Dalái Lama (foto: Mauricio Moreno Valdés) La visión política del Dalai Lama Su Santidad Tenzin Gyatzo, decimocuarto Dalái Lama, guía espiritual y temporal del Tíbet ?en la diáspora?, ha anunciado su retirada de la vida pública.   En el primer artículo del libro editado por Melvin Mc Leod, Política con conciencia (2010), titulado «Un nuevo enfoque de los problemas globales», el Dalái Lama expone su visión de la política como tarea encaminada a lograr la paz interior y el desarrollo económico de las naciones de la tierra y, principalmente, la paz mundial.   Uno de los múltiples problemas que tiene que afrontar el hombre actual surge, dice el líder tibetano, «del conflicto de ideologías políticas o religiosas, cuando las personas luchan entre sí por fines nimios, perdiendo de vista la humanidad básica que nos une a todos como una sola familia humana. Debemos recordar que las distintas religiones, ideologías y sistemas políticos del mundo están dirigidos a que los seres humanos consigan la felicidad. No debemos perder de vista este objetivo fundamental y jamás tendríamos que poner los medios por encima de los fines: la supremacía de la humanidad sobre la materia y la ideología debe mantenerse siempre.»   La prioridad política de la felicidad colectiva vendría derivada, a juicio de su Santidad, del hecho de que los deseos de todos los demás son prácticamente los mismos que los nuestros ?y esta afirmación parece bien discutible a nuestro entender, aplicada al terreno de la política?, «todo ser quiere felicidad y no sufrimiento», así como de la relativa insignificancia de cada uno en relación con «las innumerables otras personas», reconociendo de esta manera la anterioridad de la especie y de la sociedad humana sobre sus individuos, a pesar de la importancia concedida a todos y cada uno de los seres en sí mismos, es decir, considerados individualmente.   Esta visión de la política desde el punto de vista de la felicidad ?que es un valor religioso? olvida y desconoce, a mi juicio, el verdadero fundamento político ?no ideológico? de la especie humana y de la sociedad que forman los hombres. Este fundamento no es, ni podría, ser la felicidad, que es también un valor psicológico y moral, sino la libertad colectiva. Y ello, a pesar de la muy atinada percepción budista, formulada por el líder religioso, de la condición común ?de índole republicana?, que comparte toda la humanidad: «una sola comunidad, una sola fraternidad, una sola familia.»   Es bien cierto, y seguramente casi nadie lo pone en cuestión, que la verdad en religión equivale a la felicidad colectiva (verdad religiosa = felicidad colectiva). Sin embargo, no es posible, a mi entender, trasladar esta verdad, de orden psicológico, moral o religioso, al ámbito de la política, donde rige otra ecuación bien diferente: verdad política = libertad colectiva. Esta verdad política primaria ha sido enunciada por Antonio García-Trevijano en su libro Teoría pura de la República, y es anterior o posterior, según como se mire, pero diferente, en cualquier caso, tanto biológica como lógicamente, a la verdad religiosa, ya que es la condición misma de la naturaleza humana, incluida la felicidad. Sin libertad, sin libertad colectiva no podría existir felicidad individual o colectiva, si no fuera, quizás, al modo de la vida animal, lugar discutible como asiento de sentimientos y valores que parecen ser predominantemente humanos. A la premisa religiosa del reino de lo divino, «yo no puedo ser feliz si tu no lo eres», se antepone, en el reino de lo humano, la premisa de la política, «yo no puedo ser libre si tu no lo eres».   La religión es la visión, la vivencia o la percepción de la «unidad de la realidad», la sensación de que todas las cosas están ligadas o religadas ?en expresión de Zubiri? entre sí. La religión podría definirse así, como «impresión de religación», utilizando la terminología filosófica acuñada por el gran filósofo español. Su carácter universal, y, por tanto, trascendente a la sociedad humana, imposibilita a la religión ?y Dios y el Dalái Lama, perdonen mi atrevimiento? para constituir la base firme de la condición política del hombre.   Añade el Dalái Lama a sus consideraciones religiosas de la política, las éticas y las espirituales en sentido humano. Así, los ideales humanitarios y altruistas del amor, la compasión y la bondad, común a todas las religiones, la disciplina, el sacrificio y, también, la búsqueda de un estado espiritual de paz, serían objetos principales de la acción política.   Mas, si ya es discutible que la ética sea la base de la religión, puesto que la verdad en ética es lo bueno o lo justo (verdad ética = bondad o justicia) y no la felicidad, que es la verdad religiosa (verdad = felicidad colectiva); ni una ni otra ?la moral, la religión? son fundamento de la política (verdad = libertad colectiva), aunque la libertad colectiva genere valores espirituales de contenido moral y religioso, como la lealtad a la naturaleza en general y al espíritu de lo común ?lo público o lo republicano? en la especie humana, en particular. La lealtad es la condición humana más básica y general en nuestra especie, más que la bondad, la compasión o la felicidad, que son más bien estados emocionales, virtudes de la conciencia o consecuencias de la moralidad, a pesar de la visión profunda del budismo que hace a estas últimas colectivas.   Así como lo religioso, que operaría a nivel general, sería lo total y lo perfecto, la ética, que opera en el humano reino de lo justo, de lo bueno ?o de lo malo y lo injusto, tanto da?, está siempre amenazada por el fracaso y por la imperfección de lo humano, como ocurre asimismo con la política, al operar, como lo ético, en el ámbito de la cambiante y perfectible materia humana republicana que es el lugar de la libertad. Este hecho, vendría a poner de manifiesto, de forma empírica y palmaria, la inoperancia política, e incluso ética, de la religión.   Añade Tenzin Gyatso que para lograr la felicidad colectiva, basada en la interdependencia de todos los seres humanos, que él contempla como el objeto de la política, es necesario desarrollar un sentido de responsabilidad universal, un profundo interés por todos, sin prejuicios de sus creencias, color, sexo o nacionalidad, un enfoque humanitario universal, una ética mundial; un «interés propio sensato», un «interés mutuo comprometido», o mejor aún, «un interés recíproco».   Esta idea de la política coincide con la ética de lo común en la especie humana, de la res publica, pero no puede tener ninguna eficacia política, a menos que se produzca en el seno de un sistema político republicano, la República Constitucional, donde la libertad colectiva y su expresión práctica ?la libertad y la representación en la comarca, no la felicidad y la responsabilidad universales? permanezcan garantizadas por la separación del poder del Estado, es decir por la democracia.   La fundación de la ciencia política por Antonio García-Trevijano sobre la base común de la libertad colectiva permite distinguir con claridad los planos de la vida religiosa y moral, que no deberían ya, nunca más, confundirse con el plano de la vida política.

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