La nacionalización de Repsol y Red Eléctrica Española por los gobiernos de dos republicas populares de América del sur traslada a Ayn Rand y “La Rebelión de Atlas” a la realidad. Quien a hierro mata a hierro muere. Y quien basa el negocio en la política y la clientela de las influencias oligárquicas, es fácil que lo pierda de la misma forma. Asumir las consecuencias de lo sucedido como cuestión de estado es solo la prueba del nueve de que las actividades económicas de estas empresas forman a su vez parte del juego político. En un caso arma y señera del la política nacionalista y de los privilegios estatales, favorecimiento oligopolístico del proteccionismo en el que las autoridades miraban hacia otro lado ante cada infracción de las normas de defensa de la competencia. En el otro, el cementerio de elefantes pseudoprivado, y premio a los servicios políticos prestados en que el sector eléctrico español se ha convertido.

Es fácil presentar lo sucedido con Repsol y REE como encarnación real del ocaso de la Taggart Transcontinental, en la ficción alimentada de contratos y legislación favorecedora ad hoc, restrictiva de la competencia de los rivales comerciales en los despachos de Washington. Hoy Rajoy hace de Wesley Mouch, aunque en el pasado su trabajo lo realizaron otros. Brufau en el papel de James Taggart se mesa su escaso cabello cuando pierde un negocio espléndido conseguido gracias a la sinecura gubernamental, tal y como le ocurre al personaje de ficción tras la expropiación por el gobierno mexicano de las vías férreas que servían a las minas del maquiavélico Francisco D´Anconia.

En la novela sin embargo la situación es provocada por el propio D´Anconia como castigo premeditado contra quienes hacen fortuna y negocio basándose en el politiqueo y la adulación de despacho en lugar de hacerlo en el riesgo, la perspicacia y el trabajo, como el héroe randiano Hank Rearden, trasposición de otros como Howard Roark en “El Manantial”, símbolos de un egoísmo de la razón, que como el mítico Atlas sujetan el mundo sobre sus espaldas. Repsol y REE tienen su especial seguro antiquiebra en la clase política, protestando solo cuando el escaso riesgo que asumen y no pueden controlar a través de sus amigos burócratas les enseña la otra cara de la misma moneda.

Muchos españoles se muestran tan despistados y ofendidos con lo sucedido como la propia Dagny Taggart en la novela. Sienten como propia la causa de la injusticia y del ventajismo con el mejor de los sentimientos. Sin embargo, reaccionan como párvulos frente a una maldad cometida contra otra maldad, cuando en realidad entre pillos anda el juego. En la ficción, como ahora, las consecuencias para ambas partes no serán nada positivas. Sin embargo en aquella ocasión Dagny renace con la verdad y finalmente deja un mundo copado por la podredumbre de la corrupción política y económica abandonando la insania creada por un sistema que, como el nuestro, se encamina hacia su propia autodestrucción orgánica.

Dagny Taggart es al principio de la novela la reformista, la que se siente en la obligación de salvar al gigante con pies de barro temiendo que con su caída acabe por aplastar la belleza de la creación humana, pero que gracias a un misterioso personaje se da cuenta de su error, de cómo ese golum es sostenido tan solo por la misma corrupción que lo retroalimenta y que la única solución es la ruptura, la generación por primera vez de lo nuevo, lo limpio. La pregunta sobre la identidad de ese personaje generador, a contracorriente y sin miedo se muestra a lo largo de toda la obra:

¿Quién es John Galt?

Pedro M. González

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí