Atención al asesinato de Marat (foto: Le.Mat) Actualidad de la Revolución Francesa Desde Alfonso de Lamartine hasta nuestros días se han escrito millares de libros que han intentado explicar, interpretar o incluso desvelar las causas y motivaciones que dieron lugar a muchos “grandes” momentos que han funcionado como “mitos fundacionales” de la Revolución Francesa: la toma de la Bastilla, la marcha de las mujeres a Versalles, la rocambolesca e interesada abolición del régimen feudal, el comportamiento altivo y despreciativo de la Reina, la huida de los reyes a Varennes, las comprometedoras cartas del Rey encontradas en el armario de hierro de Las Tullerías, etc., todo ello a fin de encontrar “entre tantos misterios” un sentido racional a la Revolución que pudiera domesticar o incluso humanizar el siempre espantoso azar de los movimientos aparentemente imprevisibles del alma colectiva. Con motivo del segundo bicentenario de la Revolución, en 1989 Francia publicó alrededor de 2.000 libros sobre el acontecimiento, pero salvo algunos grandes historiadores, como Elisabeth Badinter (Paroles d´hommes, 1790-1793), no sólo no se aclararon los misterios con tan numerosos estudios, sino que el sentido revisionista de los mismos los aumentó.   Pues bien, el pensador político más importante que tiene España desde hace treinta años, Antonio García-Trevijano, acaba de publicar Teoría Pura de la República, El Buey Mudo, Madrid, 2010, cuyo Libro Primero, “Actualidad de la Revolución Francesa” representa la interpretación más penetrante y original de la misma hasta este momento. Aunque sólo soy un mero aficionado de la Revolución Francesa (confieso que no he leído más de trescientos libros sobre este acontecimiento verdaderamente histórico), tengo que admitir que algunas interpretaciones que de algunos acontecimientos de la Revolución hace Trevijano, son absolutamente inéditas y de una lucidez radiosa por el sentido común que sostiene su argumentación. ¡Doscientos años de historiografía sobre la Revolución por antonomasia para que algunos aspectos básicos del suceso europeo más transcendental se nos revelen hoy por vez primera!   Lo primero que Trevijano deja claro es la enorme diferencia que existe entre la Revolución Francesa y la Revolución Americana. La Francesa fue ante todo una ocupación del poder, desde el cual, sin cambiar su naturaleza de enemigo de la sociedad civil (algo vislumbrado ya por Alexis de Tocqueville en su L´ancien Régime et la Révolution: Robespierre sigue la misma senda trazada ya por Richelieu), se otorgan derechos a los ciudadanos, incluidos el de la libertad. Por el contrario, en los EEUU la libertad constituye el poder y los derechos. Los rebeldes de ultramar encontraron su inspiración moral (la Revolución Americana tiene su principal fuerza en su elevación moral) en la interpretación igualitaria de la Biblia de los sermones cuáqueros; en la interpretación liberal que hizo Locke del “Bill of Rights” de 1689; en la balanza de poderes de Montesquieu; en el “Common Sense”, de Paine – quizás también del “Sensus Communis”, de Shaftesbury -, de donde Jefferson tomó la idea de sustituir el derecho a la propiedad por “The Pursuit of Happiness”, que aparece en el segundo párrafo de la Declaración de Independencia, y que constituye la piedra angular por su valor moral de la Democracia Americana.   Tomar el Palacio de Invierno, marchar sobre Roma, ocupar electoralmente el Reichstag, conquistar el poder político sin cambiar la naturaleza de éste y utilizarlo desde el Estado para controlar la sociedad, han sido y son monstruosas aberraciones doctrinales que traen su causa de la mítica toma de la Bastilla, y han ocasionado las mayores tragedias de la humanidad. No se trata de subrayar el hecho de la desbordante crueldad y sadismo de la Revolución Francesa (bien probados por la bibliografía egresada del Segundo Bicentenario y antes por la patología de la alucinación colectiva del muy hegeliano Lefebvre), sino del hecho incontestable de que la Revolución instauró un Estado “moderno” mucho más totalitario – por su racionalismo – que el de los peores Merovingios, Capetos, Valois o Borbones. Y es totalitario por su miedo pánico al pueblo al que comunica normalmente mentiras, sólo mentiras. Mientras los regímenes europeos otorguen la libertad al pueblo, en vez de conquistarla