Marcha del 19J en Tenerife La ósmosis del miedo Desde luego, no estaba solo. Íbamos 20.000 personas y yo caminando el domingo por la tarde (19-J) por las calles de Santa Cruz de Tenerife junto a cientos de pancartas que, aprovechando sus palos, eran velámenes sobre nuestras cabezas retratando un país, a veces irónicamente y en ocasiones con toda la crueldad de la realidad, al que prácticamente sólo le queda el nombre, España, después de atravesar 36 años viviendo una mentira fabricada por la voracidad consensuada de los partidos políticos, una Monarquía impuesta por el fascismo y una Constitución sin legitimidad de la que no se cumple ni el preámbulo. Estoy convencido de que cuando Carlos Arias Navarro apareció en Televisión Española con aquellas impresionantes orejas para llorar ante todos los españoles el óbito de Francisco Franco Bahamonde y leer su testamento, no lloraba por la muerte del Caudillo sino por lo que iba a venir después. Es decir, esto que malvivimos, este secuestro de la libertad política colectiva al que los ignorantes llaman democracia.   Tres horas de caminata dan para mucho, así que, mientras escuchaba por vez primera corear consignas impensables hace unos cuantos meses: “No nos representan” o “Esto no es democracia”, mirando la gran pancarta rojo sobre blanco del MCRC: “Libertad Constituyente YA”, abandoné los ojos y el pensamiento sin brújula alguna, permitiendo los mestizajes más estridentes, caos habitual que luego ordeno con el lenguaje. Así, tengo que confesarles, aunque me tachen de loco, que lo primero que llegó a mis neuronas fue ese saber popular – con el pueblo iba – que insiste en que el perro siempre acaba pareciéndose al amo. Inferí entonces que, ante la falta  de  separación  de  los  tres  poderes clásicos, Pascual Salas y José Bono deberían ser clones de Zapatero. Es obvio, basta con ver las fotos, que no ocurre así. Así que, definitivamente concluí que la partitocracia se ha llevado por delante hasta los elementos más simples que conforman nuestra idiosincrasia, vocablo este que en cantidad de ocasiones los políticos utilizan como ‘indiosincracia’, no sé si en honor a Pizarro, a Lope de Aguirre o al gran jefe Jerónimo.   No era serio que con 20.000 personas generando calor humano y revolucionario a mi alrededor, entretuviera mis hemisferios con los simplones y sus perros. No, no era serio. De tal modo que me obligué a ir un poco más allá. Y llegué hasta el miedo, esa sensación tan pegada al existir. La gran manifestación que vivía era una demostración de que el miedo estaba cambiando de manos. Me explico. Ósmosis es una palabra que me encanta, sin saber por qué razón. Simplemente es así. Como le puede gustar amapola al campesino o a Thomas de Quincey y ‘Somos novios’ al cursi enamoradizo. Y no seguiré adelante sin comentarles que existe una leyenda que señala que el consumo de opio provoca que, incluso después de morir, el hombre pueda conservar la erección durante cierto tiempo. Al parecer ello fue apreciado en los soldados musulmanes por los médicos después de una batalla de cristianos contra turcos. Pero esto del priapismo inducido y póstumo atañe más al Marqués de Sade o a Apollinaire que a los análisis políticos. Que inventen ellos.   Dije que me iba a explicar y cumplo. Estoy absolutamente convencido de que los españoles estamos protagonizando un proceso osmótico común a las revoluciones. El miedo está pasando de los dominados a los dictadores, que ya notan cómo se les está moviendo la tierra bajo los pies. Lo están viendo, mejor, sintiendo, la corrupta partitocracia y la inoperante monarquía: ‘Libertad Constituyente, YA’. Saben todos ustedes que la ósmosis es una difusión pasiva, caracterizada por el paso del agua a través de una membrana de permeabilidad muy reducida, desde la solución más diluida a la más concentrada. El denominado proceso de ‘ósmosis inversa’ que se utiliza en las plantas desaladoras ha propiciado que muchas provincias situadas junto al mar no hayan sido pasto de la desertificación e imposibilidad de cultivos en estos últimos años.   