JOSÉ JUAN MARTÍNEZ NAVARRO.

Con los ojos del Mundo aún asombrados por la visión de los hongos atómicos en Hiroshima y Nagasaki, Estados Unidos, al igual que hizo en la Europa humeante de postguerra, tuteló el diseño de un modelo conveniente para la reconstrucción política en Japón. Su Constitución de 1947 es producto del trabajo de los asesores del general MacArthur , permaneciendo su texto, por cierto, inalterado más de cincuenta años después del fin de la dominación militar de los demonios extranjeros en suelo nipón.

Japón es una monarquía parlamentaria, variedad coronada de un sistema que se ha dado en llamar por algunos “democracia parcial”, en tanto que son los miembros del Parlamento quienes eligen a un primer ministro de entre alguno de ellos, careciendo por tanto, igual que en Europa, de una verdadera separación de poderes, asunto en cuya glosa no voy a redundar –menos en esta sede, donde tanto y tan bien se ha escrito al respecto-: acaso sólo apuntar que en lugar de la alternancia de dos partidos fuertes, al modo nuestro y de tantos otros, un único partido dominante ha venido imponiendo a su candidato como presidente, sin posibilidades de alternancia con otros grupos siempre minoritarios.

Esa desgraciada semejanza en la carencia de un principio democrático fundamental no se compadece, empero, con el hecho conocido de la ausencia de una generalizada corrupción política en el Japón –de los pocos países del mundo que se salvan y se salvarán de la ruina económica actual- y a dos razones (seguro que hay más) achaco yo la explicación de tamaña paradoja:

Primera, la persistencia de ese sistema ético, alma de aquella nación, que es el Bushido. Esto es fácil de entender con un simple vistazo al panorama patrio, donde el concepto de honor queda tan lejano como los libros de caballería y donde ningún miembro de nuestra casta política (que sólo se parece a la de los samuráis en el celo de su feudo) da por supuesto que la buena reputación es “la parte inmortal de uno mismo, siendo todo el resto bestial”. Dicho en otras palabras, nuestra partitocracia –y no me refiero al Estado de Partidos, claro está, sino al agregado de políticos que conforman su clase- carece del sentido de la vergüenza, trasladándose diariamente a un estadio anterior al castigo primero y peor de la humanidad al probar el fruto del árbol del Edén. Pese a estar ahítos de manzanas prohibidas, ese castigo no parece hacer mella y el sentido de la vergüenza nunca aflora ni en Génova ni en Ferraz (léase la prensa de hoy).

La segunda razón que quiero referir es la existencia de independencia en el poder judicial (ya dije que en los otros no). Ésta es consecuencia del empeño del General MacArthur de ir incluso más allá del modelo americano (del que hablaré otro día) en lo que hace a la Administración de Justicia, implantando el modelo de elección por retención de cargos, que ya por aquellos entonces existía en algunos estados (el primero, Missouri, en 1940), e inspirándose particularmente en el de Alaska (vid “Mac Arthur’s Vision and the Reality or the Japanese Judicial System”, Nicholas Rezanof Rinard, 2000). El motivo fue dotar de independencia y representatividad a los jueces, en la inteligencia natural de que todo lo que tenga que ver con el ejercicio de una potestad en el nombre del pueblo debe contar con la elección del pueblo. Su mecánica, grosso modo, es la siguiente: una comisión evaluadora del gobierno (también se le llama a este modelo “Merit Plan” o “Merit Selection”) designa, conforme a sus méritos, a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, debiendo ser ratificadas o rechazadas estas designaciones en la próxima elección legislativa que sucediera a la designación del juez, en cuyo caso el nombramiento sería revocado si el pueblo vota negativamente su elección o mantenido (de ahí lo de “retención”) si el voto es positivo. La Corte Suprema elabora la lista de donde son escogidos los jueces inferiores. Un dato curioso es que, hasta donde he podido saber, los japoneses nunca han votado contra un magistrado de la Corte Suprema, ¿la razón?, pues se extrae de más arriba, el sentido del honor y del buen nombre, esto es, ya se cuidarán las instancias del poder político de poner de mandamás del Poder Judicial a alguien que con sus viajes a Marbella y/o abuso de dietas y/o tendencia prevaricadora cause el descontento del pueblo, dándole motivos a éste para rechazar su designación, para causar su vergüenza.

Ahora propongo el juego de imaginar cómo funcionaría este modelo en nuestro país sin perder de vista los escándalos del CGPJ en el pasado curso judicial, ejercicio muy recomendable de cara al curso recién estrenado bajo la presidencia de S.M El Rey, togado, investido con los atributos de Juez Supremo del Supremo (no me sale el equivalente a Generalísimo) y a quien también deberíamos remover del cargo, en este juego imaginario, si no fuese imparcial en el asunto vivo de su yerno el duque, que tanta duquela le causa.

A Pedro M. González, Abogado.

“Si el gobierno elige al juez, el gobierno administra justicia,

pues indirectamente hace la justicia quien hace al juez”

Juan Bautista Alberdi

 

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