Una manifestación reprimida con energía inusitada por la policía ha levantado ampollas en Valencia.

Las consecuencias de pasados fastos partidistas se dejan sentir hoy en la vida diaria de los ciudadanos del País Valenciano, que ven peligrar la escuela y la salud públicas.

Quienes ahora mandan reprimir a la policía una manifestación de estudiantes de bachillerato, son los mismos que aplaudieron hace poco la orgía de despilfarro, desmesura y corrupción que ahora saca a los chavales a la calle.

Entonces no hubo represión de la enfebrecida dilapidación, ni siquiera la más mínima reprensión; aun peor, se ensalzó a quien era el más eminente responsable político de semejante injuria: delante, detrás y a los lados. Hoy es la policía, a sus órdenes, la que carga contra los que padecen las secuelas de la loca borrachera del poder autonómico levantino.

Los medios incondicionales han sacado de las cartucheras sus usuales epítetos para tratar de arrinconar, ante la opinión, a los que presentan sus quejas y lamentos en público, en la calle: son antisistema, perroflautas, rastafaris radicales que hace el trabajo sucio para los socialistas; como si los socialistas necesitasen ayuda para hacer trabajos sucios.

El País Valenciano es el mascarón de proa de los populares y el frontón sobre el que rebotan los socialistas. Quintaesencia de lo que es en realidad la partidocracia y de lo que podemos esperar de ella.

En otros feudos se pinta el anochecer con tonos diferentes, pero el pincel, el óleo y la mano que, grosera e impúdica, embadurna el lienzo, son siempre irremisiblemente idénticos; da lo mismo su disfraz floral u ornitológico. Como también son siempre los mismos los que lloran, padecen y ven negro el futuro; mas aún si tiene 15 años.

La clase política ha trasladado el desasosiego, el temor y la indignación desde las plazas y calles que el 15-M ocupó hace meses, a los hogares de millones de familias, y en Valencia, además, nos ha mostrado como entiende eso que llama gobernar.

A la gente de mi generación, los que vivimos la Transición y no supimos, no quisimos o no pudimos oponernos a ella y romper con el pasado para implantar la libertad política, la democracia; hoy debemos pedir perdón a los alumnos de Valencia. Nos equivocamos, no lo entendimos, olvidamos una vez más que el sueño de la razón produce monstruos.

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