PATRICIA SVERLO.

Como Franco continuaba sin dejar el poder, Don Juan comenzó a pensar que tendría que hacer algo para conseguir el trono. Jugó esta carta con el apoyo de los aliados, fundamentalmente de los Estados Unidos e Inglaterra. Por el regreso de la República sólo apostaba abiertamente la Unión Soviética de Stalin. El resto estaba en contra de la Alemana nazi, desde luego, y, de rebote, contra el fascismo español de Franco. Pero no hasta el punto de permitir que en España volviera al poder la izquierda surgida de las urnas el 16 de febrero de 1936 con la coalición del “Frente Popular”. Por eso apoyaban formalmente el restablecimiento de la monarquía controlada de Don Juan.

En este contexto, el infante Jaime, el sordomudo, que se había casado con Manuela Dampierre y había tenido dos hijos, rectificó por primera vez su decisión de renunciar al trono. Su hijo primogénito, Alfonso de Borbón Dampierre, llegó a ser el candidato patrocinado por la Alemana nazi a una regencia controlada por Franco, para mantener a éste y a la Falange en el poder.

Durante un breve período, pareció que los aliados iban a apostar por derrocar al Régimen de Franco y colocar en su lugar la monarquía de Don Juan, como mejor estrategia para proteger sus intereses. O por lo menos eso creía Don Juan. Pero mientras duró la guerra, estuvieron más interesados en intentar evitar que la España de Franco entrara en el conflicto al lado de Alemania. Se dedicaron febrilmente a esta tarea los servicios secretos británicos en España, que compraron la complicidad de banqueros, generales y políticos. Entre otros, en un puesto destacado, se hallaba Juan March, que era el gestor principal para contactar en España con quien hiciera falta, y para hacer los pagos correspondientes a militares del sistema con el fin de que se manifestaran en contra de entrar en la guerra y convencieran de ello al Generalísimo.

Según avanzaba la Segunda Guerra Mundial, y tan pronto como el Caudillo pudo adivinar la derrota alemana, se fue poniendo del lado de los aliados y se mantuvo al margen de la confrontación. A cambio, quería seguir mandando, y los aliados estuvieron de acuerdo. El apoyo a Don Juan sólo fue una manera de ejercer presión sobre el dictador. Fue una etapa de tensos tiras y aflojas. Impulsado por los aliados, en mayo de 1945, Franco envió a Suiza a José María de Areilza, conde de Mutriku, miembro del Consejo Nacional de la Falange, para comunicar al conde de Barcelona la rápida restauración de la monarquía pero sin identificar al futuro monarca, cosa que Don Juan rechazó.

El 4 de febrero de 1945, en plena euforia por la victoria final, Churchill, Roosevelt y Stalin se reunieron en Crimea, en la conferencia de Yalta, para decidir la suerte del mundo, la división de Alemania, la creación de la ONU, las nuevas fronteras y el reparto de influencias. En Yalta, España fue una pequeña anécdota. Pero los aliados consideraron que el hecho de que se restaurara la monarquía en la persona de Don Juan era una solución razonable. Al acabar Yalta, el conde ya creía que era rey.

 

 

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