A todas horas nos hablan de confianza, en cualquier medio, bajo cualquiera circunstancia, “el problema es la confianza”, “decrece la confianza”, “sigue en tela de juicio la confianza en el sistema financiero”. Confianza, la nueva palabra que lo reúne todo. Simplificación. Pero, ¿acaso nos hemos planteado seriamente por qué no confían en nosotros? ¿Cómo? ¿Qué quienes? ¡Los mercados! Ay, los mercados… los especuladores para la partidocracia, el enemigo que hay que “regular”. Pero… ¿para qué? ¿Para aumentar la confianza? ¿o para garantizar la impunidad definitiva en el eterno latrocinio fraguado con los sistemas políticos de las partidocracias?

Empecemos por definir al mercado, pero de forma sencilla, como lo puede hacer el hombre de a pie que les habla, otro español sangrado. El mercado son aquellas personas físicas y jurídicas (detrás de las cuales hay también personas físicas) que hacen con su dinero lo que les viene en gana, que para eso es suyo. Cuando uno dispone de capital, lo natural es que intente incrementarlo de alguna manera, ¿no?. Pero, ¿cómo? He aquí la clave, invirtiendo. ¿Dónde? En los distintos mercados. El “juego” de ganar más dinero con tu dinero conlleva riesgos, y aunque no siempre sabes si acertarás con la apuesta económica, ¿no es lógico que estudies las opciones más seguras para amortizar lo invertido? Y aquí entra en juego la famosa confianza. ¿A quién confiarías tu dinero? ¿Acaso se lo prestarías a regímenes políticos no democráticos controlados por partidos políticos inmunes a su pueblo e impunes ante la corrupción que ellos mismos generan? ¿Quién puede confiar en esta España política si está por principio fundada con una mentira? Dicen que nuestro régimen se fraguó con una  “Transición democrática”. ¡Ja! ¡Falso! Si acaso se trató de una transacción, una sucesión del franquismo al “juancarlismo”, modelo que ha servido para instaurar la España de las diecinueve Españas manirrotas, multiplicando instituciones y gastos, con absoluto despropósito y descontrol. Nos venden que esto es una democracia, pero ellos mismos, los políticos, los juristas, saben perfectamente que no lo es. ¿Y exigen confianza para su falacia?

Los ciudadanos españoles vivimos con estupor más y más duras amenazas de secesión en nuestros territorios, mientras los propios ciudadanos somos cada vez menos libres, gozamos de un menor grado de libertad civil, de derechos, de libertad de pensamiento… El “Multiestado” de partidos omnipresente decide por nosotros. ¿Y aún así les sorprende la falta de confianza de los “mercados”? ¿Es que entregarían su dinero a una banda por el mero hecho de que afirmen que son la “voz y justicia del pueblo”, vayan con traje y hayan legalizado el latrocinio a través de un falso “Estado de bienestar”? No creo, ¿verdad? Pues los inversores tampoco.

Nuestro Estado, el baúl común de la Nación Española, es un agujero negro al que pretende “rescatar” la “unión de regímenes partidocráticos europeos” a golpe de intervención financiera (les va la pasta en ello). ¿Hay mayor intervención que ésta? Dejaron de llover los ingresos, y no hay quien frene el despilfarro, porque la forma política de España no radica de la representación, porque no hay garantías, porque los políticos españoles se han constituido en una oligarquía separada de la sociedad civil amparados por un régimen antidemocrático, reaccionario y paternalista.

Siquiera los niños serían tan tontos como para dejar sus cromos a cualquiera, menudos son, se cuidan bien de cambiarlos en el patio del colegio. Y es que señores, la falta de confianza crece al mismo ritmo que la falta de derecho, de seguridad y de libertad. Y he aquí la causa de la crisis a grosso modo. España requiere un cambio de régimen, la fundación de una verdadera democracia formal, representativa, garantizada con la separación de poderes; una metamorfosis fraguada con la auténtica transición, la de la responsabilidad colectiva, cuyo camino parte de la apertura de un proceso de libertad constituyente para el exhausto pueblo español. Sólo así, señores, empezarán a confiar en nosotros. Menos pamplinas y más reacción.

Paco Bono Sanz

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