piérdete como un sueño porque la recuperación es segura en uno u otro lugar lealtad natural o fuerza divina música que fue un invento humano: libertad

Miguel Rodríguez de Peñaranda

Mediada la campaña de difusión de su último libro, nuestro fundador y editor descubrió súbitamente, al calor del entusiasmo que los actos que protagonizaba despertaban, que existía una grave fractura entre el diario y la realidad social que este pretende encarnar. Decidió entonces hacer modificaciones en la estructura del movimiento. Había que ceñirse a la acción, dar prioridad a la didáctica. Era necesario crear un Consejo Editorial que supervisara la edición de todas las publicaciones del MCRC, incluido el diario. Y era aconsejable nombrar un nuevo director. Estuve de acuerdo inmediatamente pues la falta de colaboraciones y de espíritu periodístico en los responsables resultaban obvias en el diario, aunque tuve que rechazar el generoso ofrecimiento de pertenecer al Consejo. Este será mi último artículo al frente de nuestro medio de comunicación. Desgraciadamente para mi vanidad, también será la última colaboración en esta casa. Por pura lógica, un criterio considerado obsoleto para dirigir una publicación también lo es a la hora de participar creativamente en ella. Habrá otros momentos y otros lugares en los que mi aportación vuelva a ser útil. Y si no es así, mejor, pues ello significará que abundan las de aquellos más dotados para la difusión y la acción.   He participado decisivamente en la vida del diario desde que el editor ultimaba junto a un profesional su formato electrónico. Recuerdo como si fuese ayer la aparición del primer número y las muchas madrugadas que durante aquellos días permanecí despierto al tanto de qué página había que completar, qué modificaciones de forma y contenido eran necesarias, qué documentos acreditaban cada artículo, qué fotografías eran las más indicadas, qué primeras reacciones provocaban los textos entre aquel inicial y escaso número de electores. Todavía paladeo la sensación de arrebato, de estar agotado de entusiasmo. Ya ante el primer y malogrado grupo de escritores, la primera redacción, propuse que la dirección fuese rotatoria. Deseo que, por motivos diversos, resultó imposible de materializar. Y aquí continuamos. No puedo negar que me siento orgulloso. No sólo de haber sabido consolidar el carácter inicial que se quiso imprimir a la publicación, sino, y sobre todo, del excepcional grupo humano que estas páginas de aire han logrado reunir: Carlos Angulo, Pedro M. González, Miguel Rodríguez, José Antonio Sanchidrián, Juan   Sánchez,    Lorenzo   Alonso,    Mauricio Valdés, Alejandro Pérez, Antonio Muñoz, Consuelo Galán, Fernando, José María de la Red, Carlos Pérez “Vilamallén”, Vicente Dessy, Isidro Fuentes, Carlos Domínguez, Diana Piorno, Juan Seoane, Francisco Álvaro, Javier Castuera, Mabel Rojas, Patricia Jaures, Martín Miguel Rubio, Miguel Ángel López, José María Aguilar, Alejandro Garrido, Vicente Carreño, Juan Víctor Soler, Armando Morcillo. Nombro sólo a aquellos relacionados principalmente con el diario y con la acción, y a aquellos en quienes he podido dejar descansar mi intimidad. Pero son muchos más; ellos lo saben. Todos héroes. No sólo porque algunos han sido capaces de perseverar en esta empresa sabiendo que ello suponía la asunción de riesgos para la estabilidad de sus propios hogares, sino porque lucen con increíble naturalidad la clase de entrega más abnegada del mundo: aquella que se necesita cuando todo alrededor es calma chicha y envidia. El heroísmo que despierta sonrisas condescendientes e indiferencia, pero también el que mantiene en pie las primeras herramientas prácticas de la revolución, las cuales, si están llamadas a perdurar hasta cumplir su objetivo, nunca son producto efímero de la conveniencia o el capricho, sino el poso natural de las voluntades soldadas unas a otras y protegidas por principios capaces de mantener limpios la inteligencia y el sentido común. No hay causa sin la realidad de los buenos sentimientos de las personas que la encarnan.   Aunque será presentado como merece, anticipo que a pesar de no conocer personalmente a mi sucesor en el cargo sus escritos hablan por él. Y lo hacen tan bien que sólo una de las frases que dejó en algún comentario da fe de que todo queda en las manos apropiadas: la expresión más acabada de la sabiduría es la bondad (disculpa, compañero, si la cita no es literal). Le aconsejo mucha paciencia, le deseo ánimo y le auguro la misma alegría que para mí ha supuesto trabajar al servicio de la libertad. Estoy seguro de que este verdadero caballero sabrá aprovechar el momento dulce que vive el movimiento y organizará a los escritores habituales para que, unidos a los muchos que nuestro mentor ha constatado que están apareciendo, hagan realidad el salto cualitativo. De nada sirve desearle suerte porque, como decía Goethe, esta es esclava del talento.   De entre todos los errores que he cometido en la dirección del diario hay uno que verdaderamente detesto. Más incluso que las meteduras de pata en la estrategia editorial, más incluso que haber incumplido el compromiso de escribir regularmente para la causa. Siento haber dañado a algunas personas. Porque lo he hecho. Al pasar el tiempo, con la experiencia acumulada, el dolor entre afines me parece algo tan inútil, tan miserable, que quien se acostumbra a causarlo -y por tanto a justificarse mediante la mentira después- demuestra su absoluta incapacidad de liderazgo político. Presento de corazón mis disculpas a quienes haya podido ofender. A todos.   Hasta aquí he escrito como si yo hubiera sido el único director de esta maravillosa banda. No es así. Es tan incierto que en realidad durante más de la mitad de la vida del diario sólo he sido el consentido adjunto del verdadero director: don Rafael Serrano Aguilera. A lo largo de meses y meses, mientras casi todos fracasábamos en nuestro empeño de colaborar (todos justificadamente excepto yo), él, Pedro M. González y Carlos Angulo fueron el diario. Lo sacaron adelante con dignidad mientras todo alrededor era decadencia de la voluntad. No saben cuánto los admiro.   Y a él, a mi amigo, a Rafael, al prodigio de inteligencia, cultura y elegancia dedico estas últimas líneas. Debe saber que, aunque sólo fuera por el hecho de haberlo conocido, el esfuerzo de los últimos años habría merecido la pena.

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