Retrato pintado de Stephane Hessel – Indignaos (foto: Abode of Chaos) No os indignéis, ¡actuad! Nadie se indigna por lo que espera. En el origen de la indignación siempre hay un factor de sorpresa. Jesús pudo indignarse porque la higuera, obedeciendo a la naturaleza, no daba frutos cuando a Él le apetecían. La condenó a ser estéril para siempre. La indignación adquiere carta de nobleza en la conciencia de la dignidad cuando ésta se encuentra humillada. La pobreza no humilla. La avaricia de los banqueros, tan natural como la gula de los tiburones, tampoco. El ser humano puede ser pobre o rico sin contradecir su condición. Pero sin libertad política colectiva la humanidad deja de tener sentido. Nadie sensato se indigna por las producciones de la naturaleza, aunque sean catastróficas para la vida. Pero la insensatez se indigna de que la avaricia de los muy ricos siga el curso de la naturaleza, cuando ellos son los dueños de los gobiernos y de las leyes. No es sano indignarse de lo normal. Principalmente, porque esa superficial indignación oculta el hecho fundamental de que la dignidad de todos está en la libertad de todos.   Como todo lo que tiene éxito en el mundo del como si, el folleto “¡Indignaos!” de Stéphane Hessel no alcanza la categoría intelectual o literaria del panfleto. Todas sus aparentes reflexiones son falsas. El motivo fundamental de la resistencia contra el fascismo no fue la indignación,   sino   el   afán  de  conquistar   la   libertad política colectiva, derrotando a su enemigo. La Resistencia al totalitarismo fue traicionada con la victoria en los campos de batalla. El vencedor americano fabricó, en los pueblos vencidos, lideres artificiales con los que acordar las condiciones políticas de la reconstrucción de Europa y de la guerra fría. Los europeos renunciaron a su libertad política colectiva, a cambio de derechos sociales. La gran novedad política consistió en sustituir el partido único estatal por varios partidos estatales. Si la característica definitoria de la dictadura era la completa ausencia de control del poder político, esa connotación fue el rasgo distintivo de los actuales Estados de Partidos.   La izquierda estatal ha exacerbado las pasiones colectivas causadas por la injusticia social, para ocultar el hecho trascendental de que en Europa no hay libertad colectiva ni democracia política. Todos los que insisten en la discriminación demagógica entre igualdad y libertad son herederos del fascismo. El autor de “Indignaos” no se resiste a citar el art. 22 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la Seguridad Social, y a obtener… la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables para su dignidad y para el libre desarrollo de su personalidad”. ¿Dónde está el derecho a la libertad política colectiva?

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