RAFAEL MARTÍN RIVERA.

En este país la búsqueda de la excelencia no tiene límites, y será por ello que el denominado Gobierno de España incluye entre sus miembros a personas de reconocido prestigio de la economía y la política. Al frente, sus dos cabezas más visibles: el registrador de pueblo y la opositora; y en su entorno más cercano dos antiguos empleados de banca, uno de banco quebrado y el otro de banco expropiado. Ese es todo nuestro haber para combatir esta crisis: una mezcla entre El solterón y la menor y Atraco a las tres. Dos dispares comedias apenas refrescantes para recordarnos el entristecido panorama nacional de este persistente estío.

 

Los guiones no obstante son insuperables; ni Berlanga hubiera dado con estos personajes de disparate hispánico, cuyos diálogos nos recuerdan amablemente a Faemino y Cansado en la búsqueda del absurdo. Absurdo que como la tarara golpea nuestros oídos sin cesar, intentando transformar en normalidad lo anormal. Ocurrencias de maestrillo de tres al cuarto, ya ni de registrador de pueblo, que le dejan a uno boquiabierto en este trasiego económico de diga usted lo que le venga en gana.

 

En esto, la opositora se empeña en demostrar que subiendo impuestos, en una economía en recesión y con casi un tercio de la población en paro, se reducirá un déficit descomunal alimentado por una deuda endémica y un gasto público estructural al que no han tocado ni un euro en nueve meses. Y no contenta con su genial atrevimiento, suelta la frase del millón de dólares espetando que con ello se iniciará el crecimiento económico y se creará empleo. Genialidad de quien no tiene ni puñetera idea, o pretende engañar con trucos de trilero borracho. Hasta los torpes del sindicato, el Señor Pebbles y el Gorila Maguila, revestidos de sus harapientos conocimientos de macroeconomía, la mandan a freír espárragos con las de dos y dos son cuatro, jaleados por el cacique izquierdista de Argamasilla de Alba, trasplantado por arte de birlibirloque a los escaños del Congreso.

 

En un persistente sostenella y no enmendalla, el registrador abunda en el brillante discurso de y dos huevos duros –por lo de crecimiento y empleo– mientras una de sus muñequitas de rubio pelaje suelta el bocinazo a lo Harpo Marx en un sonoro que les den, que espanta hasta a las toscas gallinas del corral de enfrente. Y aún no satisfechos con la algarada creada, el recién ascendido a Ministro de Hacienda insiste en la cuadratura del círculo, manifestando sin pudor alguno que la subida de los impuestos indirectos servirá para pagar las nóminas de los funcionarios; será la de su henmano recién estrenado en consejero de renovables al módico precio de seis mil millones de euros en subvenciones; como en los tiempos del popular Arfonzo, que puño alzado se trajinaba media España en Mystère.

 

Y eso del puño –por unas cosas o por otras– se ha puesto tan a la moda que ya lo mismo da levantar el izquierdo que el derecho. ¡Pero qué trajín se traen con el puño, Señor! en Marinaleda o en Gijón, en Nanclares o en Barcelona, en Madrid o en San Sebastián, y la única Esperanza que nos quedaba para que en este país se volviera a saludar como gente civilizada –que dijera otrora Don Miguel Maura– se nos ha marchado con Los fundamentos de la libertad bajo el brazo, para –dicen– no volver jamás.

 

Triste destino éste en el que nos encontramos, donde la mediocridad por doquier se manifiesta con total desparpajo entre el jaleo de las masas. Mientras, la corte despreocupada se reúne en Fontainebleau, y la Montglat un miércoles dice: “No”, al conde de Fiesque, y el jueves le dice: “¡Sí!”.

 

Ya no queda sino el Rescue me de Fontella Bass para dar un poco de color a la tarara hispánica habillé en alpargatas y sobrero de copa; puño en alto, claro está, y al son de Els Segadors, ¡cómo no! Mas no haya de albergarse temor alguno por vuestras mercedes: en caso necesario se hará cumplir la ley, aunque sea en portal improvisado de Zarzuela; o, al menos, eso afirma solemnemente el Encargado del Registro desde Moncloa o desde su escaño azulón; risa me da…

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