Un grupo de personas se ha organizado para defender a los desahuciados por ejecuciones hipotecarias. El día y a la hora señalados para el lanzamiento se concentran en la calle, bloquean el portal de la vivienda del desdichado deudor, y corean unas consignas apropiadas a las circunstancias.   Al poco aparece la fuerza pública, que despeja el tumulto sin gran esfuerzo, al tiempo que el portavoz de los indignados vecinos habla con el jefe de la tropa policial para que le permitan intentar con la comisión judicial aplazar el lanzamiento.   La policía, mientras tanto, procede a identificar a los concentrados, los momentos de cierta tensión dan paso a una cierta calma, todo muy conveniente y dosificado; los concentrados corean dación en pago y cosas así. Lo que disgusta, al parecer, no es que alguien se quede sin casa, sino que además siga debiendo al banco lo que no está escrito.   Al poco llega la comisión judicial debidamente escoltada, que es objeto de silbidos y abucheos, y vuelve a crecer la agitación hasta que el lanzado sale entre lágrimas a la calle donde es abrazado por sus solidarios convecinos.   El portavoz de los concentrados preside entonces una comitiva, con el lanzado y algunos más, hacia la concejalía de asuntos sociales, para procurar a la víctima del atropello una “solución habitacional”. Tras un buen rato, salen todos a la calle con la promesa de una incierta ayuda económica, mientras el lanzado, muy agradecido a sus vecinos solidarios, pone rumbo a casa de algún familiar o amigo que le permita pernoctar en su domicilio hasta que se las pueda apañar por si solo. Ya no tiene casa, pero debe a la entidad ejecutante tanto como si la tuviese.   El desdichado lanzado, sin techo ni nómina se convierte así en deudor perpetuo de la entidad ejecutante, que durante el resto de sus días pedirá, de vez en cuando, informes a la Seguridad Social para ver si percibe un sueldo o una pensión y logra embargarle una parte. Pero la economía sumergida ha conseguido ya un nuevo e incondicional miembro.   El trabajo de los sindicatos de Estado está dando sus frutos, su revolución se concreta en actos semejantes al descrito anteriormente; son sindicatos de clase, de la peor clase, pues se dedican a encauzar la protesta social. No la lideran, la encauzan, la atemperan y disuelven en simulacros y naderías. Su labor es impagable para el régimen y para los bancos y cajas ejecutantes.   Al portavoz nos lo presentan como el adalid de la solidaridad social, de los desesperados sin techo ni recursos, su trabajo es marear la perdiz para que los afectados no traspasen las líneas rojas que el régimen no permite que nadie ose siquiera mirar.   Mientras esto sucedía en una calle de cualquier ciudad española, en el Congreso de los Diputados se perpetraba otro simulacro contra la verdad. La sesión de investidura de uno de los diputados al que la mayoría otorga su confianza para formar gobierno.   Pero no era lo que parecía, esa mayoría no estaba formada por representantes políticos de los españoles, sino por agentes de los partidos políticos, gente sumisa y discreta que jamás se revelará contra la injusticia de sus patricios partidocráticos, pues fueron ellos los que pusieron sus nombres en las listas que ofrecieron a los españoles, en otro gran simulacro, refrendar; pues los españoles nada eligieron en las elecciones, todo estaba ya elegido, ellos solo refrendaron la lista del que mejor les cae. Ahora, y en los próximos 4 años, los agentes en el Congreso y en el Senado devolverán agradecidos el favor, si es que esto aguanta.   Los intereses partidistas, sindicales y financieros solo pueden permitirse resolver algunos problemas. Ninguno de los que se propongan acometer podrá adoptar soluciones que pongan en riesgo el “status quo” que cada uno de sus espurios intereses ocupa y disfruta en la actualidad. La “longa manu” de partidos, sindicatos y entidades financieras se hará presente en nuestras vidas a través de los medios de comunicación, públicos o privados, pero medios de Estado, que seguirán presentándonos como héroes a quienes solo son instrumentos del poder establecido para encauzar nuestro pensamiento, incrustarse la conciencia desprevenida y confiada de quienes aún siguen creyendo que esto es una democracia. Inermes e inanes los ejecutados completarán día a día la nómina de la marginalidad, mientras un adiestrado sindicalista, un pseudo izquierdista de barrio obrero, les imparte, tras simulacro y la apariencia de contestación social ante la injusticia, la clerical doctrina de la resignación, los ritos y liturgias que celebran con cada lanzamiento han sido medidos al milímetro por los obispos laicos con despacho sindical.

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