tres al cuarto que no han dado un palo al agua en su vida, farsantes fingiendo una lucha que refuerza al sistema que nos arruina y da aliento a los elementos políticos atrincherados en el Congreso-Estado del “consenso” en los despachos ajenos.

 

Un idiota en la red tachaba de asesino a un policía. ¡Manda huevos! Ese idiota estuvo a un lado de la verja, ansioso, armado por la farsa, reaccionario, enarbolando banderas del fracaso… Junto a dicho sujeto, algún diputado de la izquierda social de Estado, que no la izquierda civil, tan clandestina como la derecha callejera, se sumó al alboroto por un rato, vaya fiesta, menuda conjura de necios, qué delicia estar entre los “suyos”, jóvenes indignados, los mismos que ni  estudian, ni trabajan, incansables aspirantes a convertirse en insectos, los posibles futuros chupópteros de lo público (que dicen que no es de nadie). Ellos no exigen libertad política, sino cambio de acción dentro del mismo régimen; forman parte de la social-partidocracia subvencionada, son fundamentalistas adheridos a doctrinas reaccionarias que nutren el Estado de “bienestar”, confeccionado para ellos a cambio de su servidumbre, para su manutención sin esfuerzo, mientras se somete a un terrible secuestro a la sociedad civil activa y trabajadora, la emprendedora y leal, la valiente y pensadora, rescatada por las familias, el búnker de supervivencia en estos tiempos de incertidumbre ciudadana y podredumbre humana, en el que a los patriotas se les niega la Patria natural, y a los héroes el heroísmo. Ellos habrían de ser los verdaderos indignados, piensan muchos…

 

Sin embargo, ¿de qué sirve indignarse? Afirma Don Antonio García-Trevijano en su libro “Libertad Constituyente”, que “no tiene cabida en la menta sana indignarse contra lo normal y lo esperado. En la indignación tiene que haber algo sorprendente, no previsto ni previsible. La indignación contra lo normal , en un régimen sin libertad política colectiva, es una pasión de consumo para siervos dirigidos por malvados”. ¡La calle es un monstruo sin identidad! ¡Por eso es tan fácil de manipular si se dispone de los medios! ¡Muchas banderas tricolor!, ¡pero muy pocos símbolos reivindicativos de la libertad política!, porque los que portaban los estandartes, los de la cabecera, los “indignados”, no ambicionan democracia formal, sino república de partidos, el mismo perro sin rey, más intervención del Estado “social”, menos libertad ciudadana, más previsión, más control, más autoridad, más consenso, ¡menos sociedad civil! Demasiado montaje para una cuadrilla de trasnochados.

 

¿Para qué mil quinientos policías si sólo se trataba de un millar de “indignados”? Todo estaba planeado, se mostraron las imagen que interesaban a sus protectores políticos, esos oportunistas, estafadores en la acción política, usurpadores sociales, en tanto en cuanto no permiten la opción de la democracia, porque niegan la libertad política, competencia exclusiva de sus partidos, esas moles de pensamiento único y de frustración continua que se levantan junto a sindicatos y patronal sobre un pueblo incauto que los sostiene con sus impuestos, robo legal del esfuerzo ajeno ¡tremendo negocio del marquesado moderno!

 

Se nos ha negado la verdad, la certeza de lo posible y lo probable, la libertad. Por eso triunfaron, en el espectáculo de la tele basura noticiera española del multicanal, las miles de piedras lanzadas por los “indignados”, ocultando bochornosamente la reivindicación pacífica de millares de personas de a pie que allí acudieron para reclamar libertad política, y que se vieron, de nuevo, eclipsados por esos energúmenos de la primera fila, los actores con sueldo. La razón y el propósito de esta movilización fueron tergiversadas, y lo son hoy hasta en medios que utilizan la libertad como nombre, muchos de ellos son cómplices de la mentira política y se prestan a tratar al pueblo español como un rebaño. El hecho de que un sólo diputado de la izquierda partidocrática se atreviera a cruzar la valla para gritar con los manifestantes, demostraba que la toma del congreso iba a fracasar porque iba a ser manipulada.

 

Es una pena. ¡Cuánta gente digna embarrada por los indignados y sus socios del poder! Esta guerra, la de la libertad política, no se ganará con ninguna gran batalla, sino con pequeñas acciones constantes desde las millones de trincheras ciudadanas pacíficas, esos refugios de inteligencia al servicio de la verdad, defendida en el día día, difundida casa a casa, puerta a puerta, de boca en boca, escribiendo sobre ella, llenando internet de consignas y mensajes, creando vídeos y, sobretodo, no participando en los comicios del sistema. Aquí está nuestra baza, la educación, la fuerza de las familias, la inercia de los ciudadanos que no se rinden ni ante la ancianidad más cansada. Esto jamás podrán manipularlo porque está lleno de identidad, porque ellos no pueden vivir por ti.

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