La instauración de unas elecciones a presidente de la República no es suficiente para conquistar la democracia en un país. Presentarse a unas elecciones presidenciales no significa tener democracia representativa. Hace falta otros requisitos.   Tenemos que rechazar, por tanto, la pretensión de que una República en España que conserve las reglas de juego de un Estado de partidos y que, por tanto, implante simplemente la elección de un jefe del estado y de gobierno, aunque esta elección sea aplicando la regla de la mayoría, es una conquista errónea e insuficiente para los repúblicos y auténticos demócratas españoles.   Afirmo tal cosa contra los intelectuales de IU, pero también contra la creencia de muchos otros intelectuales y escritores que opinan sin esforzarse en alcanzar la ciencia política de la Teoría pura de la República.   Me refiero, por ejemplo, al gran escritor y premio Nobel, Mario Vargas Llosa que pidió el voto en las pasadas “elecciones legislativas” partidocráticas del 20-N para la “candidata a presidenta del gobierno” Rosa Díez y su partido estatal (UPyD), y también me refiero a grandes escritores ya desaparecidos como el húngaro Sándor Máray, que en 1989 y al final de sus días en California criticó el teatro en el que se había convertido las elecciones presidenciales en los EEUU.   El poder político de la partidocracia es real, no es una apariencia – incluido el poder del presidente de los EEUU- y si participas en esas votaciones estás legitimándolas.   Lo fundamental, Mario, es que ese poder no tiene control por parte de otro poder ni potestad, es decir, no tiene el contrapeso del Legislativo ni del Judicial; y es trascendental ser consciente de que la democracia no es simplemente elegir por la regla de la mayoría a un presidente con poder real pero sin control. La democracia significa separación de poderes en origen, o no tiene sentido real la elección de un gobierno por parte del pueblo.   La democracia, en definitiva, es el instrumento que la sociedad civilizada ha inventado en su evolución para poder desarrollarse con más libertad colectiva y con ello aumentar la creatividad humana, tan necesaria para perdurar como especie en el planeta. Quien, en su engreimiento intelectual niegue, en este sentido, ser un luchador por la libertad política colectiva y se resigna al Estado de partidos está situándose en contra de la característica fundamental del ser humano, ya sea un obrero de la construcción o un gran escritor.   Europa, a finales del siglo XIX, está viviendo la experiencia de la ineficacia social del denominado parlamentarismo liberal y en ese contexto político pudo decir Nietzsche:   “En democracia el protagonista sale del escenario y es sustituido por el actor”.   Sándor Márai escribe en sus Diarios 1984-1989 que en tiempos de Nietzsche no había televisión y en cambio “ hoy, uno por uno, van apareciendo en la pantalla los actores, todos con hombreras, peinado coqueto, actitud graciosa, luciendo una dentadura impecable. Todos pretenden llegar a la presidencia…”   El autor de Confesiones de un burgués, escribe esta reflexión política unos meses antes de pegarse un tiro, de hecho es una de sus últimas reflexiones. Debería haber dicho, sin embargo, que la cualidad de actor no inhabilita para ser presidente y, que en verdad, lo que no puede permitirse es llamar democracia a un sistema de gobierno en el que no hay separación de poderes desde el origen, y ello a pesar de ser los EEUU unos de los sistemas políticos en los que podemos apreciar varios elementos acertados para poder calificarlo así.   Pero un escritor aprecia la política desde el punto de vista de los sentimientos y de ahí que Sándor Máray reconociese en seguida el aspecto hipócrita de unas elecciones en la que los candidatos son financiados privadamente por grandes empresas y bancos y acuan como si fueran actores que han eliminado del escenario democrático al verdadero protagonista o elector, y lo critica en ese sentido, pero la ciencia política no puede detenerse en ese aspecto psicológico exclusivamente, tiene que ir a lo fundamental: a las reglas del juego político, a las reglas que permitan la separación de poderes en y desde el origen.   Vargas Llosa, por su experiencia política- fue candidato a la presidencia del Perú e ideológicamente ha evolucionado desde el marxismo al liberalismo- y Sándor Márai, por ser víctima del nazismo y del comunismo estalinista en su patria húngara de la que se tuvo que exiliar, poseen un alma sensible a la psicología y a las cuestiones sociales en cuanto afectan al carácter humano, pero no están habituados a ver teóricamente y en la práctica las reglas del juego democrático verdadero.   Pero con un esfuerzo intelectual mínimo pueden ver con lucidez la idea de la libertad política colectiva. Sándor Márai no lo podrá hacer pues murió, pero Vargas Llosa, Antonio Muñoz Molina, y demás, todavía viven y se quejan, con razón, de la falta de democracia “verdadera” en muchos países. Pueden intentarlo.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí