Intervención de Don José María Fernández-Isla en Libertad Constituyente a 4 de febrero de 2012

La ciudad inteligente es aquella en la que los ciudadanos son inteligentes como la ciudad democrática es aquella en la que los ciudadanos son demócratas o la ciudad justa es aquella en la que los ciudadanos son justos. (…) Cuando esataban de moda los edificios inteligentes, en los noventa, Julio Cano Lasso decía que para que un edifico fuera inteligente se requerían dos cosas: primero que el arquitecto fuera inteligente y segundo que lo fuera el propietario. Para que una ciudad sea inteligente lo más importante es que los ciudadanos estimen su ciudad, les guste, se preocupen por ella y le apliquen un poco de inteligencia.

Durante mucho tiempo se ha estado hablando sobre cuáles son las condiciones necesarias para que una ciudad sea razonablemente habitable. Por ejemplo Engels se preocupaba muchísimo por ese problema: decía que había que preocuparse por el hacinamiento, que era una de las mayores causas de injusticia social. Supongo entonces que una ciudad inteligente debe ser aquella que domina perfectamente cuál es su densidad y hace una gestión eficaz de residuos, que no contamina y que establece un equilibrio perfecto entre núcleo y periferia. Una ciudad inteligente es una ciudad bien gestionada.

Por ejemplo: uno de los grandes problemas de las ciudades modernas es el generado por el tráfico y por la polución que ocasiona. Si se observa el caso de Londres, en el que se prohíbe entrar en el casco urbano a no ser que pagues una pequeña fortuna por pasear con tu coche por la almendra central de la ciudad, se observa que se está obligando al ciudadano a que use el transporte público. De esta forma ya se está generando una ciudad más inteligente.

A Lo que aspira una ciudad inteligente es a controlar los recursos energéticos que consume, a optimizar ese consumo dependiendo de las condiciones climatológicos y a establecer una economía urbana razonable. Desde hace veinte años venimos hablando no de una inteligencia humana sino de una inteligencia artificial que comenzó con los famosos edificios inteligentes: aquellos en los que, por ejemplo, dependiendo del ángulo de incidencia del rayo del sol podían bajar o subir la persiana automáticamente con un sensor. Lo que nadie contó en su momento es cuál es el precio final de eso. Porque cuando un edificio inteligente necesita un sensor para bajar la persiana si entra demasiado sol es porque hay un imbécil dentro del despacho al que no se le ha ocurrido bajar la persiana.

Fotografía de Langfang Eco-Smart City Master Plan.

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