Ahora bien, si la tangencia es necesaria para que la ósmosis pueda llevarse a efecto, en el caso que nos ocupa, el trasvase del miedo de los súbditos, que no ciudadanos, a los oligarcas, que no demócratas, se produce, al contrario, por el absoluto alejamiento entre unos y otros. La única relación que pueden establecer dueños y explotados es la esclavitud. De modo que, existe la ósmosis pero sin ninguna necesidad de contacto. La membrana es metafísica. Así abordado, el fenómeno se desplaza a la sociología política. Si me pusiera a hablar del miedo estaríamos aquí hasta el día del Juicio Final por la tarde. Así que sólo unas breves pinceladas que sí atañen a esta incipiente revolución que comienza a llenar las aceras y asfaltos de España. Puede haber indignación, puede y debe haber teorización y análisis, pero en las calles es donde se asienta siempre finalmente la acción, la contestación a la injusticia y la falta de libertades cívicas y políticas.   Si Freud abordó el miedo, en muchas traducciones recogido como ansiedad, desde un punto de vista del ser individual, Erich Fromm señaló que el hombre y la sociedad no son elementos separados, atribuyó a los conjuntos de individuos los cambios sociales y relacionó el miedo con la libertad. No soy historiador ni psicólogo, así que no me meteré en camisa de once varas, pero Erich Fromm, en la época nazi, llegó a comentar que la forma más común de evitar la libertad es la búsqueda de un líder al que someterse. Han cambiado los tiempos, pero quizá no tanto: el régimen (no importa la geografía) ha abierto la mano a la libertad cívica pero mantiene fuertemente sujetas las riendas de la libertad política. Obviamente, el bocado lo llevamos nosotros.   Valle Inclán, en un pequeño cuento titulado precisamente ‘El Miedo’ acaba poniendo en boca del protagonista que la superación del temor lo llevó “a sonreír a la muerte igual que a una mujer”, una de las frases que más me han gustado cuando he metido la nariz en asuntos de miedo, que en ocasiones también dan miedo. Aparte de psicólogos y conocidos psiquiatras de todos conocidos, desde bastante joven me encontré con Gurdjieff y Ouspensky, que igualmente tratan del miedo y muchísimos temas más. Osho, últimamente, es una versión bastante más ligera de los orientalistas y se acerca mucho a la denominada ‘autoayuda’ y, consecuentemente, al best seller. Me voy a quedar con Krishnamurti para dejar aquí su teoría: “El tiempo y el pensamiento” son las causas del miedo. “Para producir un cambio social tiene primero que haber comprensión de toda la estructura del pensamiento”. Tenemos esa comprensión en la ‘Teoría Pura de la República’ de D. Antonio García Trevijano. Luego, bien.   Y precisamente, como no me queda tiempo para extenderme mucho más – no quisiera que la emprendieran a puñetazos con las pantallas de sus ordenadores – me acercaré al etólogo Tinbergen y a una de sus teorías más significativas: ‘un estimulo novedoso, en sí mismo, produce temor’. La teoría del Movimiento Ciudadano para la República Constitucional (MCRC) es un estímulo novedoso, aunque fermentado en barrica de roble desde hace siglos a través de las experiencias de distintos procesos revolucionarios. Lógicamente, provoca miedo. Por ello, hace pocos meses no parecía muy fácil que los ciudadanos, aún sojuzgados, lograran superarlo para pasar a la acción. La historia nos lo había enseñado así y la travesía del desierto se presentaba complicada. Eso nos temíamos.   Desde luego, no estaba solo. Íbamos 20.000 personas y yo caminando el domingo por la tarde (19-J) por las calles de Santa Cruz de Tenerife junto a cientos de pancartas que, aprovechando sus palos, superaban nuestras cabezas. En toda España ocurría lo mismo y en mucho mayor número. Y entonces me di cuenta de que, con aquella marcha, los ciudadanos estaban desprendiéndose del miedo que corría a depositarse allá desde donde viene la corrupción oligárquica de partidos. El Parlamento, La Moncloa, La Zarzuela … Y todavía me gustó más la palabra ósmosis. Ese miedo seguirá creciendo, debe seguir creciendo, y la partitocracia se derrumbará con sólo apoyar un dedo en sus paredes. Levanté la vista y leí de nuevo la pancarta: “Libertad Constituyente, YA” y también me apoyé en la cal para descansar. La primera etapa había durado tres horas. Tres horas imborrables que nos han acercado, y mucho, a la libertad política colectiva. Simplemente detrás de una fértil sábana sembrada con una sola frase.

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