Con motivo de una representación paraescolar de La Orestíada, de Ésquilo, en el Auditorium “Maestro Padilla”, de Almería, nos quedamos con un genuino deseo de repensar el significado político de esta trilogía de Ésquilo, compuesto por las tragedias Agamenón, Las Coéforas y Las Euménides. Pues en el texto esquileo, inequívocamente demócrata, late poderosa la idea de que la venganza personal, familiar o clánica, siempre condenada a un encadenamiento in aeternum de la violencia, como un prosilogismo de sangre, odio y de deber moral de cometer el asesinato reparador, puede ser sustituida por la Ley que producto del pacto de la comunidad política y Las Erinnias – vengadoras divinas y telúricas prepolíticas, representantes de los intereses de las víctimas y constantes tábanos hematófagos que persiguen a los asesinos – asume en nombre de la pólis el castigo del asesino, su “blanqueamiento” – castigo viene de “castus” -, como una instancia imparcial y anónima garante de la justicia comunitaria. Es así que la Ley puede quebrar el prosilogismo sangriento de la venganza: Atreo mata a los hijos de Tiestes y se los da a comer, Agamenón mata a su hija Ifigenia, Clitemnestra, madre de Ifigenia, y Egisto, descendiente de Tiestes, matan a Agamenón, Orestes mata a Clitemnestra. La Ley de Atenea quiebra finalmente la mecánica volcada in aeternum de la venganza.

Ahora bien, la Ley no puede traicionar el pacto de reparación de la sangre vertida, haciendo tan lene el castigo del asesino probado, con todas las garantías procesales, que resulte una burla para la sensibilidad de las Hijas de La Noche, las vindicativas Erinnias, que en ese caso desearían que el horror del asesinato recayese sobre los jueces, los legisladores, y sobre sus mujeres, y sobre sus hijos e hijas ( naturalmente que estoy pensando sensu universali, y no en la dignísima justicia hispánica estevillesca ). Y parece que sólo la Pena Capital o la Prisión a Perpetuidad podría acallar a las Viejas Furias en caso de asesinato.

Lástima que la representación almeriense fuese una versión y epítome, políticamente correctos, de los transparentes versos esquileos. Es así que la dictadura de lo políticamente correcto evita, por ejemplo, que Apolo minusvalore el significado de la madre como mera incubadora de la simiente masculina, convirtiendo así a Ésquilo en un intelectual perfectamente zapaterizado, sin importar para nada la mundivisión anacrónica que se produce ( ¡todo sea por los Manes de lo políticamente correcto! ).

El pensamiento esquileo se rebaja al de los roedores compradores de palomitas en los espectáculos cinematográficos, como cierta futura Reina que gusta de ello ( “fricti ciceris et nucis emptor”, que dijera Horacio ).

Y ya en Almería, ¿cómo no visitar el fastuoso Museo Arqueológico, ideado por los aerófanos arquitectos Ignacio García Pedrosa y Ángela García de Paredes? Quizás lo mejor sea su carcasa. Y aunque la colocación y ordenación de los objetos se configura bajo el prejuicio político de una ideología extra-arqueológica (¡otra vez la chata dictadura de lo políticamente correcto!), no deja de contener este Museo la excelente colección de objetos que recogiesen con celo el gran ingeniero francés Luis Siret y su hermano Enrique hace ya más de un siglo, y uno los puede gozar intensamente si se separa de la estrafalaria organización ideológica y prejuiciosa del conjunto ( es hilarante la media docena de “betilos” no prismáticos – como bolos de bolera – junto a la entrada de un tholos casi micénico – ¡mira que si se nos vuelve a aparecer Agamenón! ), o el concepto pretencioso del tiempo, incesable chorro de agua fragmentado en televisiones de plasma adosadas a un enorme cipo estratigráfico incapaz de separar el mundo bizantino del mundo visigótico: sólo habría que leer unos cuantos libros de historia bizantina y a nuestro Isidoro de Sevilla para fijar la fecha de la expulsión de los bizantinos con una precisión de meses.

De todos modos, el siempre dinámico Rogelio, buen alcalde de este nuevo y pujante Portus Magnus, debería pedir explicaciones a la Consejería de Cultura andaluza sobre el uso tendencioso que se hace de la colección del apasionado Luis Siret y el derroche faraónico de un Museo que elabora interpretaciones prendidas de alfileres.

Almería, en fin, es una hermosísima ciudad en donde su Catedral amurallada, el convento de la Puras ( parte del cual la crisis ha tenido que arrendarlo a la UNED ), la Iglesia del Santísimo Sacramento con sus monjas blancas veladas acompañando al Santísimo las veinticuatro horas, la Alcazaba, la mezquita transformada en iglesia de San Juan, la modernidad neogótica de la Virgen del Mar, y sus preciosas calles, jardines y plazas, hacen que el visitante quede arrobado por la belleza de una ciudad que aún se resiste a perder su patente espíritu milenario.

Fotografía de Wikipedia

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí