Decía Salustio en su “Conjuración de Catilina” que la traición cercena, corroe y afila los rasgos. Como no tenemos constancia gráfica del aspecto físico de Lucio Sergio Catilina, hemos de imaginar el aspecto del traidor que quiso instaurar una dictadura en Roma.

No ocurre así en la actualidad, pues disponemos de todo tipo de imágenes que nos permiten distinguir hasta el mas leve gesto de las personas publicas, su aspecto físico, su modo de vestir y los complementos que utilizan.
Gracias a esa proliferación de imágenes, circulan estos días por las redes sociales una serie de fotografías del señor secretario general de la Unión General de Trabajadores, en las que luce una serie de relojes de lujo que no se corresponden precisamente con el perfíl que se podría esperar de una persona que defiende los intereses de los trabajadores. Haciendo un esfuerzo de imaginación, puedo pensar en los grandes sacrificios y largos periodos de ahorro y de privaciones que ha debido pasar el Sr. Cándido Mendez para poder costearse semejante afición, pero lo que en el es nombre propio, en mí seria adjetivo si así pensase.

Popularmente se dice que una persona que actua de esa manera, tiene la cara dura como el cemento y aunque el cemento facial con el que están hechas las caras de nuestra casta política no permite apreciar si sus rasgos son o no afilados, ni si estan corroídos o cercenados, los complementos que utiliza en su atuendo sí permiten detectar ante qué tipo de persona se está, en este caso ante una que ostenta en sus apariciones publicas ciertos artículos de lujo que normalmente simbolizan un elevado estatus económico.

En el extremo social teóricamente opuesto –y se dice que los extremos se tocan- se encuentra el famoso jugador vasco de balonmano que pasó de dar pelotazos dentro una cancha a darlos fuera. Es evidente su intento de no cejar en hacer lo que mejor sabe, esto es, dar pelotazos. En este caso el rostro, aunque mas jóven y agraciado, parece mas de hielo que de cemento en su nórdica estupefacción inexpresiva. Como heladas son sus respuestas en los correos electrónicos que se han hecho públicos ultimamente, y me viene a la mente aquél en el que se le pedía autorización para rebañar 9.000 Euros a una mujer que habia sido deshauciada de una vivienda de su propiedad, a lo que respondía con frialdad: “Ok”, como un Cesar que en el circo inclina su pulgar hacia abajo negando clemencia.

En el patio de Monipodio en el que se ha convertido España, donde como Cortadillo los cargos públicos valencianos dominan la treta de meter dos y sacar cinco enfundados en trajes a medida y los sindicalistas madrileños van alicatados hasta los dientes con relojes de oro, la sociedad civil tiene un aguante digno de encomio cuando no de lástima, puesto que si las personas que deberían ser modelos sociales de honradez, honor y lealtad son sujetos de semejante jaez, me pregunto si llegará el momento en el que la castigada ciudadanía que ya soporta un veintitres por ciento de desempleo dirigirá a esa casta traidora las palabras que Cicerón dirigió a Catilina: “¿Hasta cuándo, Catilina, vas a seguir abusando de nuestra paciencia? ¿ Por cuánto tiempo se burlará de nosotros este furor tuyo? ¿Dónde estará el final adonde se lanzará tu audacia desenfrenada?”

A Catilina su traición le costo la vida. A la casta partidocrática y su pesebre, la traición, el robo y el engaño a la sociedad civil les costaría persecución, desmantelamiento y desaparición si el cuerpo electoral hiciese el esfuerzo de abstenerse de ejercer su derecho de voto en las elecciones, de manera que alcanzado un porcentaje de abstención suficiente que deslegitimase el sistema de oligocracia de partidos, se provocase un necesario proceso constituyente en el que los españoles pudieran por fin decidir que forma de estado prefieren.

Y me atreveria a asegurar que una vez alcanzada la democracia formal (verdaderamente representativa y con separación de poderes en origen), en la forma de una Republica Constitucional, la honradez de sus hombres y mujeres comprometidos con la Libertad, la Verdad y la Lealtad, sería capaz de sanear las instituciones retornandolas a la sociedad civil, de donde nunca debieron salir para corromperse instaladas en el Estado, sentando en los banquillos a todos los corruptos.

Y todo lo que se ha vivido durante la partidocracia, se leería en los libros de historia como un periodo difícil e innecesario que ocurrió por la manipulación de una oligocracia egoista que jamás quiso lo mejor para unos ciudadanos cuya instrucción y libertad política les fue hurtada durante demasiados años.

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