El próximo día 29 el Estado convoca una huelga contra sí mismo. Los sindicatos estatales, mantenidos en todas sus dimensiones con fondos públicos y totalmente ajenos al control de los trabajadores cumplen con el mismo ritual absurdo que las convocatorias electorales de la partidocracia: Reirse de los parados.
Si en las elecciones los ciudadanos no eligen a sus representantes, sino que refrendan listas, careciendo de todo poder de control a través del mandato imperativo, en las convocatorias de huelgas la partidocracia mide el grado de sumisión de la población trabajadora a unos sindicatos que ella misma mantiene  para legitimarse en la apariencia de democracia: Los trabajadores van a perder un da de salario y algunos de ellos tendrán problemas legales simplemente para garantizar que todo siga igual.
Los sindicatos no pueden defender intereses de clase porque pertenecen enteramente al Estado. La Sociedad civil que es de dónde deberían emanar y la que les debería controlar no tiene más participación que la de refrendar sus listas de “liberados” y apoyar sus decisiones, atrapados entre la necesidad de defender sus intereses ante la Reforma laboral de la Oligarquía económica por un lado, y ante los sindicatos corrompidos, por otro.
Pero, ¿qué clase de trabajador con dignidad haría una huelga general sabiendo ya que no se va a mover nada o precisamente para que no se mueva? En la primera mitad del siglo XX la Huelga general significaba la paralización de un país para exigir moralmente el cese de una actividad gubernamental y tenía un claro cometido político: derribar al gobierno o a la forma de estado.
Hoy nos encontramos ante una repetición metástásica de un ritual sin contenido transcendente ni organización simbólica, una pura promiscuidad mecánica, una simulación de que se acelera en el mismo sentido cuando se está acelerando en el vacío. La convocatoria de huelga para a ser el guión previsible de una rutina partidocrática insoportable que ata los días haciéndolos iguales, la huelga es la autoprovocación del acontecimiento usurpando así la aparición del acontecimiento mismo. Esta huelga evita la Gran Huelga.
Ya no hay un choque de fuerzas hostiles, no hay declaración de conflictos, no es la resurrección de una violencia social atávica y entusiasta, la lucha de clases. Es lo contrario, la resultante de fuerzas indiferentes, la implosión de la complicidad, la puesta en escena de un simulacro, la cristalización conflictiva del tedio social. El sindicalista es hoy el cooperador necesario de la explotación, una figuración indecente del esquirol que traiciona a través del sindicalismo. El que convoca la huelga evita la Huelga misma. Humor negro. Un delincuente moral.
El colmo del cinismo será la organización de la alteración del orden público por parte del Estado, con la consiguiente represión del mismo estado. Los sindicatos  del estado organizan a los trabajadores en piquetes violentos que sufrirán la represión legal y física de otras fuerzas del mismo estado. Mientras unos trabajadores serán agredidos por otros, todos serán victimas: Unos de los piquetes y otros de la policia, los sindicatos y la partidocracia saldrán indemnes y todo seguirá igual. ¿Todavía seguiremos siendo dóciles a la partidocracia?
Éste que escribe está convencido que hay que hacer una huelga general con carácter permanente, de contenido político que reclame la libertad colectiva de elegir a los representantes tanto políticos como sindicales sin la imposición de listas de partido ni de sindicato. La inmediata devolución a la Sociedad Civil de los instrumentos de acción política que se han integrado en el Estado-partidos y sindicatos- y la posibilidad a través del mandato imperativo sobre los representantes de corregir el seguidismo de la oligarquía política sin control social a los dictados de la Oligarquía económica.

Carlos Roldán López

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