Un simpático presentador de televisión sostiene que, cuanto antes se de paso a un gobierno del PP, antes el capital liberarán sus energías generadoras de empleo y prosperidad. Se transmite de esa manera la idea de que el capital viene saboteando al Gobierno de PSOE en beneficio electoral del PP. Se trata, sin duda de una simpleza, de una majadería con menos ingenio de lo que habitualmente le fabrican los guionistas de su programa; pero dada la fuerza que la televisión ejerce sobre las opiniones de los súbditos habrá mucha gente que así lo crea.   Que más quisiéramos los españoles que los problemas económicos que nos atenazan tuvieran su origen en un sabotaje del capital financiero al gobierno del PSOE. Como nos gustaría a todos que el futuro gobierno del PP acertase con las medidas que favorecieran la creación de cinco millones de puestos de trabajo.   El capital financiero acude allí donde encuentra beneficio. Nada más. Parafraseando a Mao Tse Tung, al capital financiero no le importa que el gato sea blanco o negro, sino que cace ratones.   Los financieros no son un grupo de orondos ricachones con sombreros de copa, que fuman puros enormes y, para lucir sus doradas leontinas, insertan el pulgar el la bocamanga del chaleco mientras sonríen cuando a un desgraciado le embargan la casa, no tiene para pagar las medicinas o se muere de inanición.   No es que no haya ricachones, los hay, y de tal magnitud que incluso incluyen su publicidad en las camisetas de el equipo de fútbol del que somos “forofos”, o compran medios de comunicación, de los que pronto nos hacemos asiduos clientes, para que no se hable mal de ellos ni de sus amigos en el gobierno y en la oposición que facilitan y favorecen sus lucrativos negocios.   Pero en el imaginario popular, cuando en alguna conversación sale a relucir el asunto de las finanzas, nadie que tenga un depósito, por pequeño que sea, a plazo fijo en un banco o en una caja, se identificará con eso que se ha dado en llamar el capital financiero, ni con la avidez usuraria por cobrarse lo suyo, que siempre es más de lo que suponemos.   Y el caso es que Vd. y yo, que apenas tenemos unos euros ahorrados, mas bien pocos, y los hemos puestos a un año al 3,5%, formamos parte, no activa pero fundamental, de eso que se llama el capital financiero. La suma de millones y millones de pequeños depósitos es el mayor trozo del pastel financiero.   Sin embargo no nos gusta que a un honesto padre de familia, arroyado por la crisis, le embarguen su vivienda, su sueldo, si aún lo tienen, y le manden con su familia a dormir al raso. Pero nos gustaría mucho menos que el banco dejara de pagarnos, al cabo de un año, ese 3,5% de intereses y, desde luego, podríamos el grito en el cielo, convocaríamos a todos los demonios de Averno, si el banco o la caja no nos devolviera la cantidad que el confiamos un año antes.   Ningún cliente se presenta en ventanilla pidiendo que a fulano o a zutano le embarguen hasta la camisa; no hace falta, basta con que pidamos educada y cortésmente la retribución de nuestros ahorros. Todos sabemos que el banco hará cuanto sea necesario para cumplir con sus clientes, aunque lo que haga no sea ético, no lo queramos saber o, para más INRI, nos sintamos indignados con el ánimo de lucro sin reparo moral del capital financiero, como si nuestro 3,5% no tuviera nada que ver en ello.   Desde hace varios años, en los barómetros de opinión que publica mensualmente el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), aparece como tercer problema, tras el paro y la crisis económica, en la preocupación de los españoles, la clase política y los partidos políticos.Llama la atención que la inmensa mayoría de quienes así opinan son, sin embargo, votantes de uno de los partidos, y gracias a su voto algún miembro de la denostada clase política hace y deshace a su antojo y en contra del interés general.   ¿Cabe mayor despropósito en la conducta de esos votantes? Son los mismos que han confundido el derecho de voto con la obligación cívica de votar. Su conducta está viciada por el error, por la confusión, y en eso encontramos la causa de la participación mayoritaria en el fraude electoral de la representación. Tales conductas, tanto la del depositario exigente como la del votante quejoso, son fruto de su cinismo, cobardía o egoísmo. Manifiestan su disgusto por las consecuencias de actos de otros no podrían acometer si ellos no fueran el primer eslabón de la cadena.   Pero a base de palos, escarmientos y desengaños, de vez en cuando, algunos de esos cínicos, cobardes o egoístas se dan cuenta de que nuestra servidumbre colectiva se inicia con nuestras propias acciones individuales. Que su mísero 3,5% precisa que otro pague el 8% o más, e incluso que se quede sin casa, o que el concejal que se lo lleva puesto no hubiera alcanzado el poder si él y otros veinticinco como él no hubieran votado. Entonces se abstienen de decir tonterías y, sobre todo, de hacerlas, pues no quieren que les sigan tomando por idiotas, por eso han decidido que el 20-N no van a acudir al colegio electoral. A veces triunfa la inteligencia.

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