Muy torpe debería ser un hombre para caer en el gravísimo error de que su propio grito, su aullido, lo dejara sordo. Ello lo incapacitaría para escuchar cualquier cosa más. Luego ese alarido, el suyo, habría sido el último, de tal forma que a sí mismo se hubiera brindado el aislamiento. Yo, que soy marino, y prefiero escuchar el rumor del viento, la mar y las velas antes que turbar la calma del mar, aún en el caso de que la mar no esté calma, sé que, en principio, es mejor afrontar una fuerte marejada de proa. La tripulación se marea más, pero la navegación es más segura que coger las olas por la popa. Ni que decir tiene que atravesarse al océano es un auténtico disparate.   Y así, de proa, voy a enfrentar un pequeño análisis sobre los movimientos ciudadanos que estamos viendo, por diferentes motivos, en España ahora y en otros países, fundamentalmente dictaduras del Norte de África, desde hace ya un tiempo. El origen de todos –discutible, investigable, observable-convengamos en colocarlo en el hastío de las masas, hartas ya de sufrir el expolio y el poder absoluto de toda clase de sinvergüenzas. No voy a meterme en África, porque no es esa la intención de este texto, y porque tampoco tengo a mano un velero ni comparto esas alegrías derivadas de un simplón establecimiento causa-efecto. Pero sí en España, a sabiendas de que cuando hombres y mujeres se juntan -no se ayuntan, ojo- y se encabritan en contra de un poder al que no se le puede negar la adjetivación más repugnante, aquel que osara ‘poner pegas’ es de inmediato calificado como contrarrevolucionario, esquirol, facha, dogmático y otros muchos epítetos tópicos desde que se inventara la rueda. A ello me arriesgo, que ya tengo colocado el tormentín.   De repente, gracias a que ya tres no son una multitud susceptible de acabar en comisaría, una masa heterogénea de jóvenes y siglas se han echado a la calle para intentar derribar el sistema que nos tiene derribados: una oligarquía corrupta, una partitocracia cleptómana, una ley electoral propia de trileros, un poder legislativo amordazado y uno judicial llevado esposado de la mano por un Gobierno con la máxima calificación en incompetencia. ¡Dame la manita Pepe Luis, se decía antes en Canarias, de la que es mejor no hablar ahora. No es cuestión de meterse en tanatorios! Decía o quería decir que cada una de esas unidades que forman los millares de manifestantes tiene razones de peso para expresar su protesta pero, desgraciadamente, la grandísima mayoría no tiene el peso de la razón para prever, diseñar, sustentar, en qué acabará la historia o cómo se llega a donde la historia queremos colocar. Pareciera que el mero hecho de expeler o escuchar la palabra revolución, ubicado el físico en una plaza emblemática, signifique la consecución de los objetivos que se pretenden, objetivos fáciles de generalizar, pero bastante complicados de concretar, quedándose la cosa casi siempre en ‘no sabe, no contesta’. Pues no, la historia nos dice todo lo contrario: las gentes se revolucionaron muchísimas veces pero prácticamente nunca alumbraron la revolución. Y, llegado a este punto, como la ‘Teoría Pura de la República’, último libro y cumbre del pensamiento de D. Antonio García -Trevijano, dice todo lo que hay que decir y más, no me meto. Léanlo. Es obligado.   Venía mi discurso a decirles que, si bien está clínicamente demostrado que la acción se produce desde la parte del cerebro que regula las emociones, en el caso que nos ocupa sería muy conveniente dejar de lado a Sheakespeare o Stendhal y, aunque todo se reduce a eros y tánatos, pasar las vísceras a través de un fino tamiz intelectual. Cuento con que algunos me tachen de arrogante y prepotente, si les digo que el único movimiento que en esta coyuntura es capaz de lograr la libertad política en España, la igualdad del voto, la división de los poderes, una Asamblea Constituyente, una lógica estructura del Estado, una modificación de los gastos que nos hagan salir de la crisis, un mayor respeto y credibilidad en el exterior y todo aquello que tiene preceptivamente que caracterizar a una democracia, es el Movimiento Ciudadano para la República Constitucional (MCRC), movimiento que no nace ahora a la sombra del descontento por los lastimosos efectos de la crisis económica, sino que viene trabajando desde hace unas cuantas décadas por la libertad política, a la vez que denunciando el tremendo timo que resulta de llamar democracia a una oligarquía. Desde el mismo momento en que el consenso entre unos cuantos políticos consumó, a través de la denominada ‘Reforma’, un régimen partitocrático y una Constitución impuesta verticalmente (1978), desde ese mismo momento, somos muchos, con D. Antonio García -Trevijano al frente, los que hemos venido combatiendo este descalabro in crescendo que nos ha llevado al desastre usando como bazas esenciales el esperpento, el vodevil y la rotunda falta de moral ¿Por qué no estamos en la calle, entonces? Por una razón fundamental y clara: el análisis riguroso nos lleva a considerar que aún no ha llegado el momento, no ya de la acción sino de que, además, esa acción tenga la fuerza y capacidad para transportarnos a donde queremos ir.   Muchos han creído que el MCRC es un partido político con su singular ideología. Nada más equivocado, nada más errado, nada más lejos de la realidad. El Movimiento Ciudadano para la República Constitucional se disolverá cuando se hayan logrado los objetivos que animan su trabajo y que están establecidos detalladamente en su ideario. Por ello, aquí caben todas las ideologías con una lógica y única condición: el alejamiento de la oligarquía debe ser absoluto, puesto que jamás se podrá cambiar el sistema político desde dentro. No podemos participar en el circo electoral y depositar el voto en la urna colocada precisamente por quienes pretenden asegurarse la continuidad y perpetuar la absorción del poder del Estado por los partidos, aún más allá, por la Secretaría General de los partidos y su entourage de barones y serviles asesores. Nuestras firmes convicciones pasan por mantener una decidida abstención activa en todos los procesos electorales.   D. Antonio García – Trevijano dice en su libro algo de esencial relevancia: “En la Ciencia Política, la verdad es la libertad colectiva” (…) “Lo moderno implica la reconquista de la parte de la tradición proyectada al futuro, es decir, un continuo renacimiento y renovación vital de la genuina lealtad generacional a la especie humana. Una revolución inteligible y realizable de la libertad política colectiva”. Yo, más humilde, vuelvo al principio: combatan la siniestra oligarquía, pero tengan cuidado de que sus gritos no les dejen sordos para siempre. Al tren hay que subirse cuando llega a la estación. Si no, te vas de cabeza a las vías y luego te pasa por encima. Ahora, espero lo que haya de venir, que ya tengo puesta la gorra de marinero a prueba de tempestades.

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