El reino de la transición A punto de consumarse la larga Transición que nos condujo de la dictadura de Franco a su Monarquía parlamentaria. Cuando su edad y salud auguran también el fin de su reinado. Antes de rendir cuentas al Altísimo y sólo ante Él, como hizo su predecesor, es llegada la hora de hacer balance, y dar razón a los españoles de todo lo acontecido en su reinado.   En su persona, Franco, el franquismo, reinstauró la monarquía. Juró los principios fundamentales del Movimiento y lealtad al Caudillo. Digo reinstaurar pues, al menos, ya es la segunda vez en la historia en que, depuesto un miembro de su dinastía, es instaurada esa misma monarquía, aunque no en la persona del legitimado dinástico. Así sucedió con Alfonso XII, relegando a su madre Isabel II, y le ocurrió a Vd., con su padre.   La diferencia entre ambos casos es que, mientras en el de Alfonso XII su augusta madre, la reina de los tristes destinos, estuvo de acuerdo; en el suyo, su padre, legítimo titular de los derechos dinásticos, no lo estuvo, desoyendo Vd. sus protestas y disconformidad. Esto ha llevado a algunos monárquicos a considerar que Vd. ha reinado sin legitimidad, al menos hasta que su padre, en 1977, renunció a sus derechos dinásticos. Y cuando concluyó, en su breve discurso exclamando: por España, todo por España, todos entendimos que, en realidad, quiso decir: por la Monarquía, todo por la Monarquía.   Pero siendo yo republicano constitucional, repúblico, poco o nada deberían preocuparme esos asuntos familiares, pues es un mero artificio considerar como derecho familiar y hereditario la Jefatura del Estado. Pero me inquieta por lo que de prueba de deslealtad suponen; deslealtad que los custodios y más genuinos defensores de la institución monárquica no han dudado en tildar de traición.   No es la primera vez que en la historia de España alguien salta sobre esos supuestos derechos dinásticos para ser rey, cuando según ellos le correspondía reinar a otra persona, en su caso, a su padre, Juan.   Recuerda la historia que hubo un rey que llamaba primo a Napoleón, que le había hurtado a su dinastía la corona de España, y mientras los españoles luchaban contra el invasor, en la creencia de que el sardo tenía secuestrado al “Deseado”, éste disfrutaba de una plácida, lujosa y entretenida vida en Valençay. A ese pariente suyo se referían los españoles de su tiempo como el rey felón.   Pero hablemos de las cosas de esa Transición, de las que nos ha deparado aquel proyecto político que hizo concebir a los españoles la esperanza de un futuro en paz y libertad.   Sólo se me ocurre pensar que fue la desconfianza en los españoles lo que llevó a privarles del derecho a decidir la forma de Estado y de Gobierno que deseaban. Por ello, sin convocar cortes constituyentes, se redactó por una camarilla clandestina una Constitución que no es tal, ni desde el punto de vista político ni desde el jurídico, y además, desde las instituciones nadie cumple ni quiere hacer cumplir.   En España se dispusieron las mismas formas políticas que impusieron los vencedores a los países vencidos en la II Guerra Mundial. Pero España, que no participó en aquella conflagración ni fue beneficiaria del Plan Marshal, ha sido de hecho su verdadera perdedora, al menos por lo que se refiere a las instituciones políticas y a las condiciones económicas que como deuda de una guerra nos impusieron.   Hubo que desmontar toda la industria naval y siderurgia. Hemos pasado de ser un país industrialmente productivo a un país de servicios turísticos. Ya lo decía sarcásticamente Henry Kissinger, España, un país de camareros. Pero eso fue: “Por España, todo por España”. Es decir, por permitirnos tener esta Monarquía parlamentaria.   Eso es lo que querían y eso les entregasteis. Ese fue el precio por consolidar la monarquía y mantener la oligarquía sus privilegios políticos y financieros. Tan es así, que la economía española de los últimos treinta años no ha tenido otro espacio que la especulación inmobiliaria, azuzada por la corrupción de los partidos políticos.   Pero, a modo de traca final de los fuegos de artificio que se iniciaron con la muerte del dictador, la especulación inmobiliaria y la sistemática corrupción política han terminado por arruinar a España, a sus entidades financieras, a sus empresas y a sus ciudadanos. Lo que os dio lustre y os empavonó, hoy reclama la tarifa que han de pagar en la historia los pésimos gobernantes.   Los españoles de hoy estamos endeudados para treinta años o más. Como nunca antes en la historia ayuntamientos, diputaciones, autonomías y el mismo Estado, tras un gasto público desenfrenado y sin el menor control, han sumido a las finanzas públicas en la quiebra y a muchas familias en la desesperación.   También se nos hizo creer que seríamos libres, y hoy sabemos que los únicos que gozan de libertad política son los oligarcas de los partidos que el Estado subvenciona. No son partidos de la sociedad, sino del Estado, por eso esta Monarquía parlamentaria tan sorda como codiciosa.   El creciente distanciamiento entre los intereses partidistas y los de la ciudadanía es un dato que constatan con terquedad los barómetros de opinión que elabora el CIS mensualmente; para los españoles, después del paro y la crisis económica, el principal problema son los partidos y la clase política.   