El asesinato, da lo mismo sea individual o colectivo, siempre tiene una genealogía, una historia oculta larvada amplia y largamente, un estrago moral que ha acabado por invadir el alma del asesino o grupo de asesinos. Nietzsche no tenía razón cuando veía al asesinato como el fruto de un momento, o incluso un acto excepcional en la biografía del asesino que lo califica contra la inercia de su naturaleza. No es verdad. Tanto el individuo como la masa linchadora son producto de una lenta programación interna o externa; aunque, en todo caso, la acción criminal suele ser siempre libre, y necesita el “quiero” esencial del asesino. A pesar de que el tiempo del asesinato pueda ser breve – no en el caso de Jesús, desde luego -, su elaboración en el alma estragada del asesino ha sido prolongada.

    Para empezar Jesús no fue crucificado por sus acciones, sino por sus palabras. No fue crucificado por haber dado vista a los ciegos, haber hecho revivir el oído y la lengua de los sordomudos, haber curado a los leprosos, haber dado de comer a multitudes, haber cortado hemorragias internas, haber sanado a los paralíticos devolviéndoles la capacidad de andar, haber arreglado los miembros tullidos o anquilosados, haber sacado el demonio a los endemoniados o haber resucitado a los muertos. No, no fue ejecutado por ninguna de estas acciones buenas. El mismo Jesús denuncia la situación de que no sean sus obras (buenas), de que no sean sus hechos ( buenos ), las razones patentes que pudieran explicar el deseo de matarlo de sus conciudadanos: “Multa opera bona ostendi vobis ex Patri: propter quod eorum opus me lapidatis?” Y los propios judíos responden que no quieren matarlo por sus obras, que reconocen buenas, sino por lo que dice: “De bono opere non lapidamus te sed de blasphemia”. Son las palabras de Jesús lo que molestaba a los judíos, no sus obras, que sabían que eran buenas. Eran las palabras de Jesús (phêmai), no sus hechos (érga), lo que le hacía insoportable a sus conciudadanos. Del mismo modo, hoy – como siempre – la Iglesia es odiada por el mundo no por lo que hace al mundo ( obras buenas, hechos buenos ), sino por lo que dice al mundo ( no debéis pecar, debéis intentar ser perfectos, debéis amaros unos a otros, no explotaos unos a otros, sed misericordiosos, sed puros, no améis el dinero ni el poder, sed castos, honrad a vuestros padres, no matad al indefenso, sed sinceros, no envidiéis, sed misericordiosos y compasivos, etc. ). Es lo que dice la Iglesia, no lo que hace, lo que la convierte en una Institución tan  antipática…Y era lo que dijo Jesús, no lo que hizo, lo que le convirtió en un ser insoportable para los judíos, para el mundo en general. No murió castigado por un delito, murió como Cordero santo, víctima de la falta de libertad de expresión que padece el mundo cuando se le escandaliza en lo más esencial de su pecado, de su debilidad. Del mismo modo, el protagonista del arrabaliano “Cementerio de Automóviles”, Emanu, versión pánica de Jesucristo, es igualmente flagelado y ejecutado por la música que hace con su trompeta, capaz de hacer bailar a los pobres de este mundo.

    El mismo Poncio Pilato consideró como una abstrusismo bárbaro condenar a muerte a un judío que no había cometido ninguna acción mala, salvo decir que era Hijo de Dios. Por aquel entonces en Roma, excepto hacer horóscopos sobre la salud y la vida del emperador, prácticamente todo texto y discurso estaba permitido, y sobre todo el hecho simpático de que un lunático dijera que era hijo de un dios ( de hecho el propio Virgilio consagró para siempre la leyenda de que los Julios tenían como ancestros a Venus ( a partir de la línea de Eneas y su hijo Ascanio/Iulo ) y Marte ( a partir de Rómulo y Remo ); y muchas otras grandes familias veían felices el origen de su estirpe en la aventurilla de algún dios travieso y rijoso ).

    Otra razón de su muerte está en el utilitarismo moral que representa Caiphas: “Unus autem ex ipsis, Caiphas, cum esset pontifex anni illius, dixit eis: Vos nescitis quidquam, nec cogitatis quia expedit vobis, ut unus moriatur homo pro populo, et non tota gens pereat!” Cuando la existencia de una minoría resta felicidad a la mayoría, todos los utilitaristas del mundo – desde Caiphas pasando por Jeremy Bentham – aceptarán la eliminación físicas de las minorías. ¿Ha habido alguna vez un utilitarista más consumado y coherente que Adolf Hitler? Además, Caiphas era un hipócrita: de sobra sabía él que Jesús no entrañaba ningún peligro “político” al dominio romano y que, por tanto, Roma no iba a perpetrar ninguna represión sangrienta en Jerusalem a causa de Jesús. Era el propio Caiphas quien como sumo sacerdote se veía en peligro y desnudo a causa de la doctrina de Jesús. Fue la casta sacerdotal la mayor enemiga de Jesús, y la más interesada en acaba con Él.

    Las palabras de Jesús también molestaban a los zelotes y demás revolucionarios independentistas. Jesús no fundaba en el odio a los romanos y a los ricos el motor psicológico para transformar el mundo, para traer el Reino de Dios. Fomentar el odio entre pobres y ricos, entre romanos y judíos no era la metodología de Jesús para traer un mundo mejor al hombre, sino el amor sin límites y la “metánoya” o revolución interior que debía mejorar a cada hombre. Esto chocaba contra la entraña de la revolución social y política en Judea ( en realidad, ha chocado siempre contra cualquier revolución social y política en cualquier lugar del mundo ). Cuando el hipócrita y traidor Judas Iscariote reprocha a la hermana de Lázaro la compra del caro ungüento de nardo puro para ungir a Jesús, llenando toda la casa de aquel sublime perfume – diríamos casi místico -, por no haber invertido el dinero de esa compra en mejorar la vida de los pobres, parece que estamos oyendo cierto discurso de la actual y corrupta izquierda política de España. Pero todo se explica en el Evangelio: “Dixit autem hoc, non quia de egenis pertinebat ad eum, sed quia fur erat et, lóculos habentes, ea, quae mittebantur, portabat”. Los “eres” de Andalucía, Pepiño con maletines en las gasolineras, el irresponsable crecimiento desorbitado de la deuda…Después de la casta sacerdotal fue la izquierda de la época el sector más interesado en eliminar la figura de Jesús, en cuanto que al representar una alternativa a ella, la podía dejar sin fundamentos para su existencia. Es así que si la derecha de entonces ( la casta sacerdotal ) pidió la ejecución de Jesús, la izquierda se lo entregó con la traición ( “Unus ex bobis tradet me” ).

 Martin-Miguel Rubio Esteban

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