España en mi corazón La situación en Asturias, como en el resto de España, no es fácil; somos prácticamente un país en quiebra económica, que se ha venido incubando a lo largo de, al menos los últimos 40 años. Por poner un ejemplo, en el año 1976 se producían manifestaciones en Mieres reclamando la industrialización de las cuencas mineras asturianas; hoy, octubre de 2011, seguimos con las mismas peticiones: Que nos lo solucione el Estado, centralizado o autonómico. Las prejubilaciones se han mostrado como lo que realmente son: morfina social; los fondos mineros (millones de euros tan imposibles de cuantificar como de gastar), ante la miopía de los gestores de esos fondos, han sido el bálsamo de fierabrás a las pasiones gastizas de los manirrotos alcaldes, presidentes, empresarios del ladrillo y sindicalistas orgánicos.   Sin embargo, las crisis económicas, por muy duras que sean, son cíclicas y, en el fondo, es dinero, algo que la esencia española ha venido despreciando históricamente, por valores que consideramos superiores e innatos a nuestra esencia patria: El honor, la decencia, la lealtad, la religión, el valor, etc. Sólo recordar las prohibiciones de trabajo manual a los nobles linajes a lo largo de la historia que, si bien es sabido fue generalizado en Europa, en ningún Estado como en el español se alargó tantos años y se asentó tan profundamente en nuestra idiosincrasia de mano muerta, que acabó siendo literatura tan clásica como la del siglo de oro, tan profunda como las cartas del prócer Jovellanos.   La crisis española no sólo es fundamentalmente económica. Ojalá sólo fuera económica, como en Alemania o en EE.UU. La superaríamos de una u otra manera, más tarde o más temprano. Nuestra crisis es más profunda y múltiple; un país no puede estar en permanente conflicto consigo mismo, y esa es la crisis más profunda que tiene España; trasciende a la economía, e incluso a la política, para hundirse, enfangarse, en la propia consideración que los españoles tenemos de nosotros mismos: Nuestra cultura, nuestra identidad, nuestra razón de ser. No me estoy refiriendo a la unidad de destino en lo universal, que diría el falangismo orteguiano, sino en qué somos. Simplemente eso. España no es un proyecto de vida en común, es una realidad innegable, tan obligatoria como la vida y la muerte, con sus particularidades fruto de nuestra azarosa historia. Nuestras fortalezas han sido vistas por los sectores más poderosos y reaccionarios de la sociedad como nuestras debilidades; nuestros heterodoxos y más preclaros pensadores fueron en sus épocas vitales perseguidos, silenciados, exiliados, laminados, traicionados, asesinados o, peor aún, ridiculizados: Pablo Olavide, Miguel Servet, Jovellanos, Rafael del Riego,… Y Antonio García-Trevijano.   Nuestra crisis es cultural. Los españoles de esta generación tenemos índices de educación inferiores a países en vías de desarrollo; la inversión en I+D sigue a distancias elevadas respecto a las medias de los países de nuestro entorno; no se barrunta un siglo de bronce de las letras y la cultura española hasta que Felipe VIII de Borbón abdique a favor de su prima negra bastarda. Desconocemos nuestra historia y seguimos soportando la leyenda de ser un país que no ha aportado nada al mundo; pero mientras nos avergonzamos de copiar al Ombudsman nórdico, olvidamos o no nos enseñan que durante siglos, una parte de España gozó del Justicia Mayor; que mientras nos venden la Carta Magna británica, existían en el Reino de León, directo heredero del Reino de Asturias, instituciones propias y “protodemocráticas”, con un sistema de derechos y garantías para los súbditos del reino que tardarían siglos en consolidarse en otros reinos europeos cristianos (incluso peninsulares).   Nuestra crisis es filosófica. En fin, abandonamos una “Iglesia verdadera” sin abrazar a ninguna otra falsa pero con obligaciones morales elevadas y hemos acabado creyéndonos que la moda la marcamos nosotros al igual que elegimos nuestro destino político cada 4 años. No pensamos más allá de la temporada de fútbol o la de primavera/veranos en Cibeles, que ahora se llama la fashion week. Somos el país del mundo que más ediciones lleva de Gran Hermano y que más hora de televisión basura consume; por el contrario, las páginas de internet en español (incluyendo las de Iberoamérica) apenas son un 4% del total de las existentes.   Sobre la crisis política huelga toda redacción en un diario como éste; máxime cuando se acerca el ardoroso (por las secuelas estomacales que tanta fiesta democrática supone) 20 de noviembre.   Nos sobra genio y capacidad; así lo reconocía don Manuel Azaña en una hermosa conferencia pronunciada el 4 de febrero de 1911 en la Casa del Pueblo de Alcalá de Henares (¡Ah, las casas del pueblo, ¿quién las ha visto y quién las ve?; de luces de cultura y libertad a antros de consensos oscuros y fuentes de maquinaciones traidoras!); como decía el alcalaíno, también, nos faltan ganas, estímulos propios y dar un sentido a nuestro quehacer diario. El miedo al fracaso nos atenaza, según parece, aunque sepamos que más del 80% de las empresas que nacen en EE.UU. fracasan en los primeros dos años. Este miedo se proyecta a cada esfera de la vida. Del ¡que inventen ellos! hemos degenerado al ¡que piensen ellos! El problema es que ellos ya ni siquiera son los europeos, sino que somos los españoles de cualquier autonomía distinta a aquella en la que estemos residiendo. Antes de redactar una norma, miraremos el derecho comparado, pero no para ver qué podemos mejorar de otras normas, sino para no ir más allá en la nuestra propia. ¿El resultado? Cada vez más alejados de la realidad, con normas e instituciones cada día más obsoletas, incomprensibles e inútiles. Nos gobiernan y nos legislan desde Europa… Afortunadamente, la mayoría de las veces, pensamos tácticamente… Desgraciadamente, con una visión más profunda, pensando estratégicamente.   El engrandecimiento de España no es un concepto fascista o franquista, excepto que tengamos un sentido totalitario de la patria. Amar a España es amar a los españoles, a los ciudadanos. Y amar a los ciudadanos es amar su libertad. Así que amar a España es, para mí, amar la libertad de sus habitantes por encima de todo. Libertad para pensar, para expresarse, para decidir, para obligarse, para amar, para discutir, para disentir, para obligarse, para elegir a sus representantes en la comunidad de vecinos o en el parlamento   Esa es la situación real de España en 2011. Podremos salir “técnicamente” de esta crisis económica, pero si no somos capaces de cambiar la situación política, ética y social del Estado y de la sociedad, estaremos incubando la siguiente, que siempre será más grave aún.   Con amor a España, desde Oviedo

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí