Antonio García-Trevijano, Feria del libro, 2011 Guerra civil y Libertad Constituyente: 18 de julio Dedicado y escrito con respeto a Antonio García-Trevijano, verso libre en la lucha permanente por la libertad política en España, en la proximidad del 18 de julio, aniversario suyo y del comienzo de la guerra civil.   Una guerra todo lo destruye durante la contienda; alcanzada la paz, con victoria o derrota, llega la reconstrucción. Una guerra civil todo lo destruye durante la contienda y más allá de la reconstrucción material, condena a generaciones presentes y futuras a la miseria material de inmensas capas de la población y a la miseria moral, cultural y espiritual de la nación. Si además, el bando vencedor busca la pacificación y no la paz, la victoria y no la reconciliación, el expolio y no el respeto de los bienes ajenos, hallaremos el caldo de cultivo de los odios latentes durante decenas de lustros. A una guerra civil caliente, sucederán otras muchas guerras frías. Todo ello conduce a la fractura de la población y a la destrucción permanente de la nación.   En una guerra entre potencias extranjeras, tras su finalización cada soldado vuelve a su casa, a su hogar, a olvidar los horrores del enfrentamiento; la distancia geográfica y física del enemigo no hace cirugía estética, pero sí al menos restaña las heridas. En una guerra civil, eso es imposible; ambos contendientes comparten suelo, gobernantes, incluso familias; no es posible cicatrizar las heridas, mediante la distancia, pues ésta no existe; si los vencedores además, ejercen como tales, el caldo de cultivo del conflicto permanente, del revanchismo – sea militar, cultural, legal o económico-, estará servido. La nación seguirá rota si no es posible hacer que los ciudadanos se sientan partícipes de la misma.   Para algunos autores la guerra civil española de 1936 -1939 fue el último pronunciamiento de los habituales del siglo XIX o la traca final de las luchas fratricidas que asolaron España en dicha centuria (isabelinos contra carlistas); es una visión muy incompleta de esa realidad. Otros autores señalan la suma de varios enfrentamientos larvados que dieron rienda suelta a sus peores pasiones en los turbulentos años de la II República y que, sumados al crack del 29, derivaron en la sublevación del 18 de julio de 1936 de una parte del ejército –el sector africanista, pero no el Ejército español como institución- con el apoyo de sectores sociales conservadores, católicos, monárquicos,… Para el Presidente Azaña, según escribió en 1940 fue precisamente la crisis económica la que condujo a guerra civil y no la cuestión catalana, religiosa o militar.   Tras la finalización de la contienda, los vencedores no soltaron su presa; fueron vencedores –en distintas etapas- durante los 36 años del franquismo los falangistas y los conservadores, los monárquicos viscerales –no legitimistas, Pero siempre oportunistas-. La Iglesia católica per secula seculorum. La pacificación comenzó con la doctrina Mola del exterminio sistemático de los dirigentes, generalizada a toda España en febrero de 1939 con la Ley de Responsabilidades Políticas –aún no había sido ganada la guerra, ya preparaban la victoria- y en 1940 con la Ley de represión de la masonería y el comunismo. El propio Serrano Súñer criticó jurídicamente y años después, el sistema elegido para dar apariencia jurídica al sistema de represión organizado por los vencedores.   A la etapa de dura represión, conocida por unos y otros y callada por casi todos, siguió otra de maquillaje del régimen; las cárceles comenzaron –sólo comenzaron- a vaciarse (nunca completamente), los batallones del trabajo desmovilizados y a los vencidos militarmente (y a sus esposas, hijos o huérfanos) se les dejó respirar por primera vez, pero sin levantar cabeza –y mucho menos la voz-. La generación que hizo la guerra y la ganó ya estaba colocada; los más sanguinarios habían visto saciada su sed de venganza, si es que no habían muerto -los más entusiastas del régimen totalitario- vencidos en Rusia (algunos en las mismísimas calles de Berlín en 1945) o en el Palacio del Pardo desde que la II Guerra Mundial estuvo decidida; el resto de ellos, se habían colocado en los órganos del Nuevo Estado, en sus industrias o en las casas expropiadas a los vencidos. Pero era la hora de otros vencedores: Los hijos de los que hicieron la guerra.   Aires renovados, nuevas caras para viejos principios; los hijos del régimen viajan al extranjero occidental y “democrático”, pero siempre con billete de vuelta a las esencias patrias y a los principios inspiradores del Movimiento Nacional: En España no puede haber libertad y este pueblo ha de ser tutelado con mano firme. Por ningún lado asomaban los 25 años de paz, pero el poder estaba bien protegido y el español bien domado y “pacificado”. Los disidentes del interior son soportados (con visitas temporales en fechas señaladas, como el 1º de mayo, a los hoteles de la Dirección General de Seguridad, las 72 horas reglamentarias). La generación que hizo la guerra perdió fuelle por el hecho biológico y la disminución del peso demográfico, el tirano troca en abuelo cebolleta a exhibir en momentos determinados y la generación heredera del 18 de julio tiene hijos, a los que asegurar el porvenir. Entre esos hijos están los más augustos, los llamados a regir los destinos patrios: España es definida como reino y necesita un Rey, fiel a los principios inspiradores de los oligarcas del nuevo régimen. Lo hallan en la figura del heredero del heredero. Es la España del SEAT 600, donde la población tiene derecho a elegir si compra a plazos o al contado, la España del Cola-Cao en la cual a la mujer por fin se le “libera” del yugo de la autorización conyugal o paternal para comprar un piso o un automóvil de segunda mano (es el año 1968); aún no hay en ese país sed de paz, cuanto menos de libertad.   Los nietos son mayores de edad y aquel conflicto del 36 puede superarse a golpe de leyes y consensos. Los que mandan son lo que deciden, como siempre ha sucedido en la historia. ¿Quiénes mandan ahora en España, cuando el Generalísimo libra su última batalla en el Hospital La Paz de Madrid, tumba del fascismo hace tantos años (¡qué paradojas tiene la vida!)? No habrá problema, pues todo estará atado y bien atado. El Caudillo deja un régimen de vencedores y vencidos, pero todos obedientes, ya por sentimiento de adhesión, ya por miedo. Los oligarcas del régimen sabrán como atraerse a otros oligarcas, los de la oposición; manejan el verbo con la fluidez del universitario culto, los medios de comunicación, los hilos económicos y las relaciones con europeos y americanos de un signo político u otro. No habrá ruptura ni libertad constituyente, pues el pueblo –por quien gobernarán de ahora en adelante, pero sin él- es lego en la materia. Además, ¿para qué darle libertad, si tendrá libertades, en plural? Con eso bastará. Nacerá un régimen superpuesto al anterior. Las heridas de la guerra apenas importan, pues una cicatriz ya no duele con la mortaja. Los “representantes” de los vencidos entran en la esfera del poder de los “representantes” de los vencedores. Pero realmente, inventan un régimen que a todos contenta y a nadie representa.   Frente a esa España oficialmente democrática, se alza una España huérfana el 15 de mayo de 2011, que casi cuatro generaciones después de 1936, empieza a exigir lo que se debiera haber conquistado en 1975. La Libertad Constituyente. Sólo España será una nación sin vencedores ni vencidos, cuando todos unidos conquistemos la Libertad Política que nos dignifique como ciudadanos y como personas.

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