éste, todo gobierno europeo tendrá miedo del pueblo, y le mentirá una y otra vez por miedo (caso del intento de huida de Luis XVI y su apresamiento en Varennes antes de llegar al ejército austríaco, que se encontraba ya a tan poca distancia, y su transformación ficticia en secuestro por miedo al pueblo de los dirigentes políticos a la sazón). La mentira como piedra angular del Estado moderno europeo y la mejor manera de desactivar el poder del pueblo. Esta mentira sistemática llevó al pueblo a sustituir contra sus más hondos intereses la libertad en el debate de la Asamblea Nacional por la fuerza bruta de sus pasiones, que sacrificó la representación política, acabada de inventar como única posibilidad de democracia moderna, en aras de la dictadura de una facción totalitaria. En realidad la representación política tanto de la Asamblea Nacional como de la Convención estuvo totalmente alterada durante toda la Revolución, prácticamente no existió, en virtud de la presión continuamente amenazante de la calle, que penetraba en las sedes de la representación nacional blandiendo picas con cabezas ensartadas. Lo que hoy un diputado votaba, al día siguiente él mismo lo abrogaba bajo amenaza de muerte. Tan intimada y secuestrada estuvo por un pueblo que quería todo en seguida, aquí y ahora, la representación nacional, que el pueblo francés llegó a despreciar a sus comitentes políticos, corrompidos por el pánico o por el dinero y, a la postre, el propio pueblo precipitó su vuelta a la servidumbre faltando incesantemente el respeto a la representación, y así abrir la puerta al general Menou. Se miente desde entonces al pueblo por miedo al pueblo, y el miedo al pueblo es la más pura expresión del pecado original del Estado moderno, el más fuerte síntoma de su mala conciencia y de su conciencia de culpabilidad.   Llama poderosamente la atención que ya durante la Convención la simple admiración a la Constitución Americana y a la Democracia Americana fuera considerada como un posible delito con la Ley de Sospechosos, y así el Tribunal que juzgaba a Brissot la usó como la prueba principal contra éste en su proceso. A tenor de su final (Napoleón) la Revolución Francesa fracasó como pasión de libertad; sin embargo, el propio Bonaparte se dio cuenta de que en la mentalidad francesa había ocurrido una grandiosa transformación que ya era irreversible. El mundo ya no podía volver a los tiempos anteriores a la Revolución. Un abismo insuperable se abre entre el antes y el después de ella. Pero sus últimos capítulos, el liberalismo termidoriano, son desalentadores por lo que suponen de corrupción e inmoralidad infinita. Fueron la mera expresión del pacto moderno entre el poder y las finanzas. El pacto del poder con las finanzas. ¡La modernidad! Ya Barras lo decía: “La pobreza es una idiotez; la virtud, una torpeza, y todo principio, un simple expediente”. Bajo el Directorio no existía parte alguna de la Administración Pública donde no hubiese penetrado la inmoralidad y la corrupción. Cuando el revolucionario cede a sus principios, es que cede a todos sus principios.   Francia en la bancarrota y el hambre pasó de ser revolucionaria a ser belicista. El Ejército francés se convirtió en un motor económico; hizo la guerra por el botín, por la presa pecuniaria y artística, por el robo contundente. De la corrupción termidoriana salió Napoleón para descanso de un pueblo agotado y exhausto tras un histerismo continuado de diez años. Quiso tomar el poder legalmente, pero fracasó, y lo tomó con la espada. Su grandeza posterior justifica de algún modo la ocupación del poder de su nación, y su “CODE CIVIL DES FRANÇAIS” es aún el suelo que pisamos.   El libro I de la obra de Antonio García-Trevijano termina con un magnífico repaso crítico de toda la historiografía que ha estudiado la Revolución. Páginas geniales. En definitiva, este Libro I lo leemos como una gran novela de suspense, tiene el ritmo trepidante de la prosa histórica de Lamartine sobre los mismos sucesos, pero con las abisales revelaciones, tocadas de un intelectualismo conmovedor, que ofrece la lupa del científico escrupuloso y sabio. Libro deleitoso para todo tipo de lector e imprescindible para los que conocemos un poco la Revolución Francesa y somos amigos de la libertad.

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