Esa monarquía parlamentaria de partidos oligárquicos de Estado que Vd. encarna y encabeza, nos ha negado a los españoles el ejercicio de nuestros derechos políticos con una ley electoral que conculca los valores, principios, ideales y dogmas de la democracia, pero que fortalece el poder corrupto y corruptor de la partidocracia y aupa, a un pedestal inmerecido e incomprensible, los intereses de las minorías secesionistas.   Las libertades civiles también están en permanente retroceso. En manos de potentes grupos empresariales, los medios de comunicación dependen de las subvenciones oficiales y de la mal llamada publicidad institucional, en realidad propaganda del partido que dispone de presupuesto oficial de cualquier institución, ya sea nacional, autonómica o municipal. Son medios de comunicación que viven de lo que ocultan y cobran por mentir y manipular a la opinión pública, sus cuentas de resultados dependen de su mendacidad y su mendacidad se carga a los presupuestos oficiales.   La inexistencia de democracia se nota también en el descontrol del gasto público. Mientras la Agencia Tributaria exige con despóticas maneras a los ciudadanos el cumplimiento de sus obligaciones tributarias. No existe ningún control de las cuentas públicas, baste como ejemplo, que los españoles no sabemos el destino final de la asignación que recibe su Casa Real. Es una partida oculta y misteriosa sin parangón en ninguna otra monarquía europea. Ni en el medievo el rey se escapaba de dar cuenta a sus vasallos de la aplicación de sus dineros.   Hoy clamamos los españoles por salir del caos en que esa Monarquía parlamentaria nos ha sumido, y vemos con desconsuelo que las oligarquías partidistas y financieras son las que impiden cualquier solución política por temor a ver mermadas sus gabelas o aumentado el control de sus privilegios. Hoy los partidos, sin importar su color, son elementos retardatarios, pronto serán meramente reaccionarios. La crisis la han gestado y traído ellos, y son ellos quienes más impedimentos ponen para salir de ella. Sus intereses partidistas se imponen a las necesidades de los españoles.   El Rey, en frecuente paradero desconocido, no está, ni se le espera. Da la impresión de que la Jefatura del Estado sólo sirviera para legitimar el latrocinio atroz que sufren España y los españoles.   El fraude político que supone trocar la separación de poderes por una mera separación de funciones, ha hecho de la Justicia un órgano partidista. La desconfianza de los ciudadanos ante la degradación de la Justicia se hunde en simas nunca antes sondeadas. Todo lo que toca esa monarquía parlamentaria que Vd. encarna, está en avanzado estado de putrefacción.   Por si lo anterior no bastara, su reinado ha servido para alimentar la hidra nacionalista, que amenaza con la secesión de partes del territorio español. Es el ejemplo palmario del dominio de las minorías secesionistas sobre la mayoría de los españoles.   En definitiva, termina por fin la Transición y su reinado con ella, sus secuelas son patentes: la Nación en ruinas, los españoles endeudados hasta el límite de su capacidad y resistencia, más de cinco millones de ciudadanos no encuentran un lugar donde trabajar, las oportunidades sesgadas por el sectarismo partidista, la integridad territorial en riesgo de fragmentación, la moralidad pública bajo mínimos, la confianza de los españoles en las instituciones políticas en negativo, la libertad política sigue inédita, las libertades civiles en retroceso.   Estar al servicio de España y de los españoles es muchos más que una frase, ocurrente y biensonante, para discursos vacuos de una monarquía que sólo ha sido útil a quienes desde el poder se han enriquecido a costa de la miseria que hoy, es evidente, atenaza el ánimo de muchos familias de honrados españoles. Los que discurrieron la legitimación de la monarquía por su utilidad, tendrán que cambiar su pregón o callar.   Quienes en el extranjero os apoyaron hace treinta años, hoy exigen la devolución del préstamo de confianza con el que se edificó la impostura del régimen corrupto y corruptor cuyo cetro mantenéis; vuestros primos de lejanos desiertos y los mentores en la Secretaria de Estado ya han dejado de confiar en ese artificio y os reclaman el tributo de una lealtad ciega y artera que, como siempre, ahora otros pagan con su sangre, con sus lágrimas o con sus desesperación.   Al mirar a los ojos a mis conciudadanos, mis compatriotas, sólo me resta recordarle a Vd. la frase de Mio Cid: ¡Que buen vasallo si hubiera buen señor!   Tres generaciones de españoles han tenido que sufrir la impostura de una monarquía partidocrática ciega de codicia y de prebendas. Diez generaciones de españoles pagarán la ignominia de un régimen que prometió libertad y dignidad, y nos lega miseria moral, pobreza material, desconfianza institucional e indignación general.   España tiene ante si un futuro de sacrificio y esfuerzo que sólo podrá acometerse venciendo las mentiras y las falsas apariencias de que se ha valido el régimen que fundasteis para sumirnos en el oscuro destino contra el que, por fin, ya nos revelamos.   Entronizaremos finalmente la libertad que Vd., con su monarquía parlamentaria y los cortesanos de sus poderosas oligarquías impidieron que alcanzásemos. Brillará la verdad sobre todas las cosas. El túnel de las imposturas deja ver su final.   Todo está consumado, sobran las palabras, ha llegado el tiempo en que los pacíficos ciudadanos muestren serenamente su ira. Es la hora de la República Constitucional. La libertad ya tañe la campana reclamando a sus hijos inicien la conquista de la libertad, la honradez, la verdad. Ya no tenemos miedo.

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