Pascual Sala, flamante presidente del Tribunal Constitucional, ha salido al paso de las críticas que ha recibido desde la derecha política la sentencia de Bildu. Ha pretendido sostener como verdadera separación de los poderes de este Estado, lo que es una mera separación de funciones, haciendo un alegato sobre la independencia e imparcialidad de los miembros del tribunal que preside, afirmando que cada magistrado tiene su ideología, pero que no están sometidos a la obediencia del partido que les ha designado.   Basta con acudir a las votaciones de ese Tribunal para desmentir la flemática mendacidad de Pascual. Ni existe en España separación de poderes, ni la justicia es independiente. Por un lado van los magistrados mal llamados progresistas, por el otro los impropiamente llamados conservadores. Y así siempre. Cualquier parecido con la disciplina de partido es pura coincidencia ¿verdad? Pero cuando se repiten las coincidencias se producen evidencias.   A Pascual, con una dilatada carrera profesional en la Magistratura, se le presume una sólida formación jurídica, capaz de escudriñar con agudeza en los más intrincados vericuetos del ordenamiento jurídico, y con su exegética desvelarnos sus más sutiles secretos.   A los más críticos contra de los magistrados del sector llamado progresista del T.C. conviene aclararles que la sentencia Bildu no es otra cosa que un intento, quizás definivo y último, de integrar en la Partidocracia a la izquierda nacionalista vasca. El régimen tiene sus servidumbres, la amnesia forma parte de ellas, es necesario olvidar y ocultar todo cuanto no le favorezca. Pero reparte gabelas a través de los presupuestos públicos, sin tener que recaudar con modos bestiales, ni acudir a la violencia criminal e indiscriminada del terrorismo. Basta mentir siempre.   La integración de la izquierda nacionalista vasca en la partidocracia es lo que han entendido todos los magistrados del T.C., con Pascual a la cabeza. En este caso no es necesario buscar otros matices. Pero sólo los magistrados progresistas lo han aprobado. Los conservadores únicamente han hecho oposición, maniobras de desgaste político del Gobierno, con la conciencia de que si hubieran sido sus mentores partidistas los proponentes de la legalización de Bildu, su actitud hubiera sido idéntica a la de los progresistas, y estos hubieran votado como lo han hecho los conservadores. Cuestión de oportunidad, nunca motivos legales o razones de justicia.   En el Tribunal Constitucional, a pesar de lo que diga su presidente, también se hace política partidista. Se guardan debidamente las proporciones parlamentarias, pues así fue como PP y PSOE se repartieron el Tribunal Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial, proporcionalmente a su presencia parlamentaria.   La Separación de Poderes sólo puede articularse desde el origen mismo del poder. En Democracia ese origen no está más que la voluntad del electorado emitido en circunscripciones uninominales, mediante el voto igual, directo, mayoritario y secreto. Otra cosa es la independencia judicial, que se garantiza con medidas como la inamovilidad y un sistema de ascensos y destinos regulado legalmente y desenvuelto por el órgano de gobierno de la justicia. Pero si este órgano también es partidista, no es de extrañar que los asuntos judiciales en los que aparezca involucrado, siquiera sea tangencialmente, un partido político con representación en el CGPJ, a la independencia del juez que le haya correspondido conocer el asunto, le tiemblen las calandracas.   Solamente la independencia de los jueces queda garantizada si el órgano de gobierno de la justicia no depende en su composición, presupuesto, organización y medios, ni del poder ejecutivo, ni del legislativo. Lo que supone, como primera providencia, la necesaria convocatoria de elecciones legislativas, por un lado, y ejecutivas o presidenciales por otro. Y luego que estos dos poderes del Estado no intervengan en la provisión de puestos en el órgano de gobierno de los jueces.   Pero fiar la independencia de los jueces a su conciencia profesional y personal, es olvidar que la democracia nació de la desconfianza en los hombres que ejercían el poder, hasta convertirla en principio, pues no otra cosa quiso decir Rousseau cuando afirmó que él quería conocer a los hombres como son, y a las leyes como deberían ser.   Sentado lo anterior, no resulta muy difícil conocer como es Pascual Sala.

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