La izquierda instalada en el poder o con probabilidades de hacerlo si está en la oposición, apoya el sistema electoral proporcional sin perder el tiempo en discutir obviedades. La izquierda social minoritaria lo apoya bien por ignorancia, bien por la misma estrechez de miras por la que apoyó el “pacto” de la transición que puso feliz punto final a 40 años de dictadura para abrir un período indefinido de oligocracia.   Lo único obvio en el ejercicio del poder es que el axioma del mismo es su autoconservación: pero todo axioma es indemostrable y no requiere más justificación que su carácter necesario para la fundación del sistema que se deriva del mismo. Que x por y sea igual a y por x no es una necesidad lógica u ontológica que el mundo haya comunicado a los números reales, sino condición necesaria para la existencia misma del sistema que los constituye. Todo intento de demostrar un axioma cae en el absurdo de querer demostrar un sistema a partir de los propios presupuestos que ese sistema ha fundado, es decir, cae en una circularidad sin salida.   El sistema electoral proporcional garantiza la retención del mando en los jefes de los partidos políticos y provoca en el electorado la ilusión de que todas las “opciones políticas”, grandes, medianas y pequeñas, tienen su “representación” en el parlamento. Representación, obviamente, circular, es decir, de si mismas, no de unos electores que no pueden más que refrendar una lista. Donde no hay responsabilidad ante el electorado no puede haber representación sino a lo sumo delegación. Poco importa el concreto resultado electoral de cada una de las elecciones; la delegación se ha producido una sola y de una vez por todas en la simple aceptación de una ley electoral que deposita en los partidos el monopolio de la acción política, y que convierte a su vez a los diputados en simples delegados de sus jefes a sueldo del Estado. La naturaleza de la “representación” en el sistema electoral proporcional es en gran medida análoga a la de la tutela en el Derecho Civil, revocable cada 4 años pero sin más opción que cambiar de tutores, nunca de eliminar la tutela.   En el Estado de Partidos se ha obrado un fenómeno extraordinario: la responsabilidad política empieza y se agota en su propia manifestación verbal: basta “asumirla”, basta decir “soy yo el responsable” para que ahí se agoten todos sus efectos. Esta tragedia es consecuencia directa del sistema electoral proporcional, es decir, del sistema de listas: por ello, la discusión sobre la conveniencia de un sistema u   otro   es   engañosa   desde   el momento en que se plantea en términos técnicos y pragmáticos, cual si se tratara de distintos caminos para llegar a un mismo destino. Cuando falla el presupuesto básico de toda posibilidad de entendimiento, es decir, una referencia común a ambas partes que les sirva para intercomunicar sus planteamientos, la discusión es, o bien una trampa, o bien una pérdida de tiempo. La controversia sobre la utilización de una u otra fuente de energía tiene sentido porque en ambos casos se busca la producción de energía. La discusión entre partidarios de uno u otro sistema electoral no lo tiene, porque los defensores de la proporcionalidad, lo sepan o no, buscan apuntalar la dominación de los jefes de los partidos en la tan denostada partidocracia; si lo saben y lo reconocen (nadie), no engañan a nadie; si lo saben y no lo reconocen (la clase política) mienten; si no lo saben (la izquierda social, la misma izquierda que estos días se manifiesta en diversos lugares de España), son ignorantes. El sistema mayoritario busca una intermediación entre la sociedad civil y el Estado; contraponerlo al sistema proporcional es contraponer magnitudes no conmensurables.

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